jueves, 11 de abril de 2024

Las limitaciones al poder

 

Este comentario lo escribí antes de las elecciones, por eso hablo del "próximo gobierno". Hoy, debería decir "el  gobierno que recién comienza".


Salvador de Madariaga, en su formidable novela histórica que comienza con El corazón de piedra verde y sigue con otros títulos, puso en boca de alguno de sus personajes: 

Si eres rey, no puedes ser traidor y se eres traidor, no puedes ser rey.

Se trataba del un lugarteniente de Pizarro, que lo alentaba a que se subleve contra el rey de España; después de todo, la conquista del Perú no era mérito del rey. Si la sublevación triunfaba, sería rey y por lo tanto no sería traidor. Por el contrario, si fracasaba, no sería rey y sí sería traidor (y le costaría la cabeza).

Este es un bonito ejemplo de lo que significa detentar el poder absoluto. El monarca absoluto no debe rendir cuentas ante nadie de sus conductas y decisiones. Está por encima de la ley, tal como lo estaba el Caudillo en la España franquista y tantos otros ejemplos. Es quien decide por sí lo que es legal y lo que no, el que ejecuta las políticas del estado y administra la justicia.

Cuando se impone la idea de la división y la limitación de poderes es justamente para no quedar sujetos al azar de que nos toque un rey bueno, sabio y generoso con sus súbditos, virtudes estas que, si son escasas, lo son mucho más todas juntas en una sola persona y suelen esfumarse apenas el que las posee se encuentra con todo ese poder.

Los caudillos suelen creerse iluminados, y no dudarán por tanto en someter a los otros poderes públicos, y estaremos ante una situación parecida a la monarquía absoluta que tanto le costó superar a la humanidad. El caudillo puede dar giros de 180 grados y, mientras mantenga su liderazgo, no será traidor. Pero lo será al día siguiente de perder el ascendiente sobre las masas populares. Por algo fue que a Mussolini lo colgaron cabeza abajo.

Se dice que hubo una conspiración para matar a Nerón y se pretendía proclamar a Séneca como emperador, habida cuenta de sus indiscutibles cualidades morales. Séneca rechazó el ofrecimiento de ponerse al frente de la conjura; intentando convencerlo, argumentaban que, con él, no habría abusos de autoridad, a lo que el sabio respondió:

¿Estás seguro? ¿Quién puede saber lo que se oculta en las profundidades del alma? Ni Júpiter es capaz de soportar el poder absoluto. A la larga, me convertiría yo también en un tirano. ¿Quién se atrevería a corregirme si me equivoco? ¿Quién no dejaría de adularme, por más bellaco que fuera? Si aceptase la oferta me convertiría en tirano por el solo hecho de aceptarla. Hay que crear sistemas políticos justos; creer que es el hombre y no el sistema, lo que determina la justicia es un absurdo. Los antiguos lo sabían; ¡ni por un mes se puede otorgar tanto poder a una persona!.

Las anteriores son citas de la interesante novela histórica El maestro del emperador de Pedro Gálvez.

Por esas cuestiones es que espero que el próximo gobierno no tenga un líder absoluto; que, en cambio, se trabaje en equipo; que las políticas de mediano y largo plazo sean consensuadas con el mayor número posible de fuerzas políticas y, sobre todo, que se recupere el valor y el vigor de los organismos de control de la gestión y en general todas las instituciones de la República, tan devaluadas últimamente. Por el contrario, pensar que nada debe acordarse con la oposición; considerarla intrínsecamente perversa, descaminada o vendida a oscuros intereses y conjuras por el solo hecho de ser oposición, forma parte de esa concepción absolutista del poder, que tanto daño hizo y sigue haciendo.



domingo, 7 de abril de 2024

Párrafos

En "Párrafos" quiero hacer un pequeño homenaje a Benito Pérez Galdós, quien es capaz de regalarnos algunas páginas de belleza inimaginable.

De su libro Bailén transcribo este tributo que le hace al Quijote y a ese entorno que tan bien describe.

Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país, donde el sol está en su reino y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero hase acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. En opinión general es la Mancha la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del vagón, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de don Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda. 

Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el lenguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores. 

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Respecto de la guerra (en el marco de la invasión napoleónica a España y el inesperado triunfo español, en Bailén, sobre las hiperprofesionales tropas imperiales) y lo que insufla en el ánimo de la gente la proximidad de la batalla nos cuenta con mucha agudeza lo que pasaba por el ánimo de la gente común. Cosa parecida vivimos en nuestro medio cuando se avecinaba el enfrentamiento con el Reino Unido por Malvinas, tiempos en que todo el mundo opinaba acerca de armamentos, estrategias y logística, aún sin tener idea de lo que es oír el silbido de una bala.

En Córdoba reinaba gran impaciencia por la tardanza del ejército de Castaños. Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo. A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no sé cómo las Juntas y los generales podían resistirla. 

Principió el chaparrón de comentarios sobre la lentitud con que Castaños organizaba sus tropas: unos aseguraban que tenía miedo; otros, que estaba decidido a dar la batalla, pero que, seguro de perderla, tenía tomadas sus medidas para retirarse a Cádiz y huir a las Américas con lo más granado de sus tropas; otros en fin, se atrevieron a más, y pronunciaron la palabra traidor. Esta palabra no era entonces palabra, era un puñal [...] Inútil era decir a los impacientes de Córdoba que un ejército no se instruye, arma y equipa en cuatro días: nada de esto entendían. Aunque al través del tiempo nos parezca lo contrario, entonces se chillaba mucho, y también había quien tomara muy a pechos los asuntos de la guerra sólo por el simple placer de meter ruido, y también por hacerse de notar. Todos los días oíamos decir: «Mañana viene el ejército», o «Ya ha salido de Utrera, ya está en Carmona ... ». Pero pasaban los días y el ejército no venía. 

En tanto, en Córdoba no cesaban los trabajos. Si no tienen ustedes idea de lo que es el delirio de la guerra, entérense de aquello. En los tiempos actuales, si hay guerra, las señoras, llevadas de sus humanitarios sentimientos, se ocupan en hacer hilas. ¡Ay!, entonces las señoras tenían alma para ocuparse en fundir cañones. ¡Cuando tal era el espíritu de las mujeres, cómo estarían los hombres! ¡Hilas! Allí nadie pensaba en tales morondangas. 

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De su libro Tafalgar en el que cuenta la célebre batalla, tomo estos párrafos en los que el narrador, un muchacho de solo catorce años, luego de naufragar la nave en la que tripulaba, está en una lancha salvavidas compartiendo espacio con españoles e ingleses que trataban de sobrevivir. 

No acabó aquella travesía sin hacer, conforme a mi costumbre, algunas reflexiones, que bien puedo aventurarme a llamar filosóficas. Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me turbaré ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de entonces. Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma? Pues bien: en nuestras lanchas iban españoles, e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres. Yo miraba a los ingleses remando con tanta decisión como los nuestros; yo observaba en sus semblantes las mismas señales de terror o de esperanza, y, sobre todo, la expresión propia del santo sentimiento de humanidad y caridad, que era el móvil de unos y otros. Con estos pensamientos, decía para mí: «¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?» Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: «Pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra, lo echa todo a perder, y sin duda en todas ellas debe de haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro –añadí– de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia». Así pensaba yo. Después de esto he vivido setenta años, y no he visto llegar ese día. 

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Leer a don Benito, siempre nos depara una grata sorpresa.

 



viernes, 29 de marzo de 2024

No hemos aprendido nada

Parece que no hemos aprendido nada de nuestra historia.

He vuelto a leer Los caudillos de Félix Luna y veo tantas similitudes entre nuestros problemas del siglo XIX con los de hoy, que no puedo menos que pensar que hemos aprendido muy poco. Este libro, publicado hace ya varias décadas y que hace también varias décadas que he leído, me mueve a ciertas reflexiones de nuestro presente al leerlo nuevamente.

