viernes, 22 de diciembre de 2023

La Argentina que duele

Hace mucho tiempo que vengo comparando nuestra realidad con una noria, ya que damos vueltas y vueltas para no avanzar jamás. Y si solo fuese que no avanzamos, ya sería catastrófico, pero es aún más catastrófico porque retrocedemos. Y siempre con recetas parecidas que no solo fracasaron cuanta vez las pusimos en práctica en nuestro país, sino que también ocurre sistemáticamente en todo el mundo.

No es casualidad que los países exitosos hacen todo lo contrario de lo que aquí hacemos.

Y la comparación con la noria no es antojadiza, ya que si tomamos portadas de diarios de hace 10, 20 o 30 años, veremos que los problemas son siempre los mismos.

Y, siendo autorreferencial, me permito reproducir algo que escribí hace 5 años, cuando el gobierno de Macri había cumplido su primer año de mandato. Los temas de entonces siguen allí...

La Argentina que duele (diciembre de 2017)

Con todo lo grave que pueda ser la situación económica, no es el principal problema que padecemos los argentinos, aunque sea esto lo que aparece siempre en primera plana.

Situaciones peores que la nuestra (y hasta diría: ¡mucho peores!), padecieron otros países y supieron salir en pocos años.

¿Cuál fue su receta? La convicción de que nada se logra sin trabajo, esfuerzo y una cuota de sacrificio inicialNada se logra, que sea perdurable, esperando que todo nos sea dado por políticos indulgentes, bondadosos y abnegados.

Nada lograremos, en cambio, cuando vemos el deterioro de las ideas que permite que veamos impasibles el recurrente uso de la violencia como método que, irresponsablemente llevan a cabo quienes no quieren perder sus privilegios o quienes pretenden imponer por esa vía lo que no logran por la legalidad de las urnas. Tal parece que de nuestro pasado reciente no hemos aprendido nada. Y, como no somos muy amigos de los términos medios o equilibrados, vemos ante una manifestación violenta, en la que suele haber desmanes, vandalismo y saqueos, que la policía adopta una actitud pasiva porque, si hay una refriega, tienen que dar explicaciones quienes intentaron restablecer el orden y no quienes iniciaron el tumulto.

Es muy grave que ya no nos sorprenda que el padre de un alumno o el alumno mismo agreda a un maestro o cuando vemos que un maestro adoctrina a los alumnos. Cuando alumnos toman un colegio y, pacientemente se espera a que decidan terminar con su actitud delictuosa, sin tomar medidas disciplinarias en su contra ni procurar la recuperación de los días de clase perdidos. Cuando vemos que muchos padres de esos alumnos los apoyan y los padres de quienes no participan en la toma no hacen oír sus voces. Y todo porque los estudiantes –que por su condición de tales no han completado su formación– quieren imponer sus criterios respecto de los planes de educación o las políticas para el sector. 

Tampoco nos llama la atención que el colectivero no respete un semáforo, que no arrime el colectivo al cordón de la vereda, o nos atosigue con música estridente dentro de la unidad.

Vemos como natural que se amontonen papeles, botellas, cartones y bolsas en plena calle, aunque a pocos metros pueda haber un papelero. O cuando entramos a un negocio y no nos saludan.

No nos sorprendemos cuando vemos que quienes nos gobernaron tantos años descubren recién ahora que hay inflación, pobreza, desamparo de los jubilados, delincuencia generalizada, violencia y narcotráfico.

Hemos visto, con una pasividad que asombra, como se permitió durante ¡3 años! la interrupción del tránsito por un puente internacional, así como vemos a diario los piquetes que hacen que, recorrer un corto trayecto en la ciudad, sea una verdadera Odisea.

Tampoco nos asombramos porque haya un paro sorpresa en el transporte o cualquier otra actividad y muchas veces por razones invocadas que nada tienen que ver con las condiciones de trabajo del gremio en cuestión

Ya no es noticia que los jueces, que tendrían que garantizarnos la igualdad ante la ley, disfrutan del privilegio de no tributar en concepto de Ganancias. Un jubilado que no llega al 20% de lo que gana un juez debe tributar por este concepto un 5% de su haber. Por supuesto que tampoco nos sorprende que los jueces fallen en sintonía con los vientos políticos…

¿Se puede lograr una recuperación de la economía sin solucionar primero la raíz de estos problemas? 

Mientras sigamos perdiendo la batalla de las ideas, no caben dudas de que seguiremos tropezando con la misma piedra. Dando vueltas y más vueltas a esta noria que, a la postre, destruye y mata.

No creo que Argentina llegue a llorar por mí, pero yo sí lloro por mi querido país. ¿Cómo no llorar por Argentina?


viernes, 3 de noviembre de 2023

Posmodernismo

En esta época postmoderna, donde todos los días se inventa un nuevo concepto, donde a diario se reasignan significados a las palabras, donde todo es relativo, donde hasta la naturaleza y la biología se cuestionan en favor de estrafalarias teorías, o perspectivas, como se las da en llamar, ya no nos sorprende que se llame bueno a lo malo o negro a lo blanco (Aunque decir «negro» resulte malsonante y sea preferible decir «afrodescendiente»).

