Ficción por Marta Tomihisa
Acurrucado con las manos atadas hacia delante, había encontrado este pedazo de viga con clavos y astillas que le lastimaban las manos.
Con esto golpeaba, desesperadamente, la puerta cerrada por el hombre que lo había dejado allí, maniatado e indefenso…
Se sentía como una mosca sujeta a la tela de una araña, la cual, habiendo atrapado a su presa, aún tarda en comérsela…
Hacía mucho frío, el lugar era enorme y lo sabía por el eco que producían todos los sonidos. Además, cuando se quedaba quieto oía el tráfico de la calle, los murmullos lejanos de la gente, incluso hacía un rato había escuchado la sirena de una ambulancia luego de una persecución policial, lo que avivó su deseo de ser rescatado del cautiverio.
El arranque de un ciclomotor lo paralizó, ¿sería algún vecino o su secuestrador…?
El apacible sonido de las campanas de una iglesia, lo motivó a seguir apaleando la puerta. La esperanza lo animó, aunque sintió angustia y bronca, decidió que saldría de alguna manera de este encierro…
¿Cuánto tiempo había pasado, desde que lo trajeron aquí?
No podía precisarlo.
Iba hacia atrás en sus recuerdos, se veía subiendo al auto de alta gama (propiedad de su jefe) luego de saludar al portero del edificio en el que trabajaba. Recordaba que previamente, había estado un buen rato ordenando los papeles de su escritorio para la actividad del día siguiente.
Debido a esto, fue el último en salir y comprobar que ya estaba oscureciendo. Hizo el recorrido habitual y al tomar el desvío, ese corto trayecto casi paralelo a la ruta algo lo impulsó a observar por el espejo y ver las luces de ese otro auto, que lo seguía demasiado cerca…
Después, todo pasó tan vertiginosamente…
Lo obligaron a detenerse, forzándolo a ubicarse en la intersección de una ruta, luego a meterse en el baúl de otro auto en el que había unas lonas tiradas y unos diarios viejos.
Cuando el vehículo estacionó finalmente, alguien levantó la tapa, se acercó a mirarlo y dijo:
–¿Y este boludo, quién es?
Después, lo habían dejado aquí…
Por suerte, a pesar de la tremenda situación, no entró en pánico, pero un escalofrío intenso, le recorrió todo el cuerpo. Además, estaba absolutamente convencido de que se trataba de un error.
¿A quién le podría interesar secuestrar a un empleado de oficina, que apenas podía mantenerse? Seguramente lo habrían confundido con otra persona…
Mordió con fuerza la cuerda que ataba sus muñecas, finalmente la desató.
Con las manos libres ahora, siguió golpeando con todas sus energías.
De pronto, la cerradura oxidada cedió y la puerta se entreabrió levemente.
De un salto, se incorporó...
En ese momento, se dio cuenta de que le habían sacado los zapatos, pero al menos tenía puestas las medias, metió las manos en los bolsillos y descubrió que estaban vacíos. Sin pensar demasiado, avanzó por un gran galpón en donde había trastos viejos tirados por cualquier lado. Podía divisar los objetos, porque el vidrio de casi todas las ventanas estaba roto y había que caminar con cautela para no lastimarse. Por suerte, entraba la luz de la calle.
Fue hacia la única puerta que había, tenía el picaporte roto y se abrió sin problemas.
Ya en el exterior, la tormenta irrumpió tan imprevistamente que se sobresaltó, parado y descalzo, en medio de una orquesta de relámpagos y truenos…
Divisó una escalera casi pegada a la pared, que descendía a un patio interior cubierto de maleza crecida.
Sintió que algunos pastos húmedos, le atravesaban las medias y se hundían en su carne, pero ni siquiera se quejó de la emoción que sentía al comprobar que estaba huyendo, hacia su liberación…
A la derecha, el alambre que separaba este inmueble de la casa vecina, estaba roto y caído hacia un lado. De un salto, lo sorteó y avanzó por allí, lo más rápido que pudo hasta llegar al cerco lindero y luego hasta el siguiente, trepando con mucha ansiedad, otro y otro más…
A esa hora del atardecer los patios de las viviendas estaban desiertos, el frío y la lluvia hacían que la gente permaneciera en el interior de sus casas.
De pronto escuchó voces, un murmullo casi armónico semejante a un cántico. Esta propiedad era la más grande y sólida de todas, decidió hacer una inspección ocular. Temblaba de emoción mientras avanzaba con mucha prisa y sigilo, empapado por la lluvia…
Recorrió un pasillo interminable hasta una puerta de madera, un cartel clavado sobre ella, decía:
Secretaría parroquial: 9 a 12hs
¿Un templo…?
Con sigilo, entró por un pasillo en penumbras, hasta llegar al recinto…
Caminó por el costado del altar, el sacerdote lo observó sorprendido pero divertido ante la inesperada presencia de ese hombre apurado y descalzo, caminando hacia él…
La voz apacible del cura, celebraba la misa hablando del regreso del hijo pródigo, repetía pausadamente las palabras del sermón:
“Hijo mío, ya has vuelto a casa…”
7 comentarios:
Después de la tragedia siempre hay esperanza.Gracias
Marta ,como siempre despierta la sensacion de curiosidad hasta el final.Hermoso relato,por un momento me agite,Ja ja
Elsa nos dijo: Muy bueno Marta!
Que gran imaginación para darnos esas narraciones tuyas.Gracias y saludos a TODOS con cariño .
Que gran imaginación para deleitarnos con tus cuentos.Gracias Marta ,cariños a TODOS.
Aldo nos dijo: Marta, MUY BUENO ¡!!!!! Besos
Norberto nos dijo: Que gran imaginación para darnos esas narraciones tuyas.Gracias y saludos a TODOS con cariño .
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