Una nueva lectura de este clásico del autor me ratifica en la opinión que tengo de él. No siendo un estudioso de nuestra historia, me aventuro sin embargo a emitir juicio acerca de su condición de historiador serio y tan objetivo como se puede ser, siempre bien documentado y no tratando de meter opinión disfrazada de estudio histórico serio. 

Ante los penosos sucesos de la década de los 70 del siglo pasado, vemos que hay dos vertientes o versiones de aquellos espantosos acontecimientos. Y suele ocurrir que cada uno ve solo lo terrible de unos y no lo de los otros. Y, peor aún, se suele beatificar lo actuado por las FFAA o por las organizaciones terroristas de entonces. Las FFAA tomaron el poder por asalto respondiendo a los deseos de una importantísima porción de la ciudadanía, que los recibió con júbilo, por más que, ahora, se pretenda ocultarlo. Ello no justifica de ninguna manera los métodos utilizados. Por su parte, los terroristas perseguían un pretendido fin noble y justo y adoptaron la perversa teoría de que «el fin justifica los medios». «Lucharon y murieron por sus ideales» suelen decir los nostálgicos de aquella locura. Bueno es recordarles que Hitler también luchó y murió por lo que él pretendía que era un fin superior y entenderíamos claramente por qué no se puede justificar cualquier medio en aras de un fin que no suele resultar como se lo proclama.

Volvamos ahora a Félix Luna que en la introducción al libro que comento nos regala el siguiente párrafo, en el que, si cambiamos algunos nombres, podría muy bien aplicarse a nuestra realidad de hoy.

Naturalmente, Sarmiento, Mitre y sus continuadores académicos armaron la historia que ellos querían, porque justificando ciertos próceres se justificaban ellos mismos y condenando ciertos personajes hundían a sus enemigos contemporáneos. Los revisionistas —algunos de ellos, por lo menos— hicieron exactamente igual. De este modo se ha ido operando este extraño fenómeno que hace que la mitad de los historiadores argentinos opine exactamente lo contrario de la otra mitad… Esto no es positivo. El país no puede carecer de historia verosímil ni puede presentar dos versiones contrapuestas, a elección del consumidor. No se trata de acuñar un tipo definitivo de historia. Ya tenemos amargas experiencias de lo que es una "historia oficial". Se trata, simplemente, de decir la verdad objetiva de los hechos, sin dejar ninguna carta en la manga: partiendo de esa base las reglas de juego serán más limpias y la interpretación ya no podrá basarse en conceptos retóricos o en esquemas ideales, sino en la pura realidad de los hechos concretos. 

Y hablando de esa introducción –una pieza notable en la que hace una síntesis de nuestra historia de buena parte del siglo XIX– hace una descripción de las dos grandes corrientes de nuestra historiografía donde, con claridad, nos muestra su independencia de criterio. Una vez más, estas líneas son perfectamente aplicables a nuestra actualidad:

Pues lo que nunca se esforzó Sarmiento por comprender fue esta verdad: que los caudillos eran elementos constitutivos de otra Patria que no era la de él. Sarmiento ansiaba un país alambrado y codificado, surcado por ferrocarriles, poblado de inmigrantes, sembrado de escuelas, vivificado por la cultura y la sangre europea y proyectado al futuro en el ejercicio de la práctica democrática. Los caudillos, en cambio, concebían otro rostro para su país. Un rostro muy difícil de definir, puesto que ninguno de ellos supo fijar su programa con la maestría de Sarmiento. Tal vez —conjeturarnos nosotros— soñaban con una patria donde todavía valiera el coraje y la lealtad, donde las provincias tuvieran una voz más resonante, donde se dejaran tranquilos a los pueblos en una modalidad de vida cuyos defectos y anacronismos no fueran barridos tan drásticamente. Es difícil reconstruir la patria de los bárbaros: la que soñarían en las vigilias de los "campamentos en marcha" o en la rabiosa esperanza del alzamiento. Acaso un país con olor a cuero y ganado pampa, regocijado en sus fiestas tradicionales y con un poco de ferocidad de cuando en cuando para seguir sintiéndose machos.

