domingo, 14 de abril de 2019

Lecturas recientes y otras no tanto.


Hay muchos libros que me han regalado momentos inolvidables y, a muchos de ellos,sé que indefectiblemente no volverá a leerlos. Pero, a veces, cediendo a la tentación o a la nostalgia, vuelvo a la biblioteca y, luego de vencer el temor de que la segunda lectura me decepcione, me digo: «¿Por qué no»?
El inglés de los güesos.  De Benito Lynch.
Extraordinario relato de la vida en nuestras pampas, con sus costumbres, sus personajes y sus pasiones tan humanamente retratado todo por Lynch, que uno se encuentra inmerso en esas interminables extensiones y comparte tanto la vida diaria como sus delicadas relaciones, tempestuosas unas y apacibles las otras. Los protagonistas, mister James y Balbina (el “inglés de los güesos” y “La “Negra) no pueden ser más opuestos, británico él, criolla ella; culto él, casi analfabeta ella; refinado y circunspecto él, salvaje y espontánea ella. Sin embargo la pasión los une y, como no podría ser de otra manera, es ella quien la exterioriza sin ambages, mientras él calla y sufre interiormente. Los otros personajes que completan la escena, cumplen acabadamente sus roles con magníficas presentaciones que los definen no más comenzar su actuación. Hasta la “personalidad” de Diamela, la fiel perrita de Bartolo, hermano de La Negra, está tan bien retratada, que es ella la nos cuenta el desenlace de la tragedia.
Algunas reflexiones de La Negra, cuando vio inminente la partida de su amor:
Le importaba tanto a La Negra del ternero aquel como de la humanidad en peso, cuya existencia, sin el amor de James, ya no tenía objeto ni razón de ser para ella que, inconsciente de su acto, le pagaba al mundo en su misma moneda de atroz egoísmo.
El mundo, poderoso, indiferente, aplastaba bajo sus pies aquel drama tremendo de un corazón y de una vida, sin sospecharlo siquiera, y aun es seguro que si hubiese sido posible atraer su atención sobre el caso, el mundo hubiera replicado, alzándose de hombros y casi ofendido:
"¡Bah! Una chinita ... "
La "chinita", por su parte, retribuía al mundo su bestial desamor en una forma más amplia todavía ...
Si a ella le hubieran dicho, por ejemplo, que el inglés de los güesos se quedaría una hora más en el puesto bajo la condición expresa de que Inglaterra desarmase sus escuadras, diera su libertad a Irlanda, Gibraltar a los españoles y el Canadá a los canadienses, ella hubiese respondido alzándose de hombros y tan extrañada y despectiva como el mundo:
"¿Nada más que eso? ¡Oy, qué pavada! "
Si a ella le hubiese preguntado alguno qué parle sacrificaría del mundo por tornar a ver encendida dentro de su alma la luz aquella que antes le embellecía la vida, es seguro que su respuesta hubiese significado para el mundo el más espantoso cataclismo ...
 Mister James, por su parte, también sufría y cavilaba «Como hombre práctico y serio, había recurrido al sistema más práctico y serio también. Al sistema de la ‘verdad verdadera’. La víctima así no padece dudas… o se resigna o… se muere de dolor». Hasta entonces, el científico había creído que los dolores del alma eran, para su mente de científico, «de solución muy fácil para su disciplinado cerebro de estudioso». Y, ante la súplica de la niña «No se vaya, James, que yo sufro mucho, ¡que me voy a morir!», él sentía que «… era el verdugo; y él tenía que ser, por fuerza, el monstruo de ingratitud y de injusticia que, en su ilógica brutal, iba a retribuir a La Negra con el más atroz de los castigos su presente espontáneo y magnífico de amor, belleza, juventud y vida!...».
El la tercera vez que leo esta verdadera joya y me apena pensar que, tal vez, sea la última.
Diálogos Borges Sabato.  De Orlando Barone.
Se trata diálogos entre estos dos escritores que el periodista reunió a fines del año 1974.
