Macedonia, cortesana de Bizancio. De Francis Fèvre.
Resulta interesante ubicarse en los entresijos de la vida en esa notable ciudad con sus clases dirigentes, sus esclavos y sus menesterosos. También es un buen ejercicio ver cómo una misma historia puede ser contada, tomando como protagonista a sus distintos personajes. Es inevitable traer a la memora aquella inolvidable Teodora de Paul Wellman.
La caída de los gigantes. De Ken Follet.
Más de lo mismo, podríamos decir, respecto de las novelas anteriores (Los pilares de la Tierra, Un mundo sin fin o Las tinieblas y el alba), y esto no es descalificante. En este caso nos sitúa en tiempos de la Primera Guerra Mundial, desde poco antes de su estallido hasta poco después de firmado el armisticio. Vemos en detalle los intereses que se movieron entre los alemanes, los ingleses, los rusos y los norteamericanos con los pros y los contras de ingresar o no a la contienda. Si bien los países beligerantes fueron muchísimos más, la acción transcurre con personajes de estas nacionalidades, y solo tangencialmente se hace referencia a Austria, el Imperio Otomano, Bulgaria, etc. Las acciones bélicas tratadas en detalle son las llevadas a cabo por Alemania en el frente francés y el ruso. De los otros frentes no se hace mayor referencia.
Vivimos las vicisitudes de los ricos y pobres de estos países. Si bien la vida de los mineros y obreros de Gran Bretaña y Alemania no tenían nada de agradable, y las diferencias sociales con las clases “nobles” eran terribles, todo ello hubiese sido deseable para el campesinado ruso en épocas del Zar.
El invierno del mundo. De Ken Follet.
Continúa la saga con los descendientes de esas familias rusas, americanas, británicas y alemanas. Ahora en el escenario de la Segunda Guerra Mundial. Asistimos a “la previa” de la guerra, con la experiencia de la Guerra Civil Española, donde los fascistas alemanes e italianos, al tiempo que apoyan indisimuladamente la insurrección de Franco, prueban sus armamentos como ensayo de lo que vendrá. Asistimos a las vicisitudes por las que atraviesa la gente común durante los conflictos, sus penurias y la gran tragedia en la que se ven envueltos. Todo ello mezclado con pasiones, amores y odios personales de los personajes, que hacen que sea, a la vez, una novela de aventuras y una verdadera lección de historia. Leyendo tratados de historia, podremos enterarnos, tal vez, con más precisión de cómo fueron todas y cada una de las batallas que se libraron, pero difícilmente nos haremos una idea del verdadero drama que vivieron esos pueblos que fueron arrastrados a una contienda inicua. El autor nos cuenta los arcanos del desarrollo de las armas nucleares, con su secuela de espanto sin cuento.
Espero ansioso a comenzar a leer el último capítulo de la saga.
El umbral de la eternidad. De Ken Follet.
Las mismas familias protagonizan este capítulo de la saga que transcurre durante la guerra fría hasta la asunción de Obama, que se menciona solo como detalle al final de la obra. Los comentarios que puedo hacer serían una reiteración de los efectuados a propósito de los capítulos anteriores de esta estupenda trilogía. Son conmovedoras las vicisitudes protagonizadas por las familias de Berlín oriental al verse atrapados en una sociedad que los sojuzga y les impide incluso reunirse con familiares que viven a solo pocas cuadras de distancia. Conmueve el relato del derrumbe del odioso Muro. Es muy incisivo también para contarnos la historia de los negros americanos. Al tiempo que USA se muestra (y lo es en muchos aspectos) como paladín de la libertad y la democracia, mantiene odiosas diferencias para con sus propios ciudadanos. Mientras los negros pueden servir a su país y hasta morir por él en Vietnam, no pueden, en muchos casos, votar, ser elegidos, casarse con blancos o simplemente usar los mismos baños en estaciones de tren u ómnibus.
En busca de los neandertales. De C. Stringler y C. Gamble.
Es más un tratado científico con discusión de diferentes teorías acerca de la evolución del hombre que una obra de divulgación. No obstante, se saca algún provecho de su lectura. Vemos de qué manera influyen los cambios climáticos en nuestra historia natural. Se revaloriza la imagen de los neandertales como seres inteligentes y muy exitosos como especie, ya que habitaron nuestro planeta, casi siempre en condiciones climáticas mucho menos favorables que las actuales, durante más de doscientos mil años, cosa que nosotros todavía no hemos logrado.