Me vuelvo a maravillar de lo exquisito de su prosa que, por momentos nos regala con increíbles recreaciones del entorno en el que se llevaron a cabo los acontecimientos que narra. 


lunes, 25 de marzo de 2024

Temas de hoy

 La impunidad

Leo en Clarín de hoy, 25/3/24: «La izquierda denunció que el Gobierno quiere avanzar con un “plan de impunidad"». Lo que omiten decir es que la impunidad, ya la tienen garantizada los asesinos terroristas de los años 70. Y no solo tienen garantizada la impunidad, sino que también gozaron de conspicuos cargos en los pasados gobiernos progres que supimos padecer.


El 24 de marzo

En estos días se recuerda el infausto golpe militar de 1976. Y veo con pesar que quienes critican dicho golpe, suelen no reconocer las atrocidades que se cometieron antes de dicha fecha, tanto desde las organizaciones terroristas como desde el gobierno de entonces. 

Desde la otra perspectiva, suele ocurrir que no se tome en cuenta las atrocidades cometidas por el gobierno de facto. La lucha contra el terrorismo era legítima, no así los métodos empleados. 


Negacionismo

No es negacionismo dudar de la cifra de los 30.000 desaparecidos. 

Si, quienes defienden esa cifra, están tan seguros de su veracidad; ¿Por qué se niegan con contumacia a discutir el tema? ¿Por qué razón jamás han aportado algún testimonio o documento creíble acerca de esos más de 20.000 que no figuran en ninguna denuncia ni reclamo? 

Negacionismo, en cambio, es negar el reconocimiento y la reparación moral de las víctimas del terrorismo.


Jubilaciones

Reiteradamente se oye el justificado reclamo de los jubilados por lo magro que reciben mensualmente como retribución a sus años de trabajo y aportes. También los opositores a este gobierno que a su vez fueron oficialismo no hace mucho, se suman a esas críticas por demás justas.

Parece que olvidan o quieren soslayar que el problema no pasa por la buena o mala voluntad del gobierno de turno, sino que es el sistema en sí mismo lo que no puede dar respuestas acordes a los merecimientos. Según entiendo, la mayor erogación que enfrenta el gobierno (y no hablo solo del actual) es el pago de esas retribuciones. En la situación en que se encuentran las arcas del fisco, es impensable que se pueda pagar lo que en justicia se reclama. 

Pero, muchos de los que ahora se quejan, aplaudieron con fervor cuando de estatizaron las recordadas AFJP. Aplaudieron ese monumental latrocinio contra los ahorros de los aportantes de entonces (recordemos que el dinero acumulado no era de las empresas prestadoras, sino de los futuros jubilados) prometiéndoles pasar al sistema de reparto como una bendición a futuro. Hoy podemos ver los resultados de tal sistema.



viernes, 22 de diciembre de 2023

La Argentina que duele

Hace mucho tiempo que vengo comparando nuestra realidad con una noria, ya que damos vueltas y vueltas para no avanzar jamás. Y si solo fuese que no avanzamos, ya sería catastrófico, pero es aún más catastrófico porque retrocedemos. Y siempre con recetas parecidas que no solo fracasaron cuanta vez las pusimos en práctica en nuestro país, sino que también ocurre sistemáticamente en todo el mundo.

No es casualidad que los países exitosos hacen todo lo contrario de lo que aquí hacemos.

Y la comparación con la noria no es antojadiza, ya que si tomamos portadas de diarios de hace 10, 20 o 30 años, veremos que los problemas son siempre los mismos.

Y, siendo autorreferencial, me permito reproducir algo que escribí hace 5 años, cuando el gobierno de Macri había cumplido su primer año de mandato. Los temas de entonces siguen allí...

La Argentina que duele (diciembre de 2017)

Con todo lo grave que pueda ser la situación económica, no es el principal problema que padecemos los argentinos, aunque sea esto lo que aparece siempre en primera plana.

Situaciones peores que la nuestra (y hasta diría: ¡mucho peores!), padecieron otros países y supieron salir en pocos años.