Es así como se inventan nuevos conceptos como el «género» en un remedo de «sexo».

La palabra género, en su origen designaba así a una categoría taxonómica, a un conjunto de seres o cosas con características semejantes y a un accidente gramatical.

Da la mala fortuna que ese accidente gramatical, que nada tiene que ver con el sexo, tenga en nuestra lengua dos variantes: el masculino y el femenino. Poco felices estas designaciones que comparten con los sexos. De allí que, los posmodernos nos atosiguen con sus rocambolescas teorías o perspectivas de género, pretendiendo que estos son infinitos. Negando incluso que los atributos físicos –y hasta los emocionales– no sean determinantes del «género» de cada uno, sino que esté determinado por la autopercepción. queda claro que cada uno tiene el derecho a autopercibirse lo que se le dé la gana, pero no es razonable que nos exijan que estemos de acuerdo con tal capricho. Muchísimo menos que, por la sola declaración de autopercepción, se les otorgue un DNI donde conste, como veraz, dicho dislate. ¿Mañana, un joven de 30 años se autopercibe de 65 y pasa a tener derecho a la jubilación?

Y hay flagrantes contradicciones entre lo que proclaman y lo que realmente perciben; si la posesión de órganos genitales no determina el género ¿por qué los «trans» recurren a cirugías y tratamientos hormonales para lograr el género asumido?

Si pretenden que somos iguales, aún en deportes y actividades que requieren ciertas condiciones físicas, ¿por qué insisten en los cupos femeninos? Y en este asunto habría que preguntarles por qué consideran a las mujeres tan inferiores que haya que garantizarles determinadas plazas, como si no tuviesen suficientes capacidades para lograrlas por méritos propios. Deberían, con parecido criterio, exigir cupo femenino en la Facultad de Ingeniería... Sospecho que esa casa de altos estudios, estaría con enormes dificultades para lograr ese 50%... También podrían exigir dicho cupo en las empresas de recolección de residuos domiciliarios o en las cuadrillas municipales o de las empresas de servicios, que hacen zanjas o suben a altas escaleras para reparar cables. ¿Y por qué no pedimos los varones un cupo similar en la Facultad de Medicina? Muchas dudas sin respuesta.

Y resulta que, defendiendo al feminismo, declaran que es el patriarcado que exige a las mujeres estén siempre maquilladas y depiladas. Yo me pregunto ¿quién las obliga a esas conductas? y si las adoptan, ¿para agradar a quién? Y la flagrante contradicción está en que machacan hasta el cansancio que vestirse, maquillarse y depilarse de esa manera, no tiene nada que ver con ser mujer; pero cuando se trata de las «chicas trans», allí sí que es muy cool ese tipo de conductas impuestas por el patriarcado.  

Otro concepto muy actual es el de la «deconstrucción» de ciertas conductas o pautas de comportamiento propias del sexo, especialmente del masculino. Insisten en el «sexo asignado» al nacer. Podemos entender que haya casos, muy escasos por cierto, en que, al nacer, la partera o el médico interviniente puedan haber cometido un error. Pero eso es un tema absolutamente insignificante desde lo cuantitativo. Y es así que ensayan prácticas de deconstrucción del machismo o de la «masculinidad tóxica».

Parece que el machismo es malo y el feminismo es bueno. Parece haber solo toxicidad para la masculinidad –y lo es, claramente, en el caso de golpeadores de su pareja– pero no califican de igual manera a las feministas que se desnudan en manifestaciones e insultan y agreden a cualquier varón que ose acercarse, llegando incluso a arrojarles fluidos menstruales u orines cuando no se dedican a defecar a las puertas de una iglesia. Pero esas conductas no son tóxicas para nuestros progres modernos y bienpensantes. ¿Qué pasaría si los integrantes de algún «colectivo» no identificado con estas «autopercepciones», se pusieran a defecar frente a un local de estas feministas o, simplemente, se manifestara ruidosamente en contra de estas teorías? 




Causas y efectos; fines y medios

La causa y el efecto

El femicidio

No soy jurista, abogado ni siquiera conocedor profundo de temas legales; no obstante, creo que el derecho descansa sobre una base de sentido común o racionalidad. Y, por supuesto, eso me da pie para opinar sobre estos temas.

No sé si el «femicidio» como tal figura en nuestro código penal, pero si así fuese, me parecería una aberración total. ¿Por qué la muerte de una mujer a manos de un hombre, por sí misma, tiene que requerir un tratamiento especial? Estamos ante un claro caso desigualdad ante la ley.

Cualquier homicidio puede contar con agravantes y atenuantes. Entre los primeros ya está legislado el vínculo; ya sea un novio, un exnovio, un esposo, un hermano, etc. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre. En todos esos casos podemos hablar de violencia familiar, mucho mejor que violencia de género. También se encuentra la alevosía entre los agravantes. Y esta alevosía suele estar presente por estar el homicida armado o ser manifiestamente de una fortaleza física superior. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre, aunque suela ocurrir menos frecuentemente.