La pasión según Carmela. De Marcos Aguinis
Como no podría ser de otra manera, tratándose de este notable autor, es una novela con características de no ficción. Ubicada en los finales del régimen de Fulgencio Batista y los comienzos del castrismo, nos cuenta las pasiones y vivencias de jóvenes, atrapados por la mística de las reivindicaciones sociales y de la lucha contra las dictaduras. Cómo esa pasión no les permite ver (aunque en realidad sí ven, pero no lo quieren admitir) que el nuevo régimen instalado no es ni parecido a lo que imaginaron y por lo que lucharon. Solo cuando la represión y la injusticia de la nueva dictadura caen sobre ellos, llegan a la triste conclusión de que, así como arriesgaron sus vidas en la lucha guerrillera, ahora la deben arriesgar para huir de ese régimen que tiene como métodos los mismos del fascismo.
La amante del populismo. De Marcos Aguinis
Novedosísima, para mí, la “construcción” de este ¿relato? Se trata de una entrevista imaginada entre el autor y un personaje muerto hace 60 años. Es una de las tantas amantes de Mussolini que, enamorada del Duce, lo ayuda –gracias a su vasta cultura– a la creación del fascismo. Ella está animada de las mejores intenciones y reconoce, luego de las desviaciones horribles del régimen, que estuvo equivocada, no en sus convicciones, sino en la idea que tuvo de Mussolini, tal vez, cegada por su amor. Describe muy bien la personalidad notable y avasallante del líder del movimiento, así como su falta total de escrúpulos y ausencia de sentimientos de culpa o arrepentimiento. «La mentira y la ausencia de culpa residían en el fondo de su psiquismo y en el fondo del populismo». Se creía infalible y solía decir que alguna vez le «gustaría estar equivocado». Analiza también la influencia que tuvo este régimen para la construcción de otros similares, populismos al fin. Una de sus características comunes es la de considerar al pueblo o a la masa, como una entidad que no debe pensar, sino creer y a la que hay que conducirla por los senderos que el líder, infalible desde luego, le indique.
Dice que «el fascismo no pretende coherencia sino el poder». Esto lo notamos con claridad al ver la impudicia con que se cambia de opiniones según la conveniencia del momento.
Cito:
Era un oportunista en el más estricto sentido de la palabra, como vengo diciendo. Este rasgo se mantuvo vigente en todas las formas del fascismo llámense de derecha o de izquierda, de su tiempo y de futuro. [...] Proclamó en esa oportunidad: "Nos damos el lujo de ser aristocráticos y democráticos, reaccionarios y revolucionarios, legalistas e ilegalistas, de acuerdo a la circunstancia del tiempo, del lugar y del ambiente en la que estemos obligados a vivir y actuar".
Respecto de la Marcha peronista, dice Aguinis:
Esa letra es estimulada por una música hipnótica. Se inyecta el nombre del líder de forma reiterada. Reemplaza los latidos del corazón: ¡Perón, Perón! Nada respecto a la ideología, solo existe la frase «combatiendo al capital», que no refleja una firme tendencia, sino una tendencia oportunista, cambiable.
El peronismo:
…fue un populismo corrosivo. Duró más que los demás y alcanzó a revelar el daño profundo que puede causar a cualquier sociedad. Desde el principio fue evidente su proclividad a la corrupción. Como ejemplo notable cito a Evita, cuyos guardarropas estaban atestados de pieles y sus cajones de joyas. No sentía culpa ni vergüenza por ello. Pero [...] se inmortalizó como protectora de los pobres. ¿Cinismo? ¿Teatro? Los funcionarios del régimen, de la cumbre al piso, se enriquecieron y esa fue la enfermedad que tuvieron cada vez que mantenían o recuperaban el poder. Sus acciones no apuntaban a disminuir la pobreza, sino a convertir a los pobres en sus soldados. Sus acciones solo consiguieron debilitar la democracia, la cultura, el mérito genuino, la mística del trabajo. Jamás lograron un crecimiento sostenido, sino la decadencia en todos los campos. La mentira y la demagogia respondían a su juego binario: más riqueza para acumular más poder y más poder para acumular más riqueza.
En uno de sus últimos párrafos, dice:
Era el Mussolini que tras sus sueños desorbitados había enlodado la Italia de Dante Alighieri y el renacimiento, de compositores de ópera sublimes y un pueblo que amaba la buena comida, los paisajes, la danza y los versos, en una infernal tragedia.
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