domingo, 22 de diciembre de 2024

La desigualdad


Tema recurrente en los debates a los que asistimos: la desigualdad. Vemos que, ya en la Revolución Francesa, estaba presente en su lema «Libertad, igualdad y fraternidad».

No obstante, al perseguir la igualdad, se suele cercenar la libertad. Porque la libertad nos garantiza resultados conforme a nuestros esfuerzos y capacidades, así como también un toque de suerte. Como la suerte, el esfuerzo y la capacidad no están igualmente repartidas (afortunadamente) entre los seres humanos, la desigualdad sigue a la libertad como su sombra. 

Por esa razón es que el pensamiento liberal siempre priorizará la libertad aún a costa de una menor igualdad. No obstante, hay quienes –bien intencionados, seguramente– priorizan la igualdad por sobre la libertad. Olvidan tal vez aquella frase que dice que «Se puede morir de pobreza, pero nunca de desigualdad». Olvidan también que Canadá, solo por poner un ejemplo, es un país más desigual que Bangla Desh; pero si analizamos su desempeño en, por ejemplo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), vemos que Canadá ocupa el puesto Nº 15, mientras que el país asiático ocupa el lugar 129. Yo les preguntaría a esas bien intencionadas personas en cuál de esos países preferirían ser pobres. 

Mucha gente, sin embargo, insiste en que la desigualdad es el problema, probablemente porque para igualar hacia arriba, hay que trabajar para que los menos favorecidos asciendan y eso no se logra de un día para el otro. En contraste, igualar hacia abajo es muy fácil y rápido, por eso es tan tentador para muchas conciencias.

Y esto se da en forma particular e insistente en el caso de Chile con fama de ser un país muy desigual. Es curioso que tantos se preocupen por el caso chileno que, según el índice Gini, ocupa el lugar 28 entre los más desiguales y, en cambio, nada dicen de Venezuela que ocupa el puesto 30. Escasísima diferencia si la comparamos con los respectivos puestos en la tabla de IDH en los que Chile ocupa el puesto 42 entre los países del mundo, mientras que la caribeña república ostenta un no muy lucido puesto Nº 120.

En un programa de la TV chilena vi que, insistentemente se le reiteraba a un entrevistado (liberal) si no consideraba que era muy injusto que un niño, por el solo hecho de haber nacido en un hogar postergado económicamente, estuviese condenado de antemano a un futuro de pobreza y exclusión que no era la suerte de otro niño nacido dentro de una clase social alta. La respuesta a tal pregunta es muy obvia y muy sencilla: es absolutamente intolerable que haya alguien condenado no más nacer a un futuro poco promisorio. Por eso hay que trabajar en una educación de calidad para todos, que no se logra de un día para el otro con solo buenas intenciones, y mucho menos se lograría quitándole a los más favorecidos sus posibilidades al respecto.


Y, en este sentido, bien vale reproducir una frase de Sarmiento:

«El abismo que media entre el palacio y el rancho lo llenan las revoluciones con escombros y con sangre, pero os indicaré otro sistema de nivelarlo: La Escuela».


Nota: algunas cifras pueden no estar actualizadas, pero los conceptos son válidos.

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