Como no podía ser de otra manera, sorprenden ambos por la erudición y la prodigiosa memoria para recordar pensamientos e ideas de autores que han leído, y hasta citar textualmente a algunos, como los poemas que recita Borges al solo requerimiento de su interlocutor y sobre temas que no habían sido preparados anteriormente. Irónicos, como pueden ser las personas inteligentes, y ocurrentes, suelen bromear sobre temas serios y hacer comentarios trascendentes sobre temas, en apariencia, banales o menores.
Ambos reniegan de las moralejas en la literatura y dice Borges:
«Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablaban como hombrecitos que las moralejas».
Y Sabato, hablando de la libertad del artista:
«En la época de la Revolución Francesa había libros que se llamaban cosas como: Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valían. En Rusia se han escrito obras de teatro como La tractorista ejemplar… Las revoluciones son conservadoras en el arte. [...] Es que el artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca les va bien. [...] Los sueños son útiles porque son libres».
«Libertad, igualdad y fraternidad»: ¿es posible imaginar que, persiguiendo tan nobles principios se haya guillotinado tanta gente? Borges dice (Citando alguien que no recuerda):
«Las ideas nacen dulces y envejecen feroces».
Acerca de Dios, dice Borges:
«¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica. [...] Creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género».
Y, en otra sesión siguen hablando de Dios en estos términos:
Borges: Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso.
Sabato: [...] que Dios traiga un dolor de muelas no es una prueba de la inexistencia de un Dios todopoderoso sino de la posible existencia de un Dios todopoderoso y perverso.
A propósito de los sueños y citando a otro autor (Hölderlin), dice Sabato:
«El hombre es un dios cuando sueña y apenas un mendigo cuando piensa. Y es cierto, el sueño de cualquier hombre es la obra de un gran poeta, lo que piensa al despertarse es a menudo una idiotez».
Acerca de la locura y de su opuesto, la cordura, dice Sabato:
«¿Quién sabe si lo que hemos hecho hasta ahora es, simplemente, sobrevalorar la cordura, que a menudo es simple mediocridad?».
Debo confesar que, luego de tal despliegue de erudición y talento, me siento un ignorante absoluto.
La agonía y el éxtasis.  De Irving Stone.
La novelesca vida de Miguel Ángel es siempre de lectura interesante. No obstante, el autor se enmaraña con muchísimos personajes que aparecen y desaparecen sin dejarnos una clara idea de quién se trata en cada caso, por lo que la narración se vuelve confusa. Rescato un párrafo donde se expresa el espíritu de la Florencia de los Médici:
Estamos devolviendo el mundo al hombre, y el hombre a sí mismo. El hombre ya no será vil, sino noble. No destruiremos su mente a cambio de un alma inmortal. Sin una mente libre, vigorosa y creadora, el hombre no es sino un animal, que morirá como animal, sin el menor girón de alma. Devolvemos al hombre sus artes, literatura, ciencias e independencia para pensar y sentir como individuo, no para estar atado al dogma como un esclavo, y pudrirse en sus cadenas.
Aquí termina la onda “revival”. Lo que sigue es de lectura reciente
Camino de servidumbre.  De Friedrich Hayek 
El autor analiza y desmenuza las consecuencias, siempre negativas, de la planificación y centralización de la economía. Inevitablemente llevan al totalitarismo, a la falta de libertades y a la pobreza como consecuencia de la caída de la creación de riqueza. Enfatiza que son las ideas predominantes en una sociedad las que la hacen avanzar en un sentido o en otro. Así como también en la constante de buscar las culpas de nuestros fracasos en cualquier parte, menos en nuestras propias conductas o convicciones. Analiza cómo el fascismo italiano y el nazismo alemán estaban (y estuvieron siempre) emparentados con el comunismo y el socialismo, todos totalitarismos al fin. El hecho de que luego se enfrentaran era más por disputas de territorio y adhesión de las masas, que por diferencias ideológicas. (Yo agrego: el hecho de que los primeros campos de concentración que instalaron los alemanes fuesen para confinar a los marxistas, no quiere decir que su enemigo ideológico principal no fuese el liberalismo, sino que, en Alemania, los liberales eran cuantitativamente poco relevantes) (Y sigo yo: he visto, pasmado, en un debate ideológico entre izquierdistas y liberales, que aquellos afirmaban muy sueltos de cuerpo que el fascismo y el nazismo ¡son capitalismos! La refutación fue contundente. Para muestra basta citar una frase de Mussolini: «Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo». O esta otra: «Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado». ¿A qué se parecen más estos conceptos, al capitalismo liberal o al marxismo?).