Creer que se trata de hombres que matan mujeres por el hecho de ser mujeres, es una pretensión arbitraria que no tiene sustento alguno. Si hay casos, seguramente sin importancia cuantitativa, se trata evidentemente de un severo trastorno mental y no inherente a la condición masculina.

Pretender que se va a conseguir disminuir este tipo de delitos creando una figura penal que aumente las penas es un claro ejemplo de acción contra el efecto y no contra la causa. Y creo que está probado que el aumento de las penas no disuade al delincuente.

El aborto

Más allá de la posición que se tome frente a la conveniencia o no de aprobar el «aborto libre y gratuito» y de la mayor o menor cantidad de disparates que le encontremos a la ley recientemente aprobada, es evidente que es mucho mejor prevenir el embarazo no deseado que recurrir al aborto. A pesar de lo fácil, cuando no gratuito, acceso a los variados métodos de prevención, no veo que se haya puesto tanto empeño para conseguir una ley de educación sexual orientada a este tema y no a alocadas teorías o perspectivas de género, como sí se luchó denodadamente para aprobar el aborto. Una vez más, actuando sobre el efecto y no sobre la causa. Con el agravante, en este caso, de que se fomenta la irresponsabilidad en las relaciones sexuales: «¿Para qué me voy a cuidar, si otro se hará cargo de las consecuencias?».

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¿El fin justifica los medios?

La Ley Sáenz Peña

Si bien fue interrumpida reiteradas veces, la aplicación de La Ley Sáenz Peña no parece habernos proporcionado grandes beneficios. Tanto así es que, hoy, no podemos decir que estemos mejor que hace 100 o 120 años. Yo sé que esta afirmación me traerá severas críticas de parte de los adalides de lo políticamente correcto. No obstante, no puedo negar que dicha ley ha otorgado legitimidad a los gobiernos nacidos a su amparo.

Muchos «demócratas» que rasgan hoy sus vestiduras al recordar el «fraude patriótico» de la llamada Década infame por no respetar la soberana decisión popular, no dudan en perpetrar toda suerte de engaños, triquiñuelas y hasta descarado fraude –aunque sea en pequeñas proporciones o no tanto– sin que por ello crean ser distintos de aquellos que lo hicieron a mayor escala.

Ellos se perciben ahora como únicos portadores de la Verdad Revelada e impulsados por las mejores intenciones y por el claro objetivo de las causas populares; aunque los resultados de sus políticas demuestran reiteradamente rotundos fracasos y un constante empobrecimiento de esas mayorías.

Es otro ejemplo de lo descaminado que es creer que el fin justifica los medios.

El terrorismo de izquierda y el terrorismo de estado

En los tristemente recordados años 70 del siglo pasado, tanto unos como otros eligieron sin dudarlo métodos incalificables en sus acciones, animados por la causa que pretendían justa. El resultado  de creer que el fin justifica los medios nos lleva, una vez más, a la barbarie perpetrada tanto por unos como por otros. 

Y este es el más claro ejemplo de lo atroz del apotegma de que «el fin justifica los medios».

¿Aprenderemos algún día?

jueves, 12 de octubre de 2023

El 12 de octubre

 Y finalmente llegó la primavera y con ella también el 12 de octubre, fecha que no pasa desapercibida, tanto para sus cultores como para sus detractores. Fecha esta que es una bisagra de la historia como pocas. Fecha en la que medio mundo se anotició de la existencia de otro medio mundo.

Fecha en que culminó una de las epopeyas mayores de la Humanidad. Fácil es hoy cruzar el Atlántico, ya sea en barco o en avión. Aún no sería lo mismo si alguien se dispusiera a efectuar la travesía en una cáscara de nuez como eran las naves del almirante genovés. Y esto es porque no se trata, hoy, de un viaje a lo desconocido y con una tripulación altamente supersticiosa que imaginaba que pronto caerían al abismo. Pero, además, hoy seguramente podrían contar esos hipotéticos aventureros con GPS que los orientarían con una precisión que no podían prestar las brújulas o los sextantes.

Desde luego que ese descubrimiento notable trajo como secuela conquistas, despojos y atrocidades que eran, por otra parte, las reglas de uso de la época en que las guerras eran de conquista y otorgaban derechos de saqueo, violación, muerte y esclavización. 

Las «leyes» de la guerra –vaya oxímoron– son una conquista muy reciente de la Humanidad.

Me permito a reproducir un texto que escribí hace algunos años:


Historias de saqueos e invasiones (y del respeto a la diversidad)

Con mucha frecuencia veo la dignísima preocupación de mucha gente por la reivindicación de las culturas amerindias precolombinas. Con toda seguridad los animan nobles sentimientos, pero creo que sus reclamos suelen tener poco espíritu crítico.

Negar que hubo un descubrimiento y enfatizar que sí hubo saqueo e invasión es mirar solo una parte de la historia. El descubrimiento que sí hubo fue, para la cultura europea, nada menos que un continente entero, con su flora, su fauna y sus civilizaciones. Y lo hecho por Colón fue un hito innegable para la humanidad que era inevitable que se produjera, más tarde o más temprano.

