lunes, 11 de julio de 2022

Misceláneas

 Dijo Guillermo Jaim Echeverry 

La tragedia educativa

Hoy se piensa que niños y jóvenes son las víctimas inocentes de un sistema que los oprime. En el fondo, se considera que la escuela –entendiendo por tal a las instituciones educativas de todo nivel– plantea demandas exageradas para ceder el bien que los niños y sus familias anhelan: la certificación de haber pasado por ella. En esa concepción se sustenta la actual lucha contra la institución escolar que hace trizas al pacto fundacional de la educación, que supone la alianza de padres con maestros para educar a los chicos. Hoy, en general, los padres están unidos a sus hijos para oponerse a lo que consideran pretensiones exageradas por parte de la escuela. Eso explica el apoyo a las medidas que "flexibilizan" exigencias, concebidas como inmerecidos castigos.

En la base de este comportamiento subyace el horror contemporáneo al esfuerzo, en este caso el que supone aprender. Como lo puede atestiguar cualquier persona que haya aprendido algo, para hacerlo debió realizar un esfuerzo personal. Interesados por los docentes, apoyados por sus padres, los niños deben encarar ese esfuerzo para aprender, aunque más no sea prestando su atención, hoy tan dispersa. La tendencia general, en cambio, es considerar a la escuela como un ámbito al que se concurre para pasarla razonablemente bien, entretenerse, no molestar y no ser molestado.

Fragmento de la nota de La Nación que se titula “Los chicos tienen derecho a ser exigidos”. 

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Dijo Mario Vargas Llosa

«La universidad ha abdicado de su obligación de defender la cultura contra las imposturas. Cierto, sus departamentos técnicos y científicos siguen formando buenos especialistas, profesionales eficientes, aunque ciegos para todo lo que está más allá de los confines de su cubículo de saber. Pero las humanidades han caído en manos de falsarios y sofistas de todo pelaje, que hacen pasar por conocimiento lo que es ideología y por modernidad al esnobismo intelectual [...]». 

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“No criminalizar la protesta social”.

Yo digo: 

Mentes esclarecidas y llenas de sanos sentimientos de igualdad e inclusión se regocijan, hace ya algo así como dos décadas, por la revolucionaria actitud de aplaudir piquetes, cortes de rutas y puentes internacionales como verdaderas conquistas revolucionarias.  

Por su parte, algunos de quienes no comulgan con estas ideas, están pidiendo precisamente lo contrario, que terminen con piquetes y protestas a palos, patadas, gases, cachiporras, balas de goma y también de plomo. 

Parece que las soluciones racionales, justas, legales y sensatas, no entran en la mentalidad de muchos argentinos; parece que el término medio no existe, solo los extremos. Así nos fue en un pasado no tan lejano.

Más allá del manejo razonable de los piquetes que abundan, lo que debemos esperar de un gobierno es que cree las condiciones para que esa gran conflictividad social se reduzca drásticamente. Desde luego que, las soluciones de fondo, nunca se logran sin una cuota de esfuerzo y tiempo.

Parece que nunca se detuvieron a pensar cómo fue posible que con tanta “redistribución del ingreso” y, “matriz productiva con inclusión”, siguió existiendo tanta conflictividad social. Y pobreza creciente.

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Y sigo diciendo:

No es malo ser progre, mientras se actúe como tal y no se descalifique a quienes no se autodefinen así. No es malo ser Nac & Pop; lo malo es creerse dueños exclusivos (¿monopólicos?) de la sensibilidad social y acusar de cipayos y vendepatrias a quienes no comparten sus ideas. Está bueno ser de izquierda; no está bueno pensar que quienes no lo son quieren ver a los pobres cada vez más pobres y sumergidos.

No es bueno criticar la corrupción de los conservadores o de los liberales y tolerar, como si nada, la de los que se dicen progres con el infantil argumento de que “no hay que hacerle el juego a la derecha”.

No hay modelo (ni liberal ni progre) que pueda dar frutos provechosos (para el conjunto) con niveles tan altos de corrupción. Las pruebas están a la vista.

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Otra de Mario Vargas Llosa.

Lo importante es ser conscientes de que la vieja idea-fuerza, que en los años 60 y 70 movilizó a tantos jóvenes, que la justicia social está en los fusiles y las pistolas, es ahora letra definitivamente muerta. Quienes murieron fascinados por esa ilusión mesiánica no contribuyeron un ápice a disminuir la pobreza y las desigualdades y sólo sirvieron de pretexto para que se entronizaran atroces dictaduras militares, murieran millares de inocentes y se retrasara todavía más la lucha contra el subdesarrollo.

En América latina ha ido renaciendo, en medio de ese aquelarre de revoluciones y contrarrevoluciones, la idea de que, a fin de cuentas, la democracia es el único sistema que trae progreso de verdad, ataja la violencia y crea unas condiciones de coexistencia pacífica que permiten ir dando solución a los problemas. Es menos vistoso y espectacular de lo que quisieran los impacientes justicieros, pero, juzgando con los pies bien asentados sobre la tierra, ¿cuáles son los modelos revolucionarios exitosos? ¿La trágica y letárgica Cuba, de la que millones de cubanos siguen tratando de escapar, cueste lo que les cueste? ¿La destrozada Venezuela, que se muere literalmente de hambre, sin medicinas, sin trabajo, sin luz, sin esperanzas, secuestrada por una pequeña pandilla de demagogos y narcotraficantes?

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Y sigo yo (¡otra vez!)

Condolerse por las víctimas del Terrorismo de Estado es una obligación de cualquier persona de bien. Tener ese tipo de opiniones no equivale a que uno tenga que apoyar o estar de acuerdo con lo actuado por los grupos terroristas ni viceversa, si uno condena a estos muchachos idealistas de la “juventud maravillosa” que asesinaron y mataron sin misericordia a muchos compatriotas que, en muchas oportunidades, ni siquiera eran sus objetivos, no quiere decir que uno avale lo actuado por la dictadura.

Veo con lastimosa frecuencia que, quienes pretenden reivindicar a unos muertos, terminan justificando los victimarios del otro bando. La diferencia entre unos y otros fue cuantitativa; unos lograron más poder y por tanto mataron más gente. Pero ninguno de los bandos en pugna pretendía llegar al poder legalmente mediante elecciones libres convenciendo al electorado con argumentos.

Por eso, la memoria de hoy, deber ser muy amplia y condenar para siempre la violencia de cualquier signo. Condenar asimismo a cualquiera que, amparado en unas supuestas buenas intenciones o en las también supuestas malas del adversario, pretendan tomar el poder por la elocuencia de las armas o del apriete descarado. 

No podemos matar al asesino, ni torturar al torturador ni violar al violador sin convertirnos en lo mismo que queremos condenar. 





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