Cito algunos párrafos de Hayek referidos a la Democracia y a la Libertad:
No tenemos, empero, la intención de hacer de la Democracia un fetiche. Puede ser muy cierto que nuestra generación habla y piensa demasiado de democracia y demasiado poco de los valores a los que esta sirve. [Cita a Lord Acton] «…la libertad [...] no es un medio para un fin político más alto. Es, en sí, el fin político más alto. No se necesita por razones de buena administración pública, sino para asegurar la consecución de los más altos objetivos de la sociedad civil y de la vida privada».
La democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual. Como tal, no es en modo alguno infalible o cierta. [...] se entiende sin dificultad que bajo el gobierno de una mayoría muy homogénea y doctrinaria, el sistema democrático puede ser tan opresivo como la peor dictadura. Nuestra afirmación no es, pues, que dictadura tenga que extirpar inevitablemente la libertad sino que la planificación conduce a la dictadura, porque la dictadura es el más eficaz instrumento de coerción y de inculcación de ideales, y, como tal, indispensable para hacer posible una planificación central en gran escala. El conflicto entre planificación y democracia surge sencillamente por el hecho de ser ésta un obstáculo para la supresión de la libertad, que la dirección de la actividad económica exige. Pero cuando la democracia deja de ser una garantía de la libertad individual, puede muy bien persistir en alguna forma bajo un régimen totalitario. Una verdadera «dictadura del proletariado», aunque fuese democrática en su forma, si acomete la dirección centralizada del sistema económico destruiría, probablemente, la libertad personal más a fondo que lo haya hecho jamás ninguna autocracia.
No carece de peligros la moda de concentrarse en torno a la democracia como principal valor amenazado. Es ampliamente responsable de la equívoca e infundada creencia en que mientras la fuente última del poder sea la voluntad de la mayoría, el poder no puede ser arbitrario. La falsa seguridad que mucha gente saca de esta creencia es una causa importante de la general ignorancia de los peligros que tenemos ante nosotros. No hay justificación para creer que en tanto el poder sea conferido por un procedimiento democrático no puede ser arbitrario. La antítesis sugerida por esta afirmación es asimismo falsa, pues no es la fuente sino la limitación del poder, lo que impide a éste ser arbitrario. El control democrático puede evitar que el poder se torne arbitrario; pero no lo logra por su mera existencia. Si la democracia se propone una meta que exige el uso de un poder incapaz de ser guiado por reglas fijas, tiene que convertirse en un poder arbitrario.
También nos explica que la búsqueda de la igualdad deseable es la de la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades en el punto de partida, pero jamás buscar la igualdad en los resultados, porque, al ser esencialmente todos diferentes, la pretensión de igualarnos en los resultados es atentatoria de la libertad individual para labrar nuestro propio destino; «es, por fuerza, tratarlas [a las personas] diferentemente».
Los marcos regulatorios deben ser, por fuerza, razonables y generales, de modo que se deba obedecer a la ley y no a las personas.
Otro elemento que analiza con agudeza es el de la influencia de la educación en la elaboración de las ideas. Cuanto menor sea la educación, más uniforme serán las concepciones y el ideario de la gente y, por lo tanto, más fáciles de manipular.

[...] es probablemente cierto que, en general, cuanto más se eleva la educación y la inteligencia de los individuos, más se diferencian sus opiniones y sus gustos y menos probable es que lleguen a un acuerdo sobre una particular jerarquía de valores. Corolario de esto es que si deseamos un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y «comunes» instintos y gustos. Esto no significa que la mayoría de la gente tenga un bajo nivel moral; significa simplemente que el grupo más amplio cuyos valores son muy semejantes es el que forman las gentes de nivel bajo. [...] Si se necesita un grupo numeroso lo bastante fuerte para imponer a todos los demás sus criterios sobre los valores de la vida, no lo formarán jamás los de gustos altamente diferenciados y desarrollados; solo quienes constituyen la «masa», en el sentido peyorativo de este término, los menos originales e independientes, podrán arrojar el peso de su número en favor de sus ideales particulares.