No menos tremendas deben haber sido las caídas de Roma a manos de los bárbaros, o la de Constantinopla por los turcos (ambas con los saqueos y la ocupación correspondiente) para mencionar solo dos muy sonadas. A su turno, los romanos habían invadido y dominado casi todo el mundo conocido entonces y, si seguimos, no acabaremos nunca de ver el rastro de guerras y desolación con que el ser humano fue regando su derrotero. La historia de la humanidad, pues, no es otra cosa que la invasión y dominación de los más débiles por los más fuertes. Atrocidades se cometieron siempre –también en nuestro continente, donde ya las había y en cantidades antes de la llegada de Colón– por codicia, por dogmas religiosos o por pura barbarie. Baste recordar el incendio de la biblioteca de Alejandría, «cuando el califa Omar hacía referencia a la biblioteca de Alejandría, manifestaba: Si no contiene más que lo que hay en el Corán, es inútil, y es preciso quemarla; si algo más contiene, es mala, y también es preciso quemarla» (Cita tomada de Wikipedia).

Si los indígenas americanos hubiesen dominado la navegación a vela, conocido la rueda, la escritura, la pólvora, la metalurgia del hierro y contasen, además con caballos sobre los que montar, todo eso antes que los europeos ¿quién hubiese invadido y saqueado a quién?

Analizando situaciones de la historia, vemos que, si bien los romanos fueron derrotados y saqueados, poniendo punto final a su imperio, sin embargo, los bárbaros no pudieron arrasar su cultura, por ser claramente superior; por el contrario, adoptaron sus instituciones, su arte, y sus costumbres y aún su alfabeto y mucho de su idioma, adaptándolos a sus modos y usos regionales. Y aún antes, los romanos que dominaron Grecia, ¿pudieron barrer su cultura o, más bien, la asimilaron?

En América no ocurrió esto o bien ocurrió en menor grado, porque el desarrollo de las culturas indígenas, era inferior a la cultura de los invasores. Creo que lo anterior merece una disquisición de mi parte, aunque tal explicación, probablemente no me salve de que me condenen a arder en el más abyecto de los avernos imaginados por la Santa Inquisición del INADI. Cuando hablo de la cultura de los conquistadores, no me estoy refiriendo particularmente a Pizarro, Alvarado o Cortés en forma específica, sino a España, a Europa y a occidente en general.

A poco que se estudie la evolución de cualquier sociedad primitiva, se verá que su desarrollo cultural pasa inexorablemente por diversas etapas, que se dan casi como regla matemática, pasando por las culturas de la piedra a la de los metales, con la secuencia: cobre, bronce, y hierro, para la construcción de herramientas. La escritura llega luego de estos avances o en sus postrimerías.

En la América precolombina, no se había llegado a la edad de los metales, solo había (y en eso habían alcanzado a un grado de sofisticación notable) un desarrollo de la artesanía de materiales preciosos –oro, plata y también pedrería– solo con fines ornamentales.

Es por ese menor desarrollo que las civilizaciones precolombinas no corrieron la misma suerte que la cultura romana, ya que, si bien no murieron, sí quedaron muy reducidas. Nadie niega todos los valores artísticos, sociales y tecnológicos que pudieron haber conseguido tanto Aztecas como Mayas (cuya cultura desapareció y no por culpa de Colón) o los Incas, pero ninguna de ellas brilló por su respeto a las libertades y los derechos individuales de las personas. No sabemos cómo hubiesen evolucionado estas civilizaciones sin la irrupción europea. Lo que sí sabemos es que no hay indicios de una concepción ética que los indujera a respetar a otras culturas o a otros individuos que, simplemente, perteneciesen a otras tribus, sino, más bien, todo lo contrario. Su historia cuenta con tantas guerras de conquista como cualquier otra. Del respeto a otras razas, nada podemos decir, habida cuenta de la homogeneidad que, en ese aspecto, había en América. Por ello, no podemos cuestionar el derecho de los españoles a la conquista de América sin hacerlo también con el derecho de Incas y Aztecas al sojuzgamiento de sus vecinos. Sobre todo, no podemos juzgar éticamente las conductas de hace cuatrocientos años con la moral de hoy.

Me animo a decir que todas las civilizaciones recelaron de sus vecinos y los esclavizaron o sometieron si pudieron, aún las precolombinas. Todas practicaron algún grado de discriminación para con los débiles, o minoritarios o simplemente no pertenecientes a lo que se entendía como “normal”, llámense homosexuales, dementes, epilépticos o retardados.

Esa fobia a lo distinto, es probablemente un carácter atávico que arrastramos desde épocas prehistóricas, que tuvieron su razón de ser y su utilidad para la conservación y defensa de la tribu. Una cierta uniformidad y cohesión, semejante a la de numerosos mamíferos sociales, da seguridad al grupo. Luego, la tolerancia a lo distinto no es genética sino cultural y, me animo a afirmar, bastante reciente en la historia de las civilizaciones, muy posterior al 12 de octubre de 1492. También me animo a decir que dicha tolerancia, también es producto de la civilización de occidente. Allí fue donde se habló por vez primera en la historia de los derechos humanos inalienables. De la declaración al hecho, hay, desde luego, un grande y sinuoso trecho que, probablemente, nunca se terminará de recorrer.