¿Cuál fue su receta? La convicción de que nada se logra sin trabajo, esfuerzo y una cuota de sacrificio inicialNada se logra, que sea perdurable, esperando que todo nos sea dado por políticos indulgentes, bondadosos y abnegados.

Nada lograremos, en cambio, cuando vemos el deterioro de las ideas que permite que veamos impasibles el recurrente uso de la violencia como método que, irresponsablemente llevan a cabo quienes no quieren perder sus privilegios o quienes pretenden imponer por esa vía lo que no logran por la legalidad de las urnas. Tal parece que de nuestro pasado reciente no hemos aprendido nada. Y, como no somos muy amigos de los términos medios o equilibrados, vemos ante una manifestación violenta, en la que suele haber desmanes, vandalismo y saqueos, que la policía adopta una actitud pasiva porque, si hay una refriega, tienen que dar explicaciones quienes intentaron restablecer el orden y no quienes iniciaron el tumulto.

Es muy grave que ya no nos sorprenda que el padre de un alumno o el alumno mismo agreda a un maestro o cuando vemos que un maestro adoctrina a los alumnos. Cuando alumnos toman un colegio y, pacientemente se espera a que decidan terminar con su actitud delictuosa, sin tomar medidas disciplinarias en su contra ni procurar la recuperación de los días de clase perdidos. Cuando vemos que muchos padres de esos alumnos los apoyan y los padres de quienes no participan en la toma no hacen oír sus voces. Y todo porque los estudiantes –que por su condición de tales no han completado su formación– quieren imponer sus criterios respecto de los planes de educación o las políticas para el sector. 

Tampoco nos llama la atención que el colectivero no respete un semáforo, que no arrime el colectivo al cordón de la vereda, o nos atosigue con música estridente dentro de la unidad.

Vemos como natural que se amontonen papeles, botellas, cartones y bolsas en plena calle, aunque a pocos metros pueda haber un papelero. O cuando entramos a un negocio y no nos saludan.

No nos sorprendemos cuando vemos que quienes nos gobernaron tantos años descubren recién ahora que hay inflación, pobreza, desamparo de los jubilados, delincuencia generalizada, violencia y narcotráfico.

Hemos visto, con una pasividad que asombra, como se permitió durante ¡3 años! la interrupción del tránsito por un puente internacional, así como vemos a diario los piquetes que hacen que, recorrer un corto trayecto en la ciudad, sea una verdadera Odisea.

Tampoco nos asombramos porque haya un paro sorpresa en el transporte o cualquier otra actividad y muchas veces por razones invocadas que nada tienen que ver con las condiciones de trabajo del gremio en cuestión

Ya no es noticia que los jueces, que tendrían que garantizarnos la igualdad ante la ley, disfrutan del privilegio de no tributar en concepto de Ganancias. Un jubilado que no llega al 20% de lo que gana un juez debe tributar por este concepto un 5% de su haber. Por supuesto que tampoco nos sorprende que los jueces fallen en sintonía con los vientos políticos…

¿Se puede lograr una recuperación de la economía sin solucionar primero la raíz de estos problemas? 

Mientras sigamos perdiendo la batalla de las ideas, no caben dudas de que seguiremos tropezando con la misma piedra. Dando vueltas y más vueltas a esta noria que, a la postre, destruye y mata.

No creo que Argentina llegue a llorar por mí, pero yo sí lloro por mi querido país. ¿Cómo no llorar por Argentina?


viernes, 3 de noviembre de 2023

Posmodernismo

En esta época postmoderna, donde todos los días se inventa un nuevo concepto, donde a diario se reasignan significados a las palabras, donde todo es relativo, donde hasta la naturaleza y la biología se cuestionan en favor de estrafalarias teorías, o perspectivas, como se las da en llamar, ya no nos sorprende que se llame bueno a lo malo o negro a lo blanco (Aunque decir «negro» resulte malsonante y sea preferible decir «afrodescendiente»).

Es así como se inventan nuevos conceptos como el «género» en un remedo de «sexo».