[...] Entra aquí el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario.
Con el esfuerzo deliberado del demagogo hábil, entra el tercero y quizá más importante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del «nosotros» y el «ellos», la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentes masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el «judío» o el «kulak», o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.
Otro elemento de análisis del autor es la tendencia tan generalizada a querer divorciar la economía de las “demandas sociales”, como si estas pudiesen sostenerse en el tiempo sin los recursos necesarios y por el simple voluntarismo de un “gobierno justo, sabio y omnipresente”. Es entendible, entonces, la «economofobia», como la llama el autor, que despliegan dirigentes y periodistas (solidarios y socialmente sensibles) en cualquier discusión respecto del costo de dichas demandas o conquistas. Y, ante los previsibles fracasos o quiebres en la prestación de estas conquistas, siempre se buscará un malvado culpable que no será en ningún caso una medida destinada a satisfacer dichas demandas, por muy económicamente disparatada que haya sido. Respecto de estas cuestiones dice:
…la única alternativa al sometimiento a las fuerzas impersonales y aparentemente irracionales del mercado es la sumisión a un poder igualmente irrefrenable y, por consiguiente, arbitrario de otros hombres.
Transcribo, de su epílogo, un par de contundentes frases (no debemos olvidar que la obra fue escrita cuando aún no había terminado la 2ª Guerra Mundial):
Por desagradable que pueda ser admitirlo, tenemos que reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino esta guerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que la locura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras del individuo que inventar nuevos mecanismos de «guiarle» y «dirigirle»; más importante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso». Lo más necesario es liberarnos de la peor forma de oscurantismo moderno, el que trata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasado reciente era, o acertado o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto no comprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras.
[...] El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresiva que la fundad en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX.
Amor en minúscula.  De Francesc Miralles.
Desventuras cotidianas de un solitario que se reencuentra con la protagonista de un hecho fugaz del pasado que toma relevancia a partir de ese fortuito encuentro. Todo muy cotidiano, mezclado con la aparición de locos personajes, solo posibles en la ficción, que, sin embargo, lo llevan por caminos inesperados. Y, junto a la narración, el autor encuentra la forma de acercarnos a la filosofía y la biografía de Kafka, Werther, Samarakis, Hesse, y otros, así como alguna nostálgica reseña a Marilyn Monroe y algunas películas recordadas por el autor.
De Siddhartha Gautama:
«El dolor es inevitable/ pero el sufrimiento es opcional./ El que no sabe a qué cosa atender/ y de cuáles hacer caso omiso,/ atiende a lo que no tiene importancia/ y hace caso omiso de lo esencial».
Expresa, en su “Filosofía felina”:
«Se dice que los gatos son egoístas, cuando en realidad son simplemente listos. [...] Los perros tienen dueños; los gatos, sirvientes».
Los vigilantes del faro.  De Camilla Läckberg.
Temo reiterar los comentarios que hice oportunamente al leer Las hijas del frío, de la misma autora, pero es casi inevitable. Otra ves Läckberg crea una historia llena de incertidumbres y con tantos personajes que, al principio, cuesta entender quién es quién. No obstante, los hechos se van desarrollando y explicando por sí solos. Nuevamente nos encontramos con pocos grandes héroes. Y, los que podrían serlo en algún aspecto de sus actividades, no lo son en otros. En fin, para los amantes del género negro, es sumamente recomendable esta autora. También es notable el remate del libro. Una vez finalizada la lectura, uno se encuentra con una propaganda de la editorial, donde anuncia otra novela de la autora. En las páginas siguientes está el inicio de dicha novela y, al concluir estas primeras hojas, pone un anuncio que dice «CONTINÚA EN TU LIBRERÍA». Todo un acierto.
El espectador.  De José Ortega y Gasset.