Hoy, aún los que defienden las culturas indígenas, no rechazan las instituciones del occidente europeo, tanto los que proclaman el socialismo como el liberalismo o los derechos humanos que todos hoy reconocen.

Algo positivo dejó, después de todo, la cultura europea en América.


lunes, 9 de octubre de 2023

La guerra

 

Antiguamente el resultado de las guerras solía favorecer a los ejércitos más numerosos y disciplinados, siendo protagonista de las batallas la lucha cuerpo a cuerpo. Con el advenimiento del uso de las armas de fuego, igualmente siguieron jugando un papel muy importante los combates sobre el terreno. Hoy, buena parte del conflicto se resuelve en oficinas, pulsando botones. Ello no hace más humana la guerra, por la enorme capacidad de daño que se produce sobre poblaciones civiles. 

Es evidente que, si quienes deciden y programan las guerras tuvieran que ir a los frentes de batalla, tendríamos muchísimos menos conflictos.

Presenciamos en estos días una guerra entre dos pueblos que no pueden ser más parecidos y hermanados por historia raza y religión. Absurda guerra, como suelen serlo todas, que no parece tener fin. 

Como tampoco parece tener fin el conflicto, agudizado en estos días, entre Israel y sus vecinos.

Yo me pregunto entonces cuales son las verdaderas motivaciones de los conflictos e inmediatamente me vienen a la memoria estupendas reflexiones de consagrados autores.

Por ejemplo, Jonathan Swift en «Los viajes de Gulliver»:

Me preguntó cuáles eran las causas o razones usuales por las que un país le hacía la guerra a otro. Contesté [...] A veces la ambición de los príncipes que piensan que nunca tienen tierras o pueblos suficientes que gobernar; a veces la corrupción de los ministros que comprometen a sus señores en la guerra a fin de ahogar o distraer el clamor de los súbditos contra su mala administración. Las diferencias de opinión han costado muchos millones de vidas; por ejemplo; si la carne es pan o si el pan es carne; si el jugo de cierta baya es sangre o vino; si el silbar es un vicio o una virtud; [...] Ninguna guerra es mas furiosa y sangrienta, o de más larga duración, que las ocasionadas en diferencias de opinión, es especial si se tienen por objeto cuestiones sin importancia.

A veces la disputa entre dos príncipes es para decidir cuál de ellos desposeerá a un tercero de sus dominios, sobre los cuales ninguno de ellos tiene el menor derecho.

Una causa de guerra muy justificada es invadir a un vecino después de que su pueblo ha sido asolado por el hambre, destruido por la peste o desgarrado por luchas intestinas. [...] Si un príncipe envía fuerzas a una nación donde el pueblo es pobre o ignorante, puede legalmente dar muerte a la mitad de ellos y esclavizar al resto con el fin de civilizarlos y sacarlos del estado de barbarie en que viven. Una práctica honorable, frecuente y propia de los reyes cuando un príncipe desea la ayuda de otro contra una invasión es que el príncipe que vino en su ayuda, cuando el invasor ha sido expulsado, se apodere él mismo y mate, encarcele o destierre al príncipe al que ha venido a socorrer.

Otro autor que hace profundas y muy sentidas reflexiones acerca de este punto es Benito Pérez Galdós, en su admirable «Trafalgar». Los párrafos que transcribo son las reflexiones de un muchacho, grumete en una nave española que naufragó en la célebre batalla. El muchacho en cuestión se encuentra en un bote salvavidas, compartiendo su suerte con otros marineros, tanto españoles como ingleses:

La lancha se dirigió . . . ¿adónde? [...] La oscuridad era tan fuerte que perdimos de vista las demás lanchas, y las luces del navío Prince se desvanecieron tras la niebla, como si un soplo las hubiera extinguido. Las olas eran tan gruesas y el vendaval tan recio, que la débil embarcación avanzaba muy poco, y gracias a una hábil dirección no zozobró más de una vez. Todos callábamos, y los más fijaban una triste mirada en el sitio donde se suponía que nuestros compañeros abandonados luchaban en aquel instante con la muerte en espantosa agonía. No acabó aquella travesía sin hacer, conforme a mi costumbre, algunas reflexiones, que bien puedo aventurarme a llamar filosóficas. Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me turbaré ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de entonces. Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma? Pues bien: en nuestras lanchas iban españoles, e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres. Yo miraba a los ingleses remando con tanta decisión como los nuestros; yo observaba en sus semblantes las mismas señales de terror o de esperanza, y, sobre todo, la expresión propia del santo sentimiento de humanidad y caridad, que era el móvil de unos y otros. Con estos pensamientos, decía para mí: "¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?" Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: "Pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra, lo echa todo a perder, y sin duda en todas ellas debe de haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro — añadí— de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia". Así pensaba yo. Después de esto he vivido setenta años, y no he visto llegar ese día.