La palabra género, en su origen designaba así a una categoría taxonómica, a un conjunto de seres o cosas con características semejantes y a un accidente gramatical.

Da la mala fortuna que ese accidente gramatical, que nada tiene que ver con el sexo, tenga en nuestra lengua dos variantes: el masculino y el femenino. Poco felices estas designaciones que comparten con los sexos. De allí que, los posmodernos nos atosiguen con sus rocambolescas teorías o perspectivas de género, pretendiendo que estos son infinitos. Negando incluso que los atributos físicos –y hasta los emocionales– no sean determinantes del «género» de cada uno, sino que esté determinado por la autopercepción. queda claro que cada uno tiene el derecho a autopercibirse lo que se le dé la gana, pero no es razonable que nos exijan que estemos de acuerdo con tal capricho. Muchísimo menos que, por la sola declaración de autopercepción, se les otorgue un DNI donde conste, como veraz, dicho dislate. ¿Mañana, un joven de 30 años se autopercibe de 65 y pasa a tener derecho a la jubilación?

Y hay flagrantes contradicciones entre lo que proclaman y lo que realmente perciben; si la posesión de órganos genitales no determina el género ¿por qué los «trans» recurren a cirugías y tratamientos hormonales para lograr el género asumido?

Si pretenden que somos iguales, aún en deportes y actividades que requieren ciertas condiciones físicas, ¿por qué insisten en los cupos femeninos? Y en este asunto habría que preguntarles por qué consideran a las mujeres tan inferiores que haya que garantizarles determinadas plazas, como si no tuviesen suficientes capacidades para lograrlas por méritos propios. Deberían, con parecido criterio, exigir cupo femenino en la Facultad de Ingeniería... Sospecho que esa casa de altos estudios, estaría con enormes dificultades para lograr ese 50%... También podrían exigir dicho cupo en las empresas de recolección de residuos domiciliarios o en las cuadrillas municipales o de las empresas de servicios, que hacen zanjas o suben a altas escaleras para reparar cables. ¿Y por qué no pedimos los varones un cupo similar en la Facultad de Medicina? Muchas dudas sin respuesta.

Y resulta que, defendiendo al feminismo, declaran que es el patriarcado que exige a las mujeres estén siempre maquilladas y depiladas. Yo me pregunto ¿quién las obliga a esas conductas? y si las adoptan, ¿para agradar a quién? Y la flagrante contradicción está en que machacan hasta el cansancio que vestirse, maquillarse y depilarse de esa manera, no tiene nada que ver con ser mujer; pero cuando se trata de las «chicas trans», allí sí que es muy cool ese tipo de conductas impuestas por el patriarcado.  

Otro concepto muy actual es el de la «deconstrucción» de ciertas conductas o pautas de comportamiento propias del sexo, especialmente del masculino. Insisten en el «sexo asignado» al nacer. Podemos entender que haya casos, muy escasos por cierto, en que, al nacer, la partera o el médico interviniente puedan haber cometido un error. Pero eso es un tema absolutamente insignificante desde lo cuantitativo. Y es así que ensayan prácticas de deconstrucción del machismo o de la «masculinidad tóxica».

Parece que el machismo es malo y el feminismo es bueno. Parece haber solo toxicidad para la masculinidad –y lo es, claramente, en el caso de golpeadores de su pareja– pero no califican de igual manera a las feministas que se desnudan en manifestaciones e insultan y agreden a cualquier varón que ose acercarse, llegando incluso a arrojarles fluidos menstruales u orines cuando no se dedican a defecar a las puertas de una iglesia. Pero esas conductas no son tóxicas para nuestros progres modernos y bienpensantes. ¿Qué pasaría si los integrantes de algún «colectivo» no identificado con estas «autopercepciones», se pusieran a defecar frente a un local de estas feministas o, simplemente, se manifestara ruidosamente en contra de estas teorías? 




Causas y efectos; fines y medios

La causa y el efecto

El femicidio

No soy jurista, abogado ni siquiera conocedor profundo de temas legales; no obstante, creo que el derecho descansa sobre una base de sentido común o racionalidad. Y, por supuesto, eso me da pie para opinar sobre estos temas.