Tal como se espera, nos sorprende tanto con la profundidad de sus reflexiones como con la erudición que despliega. Tanto así es que, debo reconocer que en algunos pasajes, me quedé en ayunas. Habla de la política y la resume como la supeditación de la teoría a la utilidad, llegando a preocuparse más por los medios que por los fines a perseguir.
Da estupendas definiciones de la política y la inevitable mendacidad de los políticos, de la consciencia de la ignorancia, de la relación entre el imperialismo y la democracia, de los motores de la evolución y hasta de la relación entre Kant y Buenos Aires. 
Hablando de las premuras de la juventud dice que ve:
«un apresurado afán por reformar el Universo, el Estado, la Universidad, todo lo que fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad. [...] Todo el que incita a los jóvenes para que abandonen el sublime deporte cósmico que es la juventud y salgan de ella para ocuparse de las cosas llamadas “serias” –política, reforma del mundo– es deliberada o indeliberadamente dañino. Porque esas cosas serán todo lo “serias” que se quiera, pero cede a un puro prejuicio quien cree, si más, que lo “serio” es lo importante y esencial. La política, la reforma de ese viejo armazón formal que llaman el Estado, son, en todo caso, consecuencias de otras actividades previas verdaderamente creadoras. Y lo mismo digo de la riqueza. La riqueza sólida y estable es, a la postre, emanación de almas genéricas y mentes claras. Pero esa energía y esa claridad solo se adquieren en puros ejercicios deportivos, de aspecto superfluo».
Respecto de la “socialización del hombre” nos regala un párrafo memorable. Téngase presente que fue escrito en 1930, pero conserva su terrible vigencia:

La socialización del hombre es una faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás –propósito excelente que no me causa enojo alguno--, sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Por ejemplo: a que yo adopte las ideas y gustos de los demás, de todos. Prohibido todo aparte. Toda propiedad privada, incluso esa de tener convicciones para uso exclusivo de cada uno.
La divinidad abstracta de «lo colectivo» vuelve a ejercer su tiranía y está ya causando estragos en toda Europa. [...] El Poder público nos fuerza a dar cada día mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad. No se deja al hombre un rincón de retiro, de soledad consigo.
Las masas protestan airadas contra cualquier reserva de nosotros que hagamos.
Probablemente, el origen de esta furia antiindividual está en que las masas se sienten allá en su fondo íntimo débiles y medrosas ante el destino. En una página agudísima y terrible hace notar Nietzsche cómo en las sociedades primitivas, débiles frente a las dificultades de la existencia, todo acto individual, propio, original, era un crimen, y el hombre que intentaba hacer su vida señera, un malhechor. Había que comportarse en todo conforme a uso común.
Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín.
El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino. Agosto 1930.



martes, 26 de marzo de 2019

San Rafael


Autora: Marta Tomihisa

En los años ’70 Charlie y yo, vivíamos en un confortable departamento que alquilábamos en el bajo de San Isidro. Recién casados, nuestras vidas eran un compendio de bienestar y logros.
Un amigo de mi familia que imprevistamente tuvo que viajar a otro país, acababa de adquirir un dúplex en una localidad vecina y como no quería dejar su vivienda vacía nos propuso habitarla sin pagar ningún alquiler, solo debíamos hacernos cargo de los impuestos y gastos fijos que ocasionara nuestra estadía en ella. La oferta era muy generosa, nos habíamos propuesto ahorrar para comprarnos nuestro propio departamento y esta era una excelente oportunidad. No lo pensamos más y un mes después ya estábamos instalados en el barrio San Rafael, a tres cuadras de la avenida Sobremonte, en San Fernando. El dúplex de tres ambientes espaciosos, había sido construido con un buen diseño arquitectónico en una franja amplia, aledaña a terrenos fiscales en los cuales estaba ubicada la villa miseria más populosa y extensa de todo el municipio.
En aquella época, los asentamientos podían albergar delincuentes, pero aún existían códigos de honor que imponían una convivencia bastante razonable para sus habitantes. Todavía no había droga, ni tanta agresión entre sus pobladores (salvo las familiares) y cada cual respetaba el espacio común de calles y pasillos. Uno podía andar tranquilo, siempre y cuando fuera reconocido como un habitante del barrio.