¿Veremos alguna vez llegar ese ansiado día? Yo estimo que no y no porque me queda poco en este mundo, sino porque las motivaciones que lleva a desencadenar las guerras, forman parte del acervo humano.




martes, 26 de septiembre de 2023

El negacionismo


Del libro «La gran mascarada» de Jean-François Revel tomo la siguiente frase:

Los negacionistas pronazis son solo un puñado. Los negacionistas procomunistas, legión. En Francia hay una ley (la Ley Gayssot, nombre del diputado comunista que la redactó y que, como se puede comprender, solo ha mirado los crímenes contra la humanidad con el ojo derecho) que prevé sanciones contra las mentiras de los primeros. Los segundos pueden negar con toda impunidad la criminalidad de su campo preferido.

Lo anterior fue escrito en el año 2000 y se refería a Francia en particular, pero entiendo que es perfectamente aplicable a otras latitudes y épocas. 

Y cuando digo «otras latitudes y épocas» estoy haciendo referencia clara a nuestra realidad de hoy.

Basta que alguien pretenda señalar los atroces crímenes y atentados que perpetró la guerrilla subversiva en nuestro país, para que sea, inmediatamente, tildado de estar a favor de la dictadura, de la desaparición forzada de personas, de la tortura y otras aberraciones. No puede haber posiciones críticas para ambas partes. 

Y lo vemos claramente en los homenajes, subsidios y recordatorios permanentes para las víctimas de la persecución ejercida por el gobierno de facto de la última y terrible dictadura, pero jamás un recordatorio para las víctimas del otro lado. 

Y cuando alguien (me refiero en particular a Victoria Villarruel) pretende esa negada reparación histórica, la acusan livianamente de negacionista. Hasta donde yo sé, nunca la oí negar y mucho menos justificar lo actuado por la Dictadura. 

¿Quiénes son, entonces, los negacionistas? ¿Los que pretenden reivindicar a ciertas víctimas o los que se oponen a tal reivindicación?  

martes, 19 de septiembre de 2023

Economía intuitiva

Por más que yo creo que la economía encierra muchos conceptos que son contraintuitivos (basta leer La economía en una lección de Henry Hazlitt) he titulado esta entrada Economía intuitiva, porque es lo que yo intuyo acerca de ciertos temas económicos.

Muchos economistas, muy sapientes, diagnostican que nuestro presente es el resultado de muchas décadas de políticas equivocadas a las que los argentinos están muy apegados y en un número importante, tanto como para ganar elecciones.

Y ello nos lleva, una y otra vez, a catástrofes de las que salimos con pequeñas y fugaces “primaveras”, que duran lo que la estación del año o menos.

Esas políticas, a grandes rasgos, son las de creer que un Estado grande nos protege; que es su ausencia y no su presencia la que produjo las crisis y la decadencia; que es importante tener una petrolera estatal o una línea aérea de bandera (aunque sus cuantiosas pérdidas podrían dedicarse, por ejemplo, a mejorar y desarrollar nuestra red ferroviaria, sobre todo teniendo en cuenta que el tren es más «Nac&pop»). 

No parece importante el hecho de que, en las cuestiones que le son indelegables  (como son la justicia, la seguridad y la educación), el estado ha demostrado ser absolutamente ineficiente cuando no corrupto o cómplice de las peores prácticas.

Y ese crecimiento elefantiásico conlleva inexorablemente a aumentar los impuestos a niveles de asfixia, lo que nos deja fuera de toda posibilidad de competir. 

Si pagamos impuestos, entre otras cosas, para seguridad, salud y educación y luego debemos acudir a privados que nos cuiden, que nos atiendan la salud y que eduquen a nuestros hijos (y no estoy hablando de clases especialmente pudientes), es más que evidente que ese Estado no nos está proporcionando los servicios por los que pagamos.

Si no cumple con lo elemental, ¿por qué creemos que va a administrar bien la compañía de aviación, la petrolera o los ferrocarriles?

Inmediatamente salen los defensores del estatismo a culpar precisamente a las privatizaciones de los 90 por los fracasos posteriores. Pero no se preguntan quién privatizó ni cómo lo hizo y, mucho menos, qué controles ejerció posteriormente. No hubiera ocurrido la catástrofe de Once, para dar un ejemplo, si se hubiesen ejercido apropiadamente los controles pertinentes.

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Veo con frecuencia que, en programas periodísticos de actualidad, invitan a aquellos conocidos economistas antes mencionados para dar su visión acerca de nuestros reiterados fracasos en la materia.

Respecto de abrir la economía (como han hecho y hacen países con modelos económicos exitosos), algunos economistas suelen mostrarse favorables a tal medida. Inmediatamente, algún sensible y progre panelista le suelta algo así como: «Cuando ingresan de China los productos textiles, quedan en la calle 300 familias porque no pueden competir con esos precios; ¿qué hacemos con eso?».

Este concepto no es solo de los panelistas sensibles, sino que es compartido por gran parte del electorado, si no, no tendríamos gobiernos que sistemáticamente cierran la economía para proteger a esas 300 familias en detrimento del resto de la ciudadanía. 