No sé si el «femicidio» como tal figura en nuestro código penal, pero si así fuese, me parecería una aberración total. ¿Por qué la muerte de una mujer a manos de un hombre, por sí misma, tiene que requerir un tratamiento especial? Estamos ante un claro caso desigualdad ante la ley.

Cualquier homicidio puede contar con agravantes y atenuantes. Entre los primeros ya está legislado el vínculo; ya sea un novio, un exnovio, un esposo, un hermano, etc. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre. En todos esos casos podemos hablar de violencia familiar, mucho mejor que violencia de género. También se encuentra la alevosía entre los agravantes. Y esta alevosía suele estar presente por estar el homicida armado o ser manifiestamente de una fortaleza física superior. Y lo mismo vale para el caso de la mujer que mata a un hombre, aunque suela ocurrir menos frecuentemente.

Creer que se trata de hombres que matan mujeres por el hecho de ser mujeres, es una pretensión arbitraria que no tiene sustento alguno. Si hay casos, seguramente sin importancia cuantitativa, se trata evidentemente de un severo trastorno mental y no inherente a la condición masculina.

Pretender que se va a conseguir disminuir este tipo de delitos creando una figura penal que aumente las penas es un claro ejemplo de acción contra el efecto y no contra la causa. Y creo que está probado que el aumento de las penas no disuade al delincuente.

El aborto

Más allá de la posición que se tome frente a la conveniencia o no de aprobar el «aborto libre y gratuito» y de la mayor o menor cantidad de disparates que le encontremos a la ley recientemente aprobada, es evidente que es mucho mejor prevenir el embarazo no deseado que recurrir al aborto. A pesar de lo fácil, cuando no gratuito, acceso a los variados métodos de prevención, no veo que se haya puesto tanto empeño para conseguir una ley de educación sexual orientada a este tema y no a alocadas teorías o perspectivas de género, como sí se luchó denodadamente para aprobar el aborto. Una vez más, actuando sobre el efecto y no sobre la causa. Con el agravante, en este caso, de que se fomenta la irresponsabilidad en las relaciones sexuales: «¿Para qué me voy a cuidar, si otro se hará cargo de las consecuencias?».

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¿El fin justifica los medios?

La Ley Sáenz Peña

Si bien fue interrumpida reiteradas veces, la aplicación de La Ley Sáenz Peña no parece habernos proporcionado grandes beneficios. Tanto así es que, hoy, no podemos decir que estemos mejor que hace 100 o 120 años. Yo sé que esta afirmación me traerá severas críticas de parte de los adalides de lo políticamente correcto. No obstante, no puedo negar que dicha ley ha otorgado legitimidad a los gobiernos nacidos a su amparo.

Muchos «demócratas» que rasgan hoy sus vestiduras al recordar el «fraude patriótico» de la llamada Década infame por no respetar la soberana decisión popular, no dudan en perpetrar toda suerte de engaños, triquiñuelas y hasta descarado fraude –aunque sea en pequeñas proporciones o no tanto– sin que por ello crean ser distintos de aquellos que lo hicieron a mayor escala.

Ellos se perciben ahora como únicos portadores de la Verdad Revelada e impulsados por las mejores intenciones y por el claro objetivo de las causas populares; aunque los resultados de sus políticas demuestran reiteradamente rotundos fracasos y un constante empobrecimiento de esas mayorías.

Es otro ejemplo de lo descaminado que es creer que el fin justifica los medios.

El terrorismo de izquierda y el terrorismo de estado

En los tristemente recordados años 70 del siglo pasado, tanto unos como otros eligieron sin dudarlo métodos incalificables en sus acciones, animados por la causa que pretendían justa. El resultado  de creer que el fin justifica los medios nos lleva, una vez más, a la barbarie perpetrada tanto por unos como por otros. 

Y este es el más claro ejemplo de lo atroz del apotegma de que «el fin justifica los medios».

¿Aprenderemos algún día?

Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...