Nuestra actitud afable nos permitió socializar con nuestros singulares vecinos, adultos, jóvenes y niños con los que nos cruzábamos en la vereda rumbo a nuestras actividades cotidianas. Es difícil no plantearse dilemas al compartir la existencia con tan postergado grupo humano, pero quizás por llevar en mi sangre la esperanzada herencia inmigrante, disfruté plenamente esta convivencia con seres humanos dispuestos a derribar barreras para acceder a la amistad. Mi marido también aceptó entusiasmado esta excepcional experiencia, fue admirable de su parte poner su corazón para convivir con este prójimo marginado, luego de haber residido toda su vida en una exclusiva zona de Martínez y a la que no pareció extrañar jamás…
Poco tiempo después de habernos mudado, ya teníamos muchos amigos en el barrio, nuestros propios vecinos quienes también habían sido villeros y ahora ocupaban viviendas como la nuestra, aprovechando la fabulosa oportunidad de tener un techo del cual  estaban muy orgullosos. Por las tardes, yo solía asomarme al balcón con mi gata y desde allí miraba los techos de chapa y cartón, percibía el aroma de los guisos abundantes hirviendo en las ollas abolladas, las sogas colmadas de ropa lavada y expuesta a la intemperie, mientras los chicos con sus perros chumbando corrían explorando todos los rincones de ese laberinto, en el cual nunca se perdían y disfrutaban compartiendo sus alegrías con esa insolente inocencia, tan desprovista de ambición…
De la mano de ellos accedimos a empaparnos en carnaval, aplaudimos con euforia a la murga del barrio  y ateos como somos, recibimos a la virgen itinerante para que colmara de “dicha” nuestro hogar. Y hasta festejamos con gran algarabía la navidad, con estampidas propias de la tercera guerra mundial…
Como hemos sido siempre entusiastas lectores, ya habíamos acumulado toneladas de libros que fueron detectados por los chicos del barrio que luego los pedían prestados. Era un placer enorme para nosotros, ver esos rostros infantiles tan tímidos y encantadores, recelosos pero también curiosos, que llegaban con cautela hasta la puerta de nuestro hogar y se animaban a tocar el timbre para contemplar subyugados, nuestra fabulosa biblioteca y hasta llevarse algún libro para leer.
Nunca dejaron de devolverlos, los cuidaron y cuando los traían de vuelta un vaho de cenizas nos invadía pues muchas familias cocinaban con braseros y sobre todo en invierno, los chicos solían leer junto al fuego. No olvido sus rostros atentos, su buena onda para  escuchar nuestros comentarios del tema que elegían, porque siempre les contábamos algo referente a lo que les interesaba para sumarles datos al expresar sus propias opiniones.
Recuerdo a una niña, de grandes ojos oscuros y pelo mota sostenido por una vincha azul, que vino un día a devolvernos un libro sobre dinosaurios que le habíamos prestado para hacer una tarea escolar. Estaba tan callada que comprendimos que algo le había ocurrido, aunque esperamos su comentario respecto a lo que había leído, ella no se animaba a abrir el libro pues nos confesó que por “accidente” se había manchado. Se sentía responsable del percance. Con mucha seriedad depositó sobre nuestra mesa, unas cuantas monedas tibias que traía en su mano, para que “compremos otro nuevo” nos dijo preocupada…
Volvimos a ponerlas en su bolsillo, le respondimos que los dinosaurios estarían muy felices de saber que ella había intentado protegerlos a costa de sus ahorros, que esa mancha siempre sería un buen recuerdo para nosotros.
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Tiempo después nos mudamos de allí, pero no hubo despedidas para tan entrañables amigos porque ya vendrían otras personas a acompañar su existencia, nosotros solo habíamos sido pasajeros insignificantes, en ese espacio tan exclusivo en el que nos otorgaron el increíble privilegio de compartir la vida, de igual a igual…

viernes, 22 de marzo de 2019

¿Hasta cuándo nos seguiremos jodiendo?


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¿Cuándo se jodió el Perú? Es la pregunta sobre la que gira la novela de Mario Vargas Llosa “Conversación en La Catedral”.