No he visto que esos economistas den una respuesta categórica a esta afirmación, sino respuestas generales como ser «Tal o cual país, abrió su economía y le va bien». Pero el panelista y los televidentes, siguen pensando en las 300 familias que quedan sin sustento.

Otro argumento que exhiben los defensores del proteccionismo es que, en la época de Martínez de Hoz, se abrió la economía y arruinó la industria nacional. No analizan que, para que nuestra industria pueda competir con la foránea, debe, primero, quitársele buena parte de la pesada carga tributaria que sufre y que no es tal en aquellos países que nos «inundan con la introducción de sus productos».

Y, lo que es peor, piensan que, quien quiere abrir la economía es un malvado al que no le importan esas 300 familias. 

Y, por muy bien que expliquen cuál es el modelo al que aspiran, nunca explican del todo cómo se lograría desmantelar tanta estructura ineficiente, cuando no corrupta o mafiosa; cómo se haría, en suma, esa transición inevitablemente dolorosa (pero menos dolorosa y costosa que persistir en recetas equivocadas) hacia modelos que dejen definitivamente atrás la decadencia.


jueves, 14 de septiembre de 2023

Párrafos 2


Tomado de: Crítica de la razón populista de Miguel Wiñaski:

El enemigo

El dadaísmo populista encubre su naturaleza cleptócrata, propiciando el esperpento sociopolítico de estructurar a una sociedad en contra de sí misma, azuzando la beligerancia retórica por cualquier cosa, mientras se incrementa el botín de los corruptos. Para Chantal Mouffe, el enemigo no debe ser destruido en su modelo de democracia radicalizada. Al contrario, el enemigo debe ser construido y redivivo todo el tiempo. Gobernar es sembrar enemistades. Cristina Fernández ha sido su mejor alumna. 

Y, a la construcción del enemigo, le sigue la del odio

El oficialismo activó en la Argentina un espectáculo en el que se invitaba a los mayores y también a los chicos, a escupir fotos con el rostro de diversos periodistas conocidos y de gran trayectoria. [...] Lo relevante, básicamente, fue la consagración del odio como metodología sociopolítica y antropológica legítima y deseable.

Combatiendo al capital

El populismo es un anticapitalismo de púlpito. Pero esa iglesia, el populismo, perdona al capitalismo práctico y condena al capitalismo filosófico libertario.

Dato mata relato (no siempre)

La razón populista colapsa contra sí misma, porque un día la fe en los líderes decae, porque ya no quedan más palabras que inventar, enemigos que elegir, conspiraciones que diseñar, y porque, a pesar de la intención de perennidad, todo termina al fin. Las antinomias de la Razón Populista son más físicas que metafísicas. La Razón Populista colapsa cuando se confronta su discurso con los datos. Los hechos son una catástrofe para la utopía populista y neopopulista.

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Aunque uno ya esté convencido de que las ideas del liberalismo son las que realmente sacan a los pueblos de la pobreza y el atraso, siempre es bueno entender, con demostraciones teóricas y empíricas los fundamentos de tal creencia.

Agustín Etchebarne en La clave es la libertad nos dice:

Cómo ser “ricos y opulentos”

Si observamos el país capitalista por excelencia, los Estados Unidos, veremos que además existe una extraordinaria movilidad social. Muchos latinos cruzan la frontera, arriesgando sus vidas, para ingresar a las promisorias tierras del "sueño americano". Eligen hacerlo porque saben que del otro lado encontrarán la oportunidad de progresar. Efectivamente, el 93% de los inmigrantes logra salir de la pobreza en apenas quince años. (Horowitz, 2015). Los países anglosajones como Australia y Canadá alcanzaron similares niveles de prosperidad.

Japón, Alemania e Italia ingresaron al club de los “ricos y opulentos” luego de perder la segunda gran guerra e incorporar las instituciones de la democracia liberal del país invasor: los Estados Unidos. […] Pareciera que basta ser invadido por Estados Unidos y adoptar sus instituciones como para avanzar a pasos agigantados, como también les ocurrió a Alemania o Italia. 

El Capitalismo mejoró la producción, la alimentación y la salud 

La multiplicación de la productividad se basa en la acumulación de capital. Un trabajador americano sentado sobre un tractor John Deere tiene la fuerza de 300 hombres y tiene 300 veces la productividad de un país atrasado de África. La acumulación de capital y los Inventos son los que sacan a los trabajadores de la pobreza. [...] 