¡Cuántas veces nos hemos preguntado lo mismo acerca de la Argentina, que, hasta hace 100 años, supo estar en la misma “línea de largada” de países que, hoy, son potencias económicas! ¡Y nuestro presente es tan pobre y decepcionante!
Esta pregunta tiene respuestas para todos los gustos. Los habrá que afirmen que fue en 1930 con el golpe contra Yrigoyen; otros estarán convencidos que fue responsabilidad del régimen surgido en 1943 y su sucesor hasta 1955; y es precisamente este año el que otros tomarán como inequívoca e infausta fecha de profundización de la decadencia, al parecer perpetua, que padecemos. Y habrá quien crea que la cosa comenzó con la Ley Sáenz Peña o con el “Proceso” iniciado en 1976, año por demás aciago. Como diría la notable filósofa Karina Jelinek: “Lo dejo a tu criterio”.
Tal vez nunca estaremos de acuerdo en cuál es la respuesta más certera. Habría que analizar sin apasionamientos datos irrebatibles de la economía y las ciencias médicas y sociales para establecer los puntos de inflexión que demuestren tendencias, pero ya sabemos que los números y estadísticas son sometidos invariablemente a un escrutinio cuyos resultados dependerán de quién los analice.
Por todo ello es que desisto de encontrar la respuesta a esa pregunta y analizo otra que es la que, hoy, me come el seso.
¿Por qué nos seguimos jodiendo en forma tan persistente?
Cierta vez he leído que los políticos, en general, suelen decir y hacer, lo que mayoritariamente la gente cree y quiere oír. Y la gente quiere creer en soluciones que dependen del “buenismo”, y que las sanas intenciones de repartir bienes y otorgar derechos es suficiente para lograr el tan ansiado paraíso en la Tierra.
En una reciente charla de sobremesa, oí a un amigo decir que estamos como estamos porque “los yanquis nos tienen agarrados del cuello”.  Al ser una creencia bastante difundida, creo que explica en gran medida el porqué del persistente fracaso: si la responsabilidad de nuestros males está afuera, no es debido nuestra culpa; no es que hacemos todo mal, sino que los malvados y poderosos vecinos del Norte no nos dejan salir a flote; no es que gastamos más de lo que producimos, sino que el imperialismo nos desangra; no es que hemos destruido la educación a niveles de vergüenza, sino que la oligarquía nos exprime; no es que hemos mantenido empresas ineficientes y empresarios prebendarios, sino que la competencia de productos importados nos arruina; no es que nuestras leyes laborales sirven para proteger a sindicalistas y empleados corruptos, sino que el capitalismo es la madre de todos los males, y así hasta el infinito.
Y no importa que la realidad nos muestre que el odiado imperio le permitió a Japón (luego de rendirlo incondicionalmente en 1945), tener hoy una industria automotriz (entre otras) que le compite en su propia casa, en cambio a nosotros no nos permite tal cosa; no importa que la realidad nos muestre que es precisamente en los países donde el capitalismo funciona con menos impedimentos donde mayor desarrollo se alcanzó y donde las diferencias sociales son menos enervantes; aquí nos va mal por culpa del capitalismo (¡Si hasta el infalible papa lo dice!).
Y esto ha sido una constante de todos los gobiernos de los últimos años; todos sin excepción. Algunos, además, han robado más que otros, pero el verdadero mal –y no es que minimice el daño o la inmoralidad de la corrupción– está, a mi entender, en el concepto de la realidad que tenemos mayoritariamente los argentinos. ¿Por qué cambiar si la culpa no es nuestra? Entonces, seguimos persistiendo en esas prácticas y así nos va.
Si escarbamos un poco en esa curiosa teoría, tal vez encontremos una cuota de inmodestia notable al creer que somos tan especiales para nuestros vecinos del Norte que solo a nosotros no nos dejan surgir como dejaron que lo hagan Japón o Corea del Norte. O países como Australia o Nueva Zelanda que tienen recursos naturales parecidos a los nuestros. Ni hablar de ejemplos más cercanos como Chile o el propio Perú, que algunas décadas después de la novela de Mario Vargas Llosa ha cambiado su rumbo con resultados palpables.

Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...