Puede sorprender, pero quienes expresaron de forma más tajante el progreso del capitalismo en Inglaterra fueron nada menos que Karl Marx y Frederich Engels en su "Manifiesto Comunista" (Marx y Engels, 1848, 2017, pág. 54): "En apenas cien años de dominación como clase, la burguesía ha creado fuerzas de producción más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas”. Karl Marx sin dudas fue un gran crítico de las desigualdades sociales que todavía eran inmensas en la época victoriana, pero no podía dejar de ver que el aumento de la cantidad de bienes y servicios era abrumador con relación a cualquier época anterior. Para Marx, el capitalismo era una fase positiva en el largo camino del progreso, solo que

no lo veía como la última etapa, sino que creyó que podía acelerar el camino hacia una utopía que imaginó como socialismo o comunismo, donde todos serían iguales y habrían desaparecido la envidia y el odio. Lamentablemente, eligió el camino de la violencia y propuso "la lucha de clases" para alcanzar el objetivo. Marx se equivocó, primero, en u predicciones. Como veremos, no fue cierto que aumentó la desigualdad, sino todo lo contrario. Se equivocó también en el medio violento. Por último, se equivocó en lo que generaría la propiedad común de los medios de producción. Sus teorías generaron más de 100 millones de muertos por violencia y hambre. [...] Es difícil comprender lo que fue el avance de esos años sin ver que hasta mitad de siglo la medicina era totalmente exclusiva y privilegio de las familias aristocráticas.

La clave es la libertad

Hasta el continente de África empieza a transformar sus instituciones hacia la libertad, y está a punto de firmar un amplio tratado de libre comercio entre muchos de sus países. Sudáfrica se había distinguido del resto, pero desde los '90 Botswana es un caso para seguir de cerca; es impresionante el crecimiento y la mejoría de este país. [...] podemos ver cómo Botswana se acerca a la Argentina rápidamente en términos de PBI per cápita (es decir en producción de bienes por persona). La diferencia es que Botswana está 36 en el índice de libertades económicas elaborado por la Fundación Heritage y Argentina está 148. Nuevamente se observa que la clave es la libertad. 

La desigualdad

Para explicar este punto [la desigualdad], el profesor Martín Krause suele hacer una comparación entre su familia y la de Bill Gates. El señor Krause [padre] en los años '50 ganaba cerca de 1000 dólares, comparado con el padre de Bill Gates que ganaría, por ejemplo, el doble, unos 2000 dólares. Pero en la siguiente generación, ahora el profesor Krause gana unos 5000 dólares mensuales, mientras que Bill Gates gana unos 240 millones de dólares por día. La brecha entre ambos sin duda se ha agigantado con respecto a la generación anterior. Sin embargo, el profesor Krause se pregunta: ¿acaso estoy peor que mi padre? Y la respuesta es que no, que está mejor. Entre otras cosas, porque hoy tiene una computadora que utiliza el software diseñado por Bill Gates y que se lo vende a un precio razonable y cada dos años lo mejora sustancialmente. Bill Gates gana mucho dinero porque sus productos benefician a miles de millones de personas en todo el mundo, pero eso enriquece al conjunto de la humanidad, no empobrece a nadie, recordemos nuevamente que la economía no es un juego de suma cero. Lo relevante es salir de la pobreza, no la diferencia con quienes más ganan. A menos que creamos que uno es pobre porque otro se enriquece, pero eso solo es cierto si no funciona la igualdad ante la ley, y existen privilegios en el mercado, entonces habría que ir contra esos privilegios específicos. Usualmente esos abusos son mucho mayores en los países populistas o no capitalistas, es por eso que hay que mejorar el imperio de la ley. 

La mayor desigualdad se da entre gente de muy bajos ingresos

El primer gran salto se da entre quien vive con menos de dos dólares por día (pobreza extrema) y quien ya ha salido de la pobreza, unos 10 dólares por día. Es la diferencia entre tener alimentos, ropa, vivienda, calefacción y atención de la salud y educación, y no tener acceso a esos bienes básicos. Una vez que se accede a esos bienes, las demás diferencias son mucho menos importantes. Si todo el mundo sale de la pobreza, la desigualdad habrá caído inmensamente, aún si el índice Gini indica lo contrario. Las diferencias entre Bill Gates y el profesor Krause son mínimas, más allá de lo monetario, es posible en muchos sentidos que Martín coma mejor porque su mujer cocine mejor que la cocinera de Bil Gates, que tenga menos estrés porque no tiene la infinidad de problemas de una empresa gigante, y que tenga más tiempo para leer, pensar y conversar con sus amigos y que no tenga demasiado interés en tener un auto más lujoso o viajar en avión privado.

Fueron los capitalistas los que mejoraron las condiciones laborales del proletario

Karl Marx se asombraría de saber que, en 1926, fue Henry Ford, el legendario empresario automotor, quien limitó las largas horas de trabajo seis días por semana, por una semana de cuarenta horas de trabajo 8 horas por cinco días y dos días de feriado, además de vacaciones. Más aún se sorprendería al saber el motivo por el que se dice que Ford cambió el estatus de sus obreros: lo hizo porque pensaba que el ocio era necesario para que consumieran más productos capitalistas, incluyendo sus autos. En 1926 la revista World's Work Magazine, cita a Ford diciendo: "El ocio es un ingrediente indispensable en un mercado consumidor en crecimiento porque los trabajadores necesitan tener tiempo libre para encontrar usos para los bienes de consumo, incluyendo los automóviles". Posiblemente también Ford comprendía que mejoraría la salud y la productividad por hora de sus obreros, pero está claro que veía una necesidad en el aumento del consumo. Para hacerse verdaderamente rico es necesario producir para las grandes masas, no para pocos ricos (Cho, 2013). 


Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...