Para despejarnos un poco de tanta realidad, les mando uno de mis cuentos. Los que ya lo leyeron, sepan disculpar la reiteración.
CAMPAMENTO DE VERANO
El chico se despertó temprano, con gran excitación. No era para menos, los campamentos de verano ejercían en él una fascinación muy particular: la convivencia con sus primos mayores quienes le enseñaban toda suerte de destrezas y juegos al aire libre era algo muy esperado durante los gélidos y cortos días del invierno, en los que además, la disciplina y el reparto de las tareas eran más rigurosos.
En ese amanecer de fin de primavera, el aire, aún muy frío, traía solo promesas de verano por sus fragancias particulares.
Los familiares ruidos que hacía su madre afanándose entre las provisiones y trastos todavía sin acomodar por la reciente instalación, aumentaron su excitación, sazonada tal vez por la conciencia del desayuno próximo.
Levantó apenas su cabeza y -desde el rincón más oscuro del refugio, donde se encontraba- pudo apreciar que los primos aún dormían. También su rápida inspección le informó que su padre y sus tíos no estaban, por lo que descontó que habrían salido a una recorrida por los alrededores y, quién sabe, tal vez traerían algo para el fogón.
La certeza de que todo estaba en orden le produjo una sensación de bienestar y se acurrucó entre sus peludas cobijas pensando que ya no se haría esperar el llamado de su madre para el desayuno. La tormenta de la noche anterior con sus espeluznantes truenos, había cesado por completo y eso lo tranquilizó. Siempre recordaba aquella otra tempestad de vientos alocados y rayos que incendiaban la noche, pero sobre todo el horrible sonido de un árbol, que a pocos metros, se había desgajado por completo.
Prestó atención a los sonidos que lo rodeaban donde se mezclaba el rumor del arroyo cercano, con los cantos y reclamos amorosos de las aves. Por momentos oía, o al menos creía oír también los pujos del mar, que no lejos, enviaba también su brisa y aromas. Recordaba las andanzas del año anterior con sus primos, o tal vez solo imaginaba las nuevas aventuras que tendrían dentro de pocas horas.
Sin embargo algo faltaba. Recordó que aún no había llegado su prima, aquella que el año pasado le había sacudido sus emociones de un modo nuevo: en una de las habituales correrías junto al arroyo, habían quedado solos, y ella al saltar de una piedra a otra, había caído torciéndose un tobillo. Al correr a socorrerla, y sin saber muy bien qué hacer, el chico había tomado su pierna y muslo entre sus manos y el contacto con la tersura de su piel le alborotó las entrañas con un ansia desconocida. Luego al ayudarla a incorporarse, la había tomado por la cintura, y sus cuerpos ¿sin querer? se rozaron en estrecho contacto. Una sensación embriagante casi le hizo peder el equilibrio y su confusión fue total. Luego, en el campamento, quedó con un desasosiego que no le permitió dejar de pensar en ella, de mirarla, de oírla. Al día siguiente partió y no supo más de ella, pero el recuerdo de ese episodio y su ansiedad constante perduró todo el invierno.
Lo sacó de sus pensamientos un ruido extraño que no pudo definir. Tuvo la certeza de que alguien se aproximaba, tal vez un animal. Volviendo a incorporarse, inspeccionó nuevamente el entorno, comprobando que todo estaba bien. Su madre, despreocupada, seguía en sus quehaceres.
Volvió a embargarlo esa sensación de confort y cobijo que lo obligó a revolverse otra vez en su lecho pasando a una ensoñación donde se mezclaban recuerdos con proyectos: con seguridad irían más tarde al arroyo a pescar, y si el sol calentaba, a bañarse y retozar en el agua... Seguramente la volvería a ver, tocaría otra vez sus piernas... Cerca había higueras para poder trepar y recolectar frutos... Los peces del arroyo este año se dejarían atrapar... Él había crecido mucho... y ella estaría también más grande, más mujer... Sus cuerpos se tocarían pero no por azar... Qué sabroso estará el desayuno... Este año se animaría a entrar al mar como los muchachos mayores...
El grito lacerante de su madre lo sacó violentamente de sus sueños e incorporándose vio como un gigante barbudo y desaliñado la levantaba tomándola con una sola mano por el cuello, ahogando sus gritos y resistencia. Tan aterrado estaba con lo que veía, que no percibió que otro grandote se abalanzaba sobre los primos repartiendo golpes con lo que parecía ser un hacha, y solo los gritos de los chicos le hicieron percibir la terrible situación. Pudo ver como, con sendos y precisos golpes, daban cuenta de sus primos, mientras la escasa resistencia que su madre aún ofrecía era apenas audible. El espanto lo paralizó. Al darse cuenta de que no habían notado su presencia en aquel rincón oscuro del campamento, se incorporó en silencio y se deslizó hasta la entrada donde comenzó a correr desesperadamente con la obsesión de que no lo viesen, de encontrar a su padre y sus tíos, de llegar a algún sitio seguro donde esconderse...
El golpe seco produjo el ruido ensordecedor de cien truenos, de mil árboles desgajándose, y su envión brutal lo derribó. Alcanzó sin embargo a oír también el ruido de su cabeza golpeando contra el piso.
Mientras sus ojos todavía podían enfocar una brizna de hierba que se movía con el viento, tuvo la clara sensación de que un líquido caliente salía por su boca y su nariz.
Ya no esperaba alcanzar al padre, ni encontrar sitio donde esconderse. Su simple obsesión era ahora que su historia mínima, su tragedia descomunal, sus anhelos de aventura quedaran allí, truncados para siempre; y ni su padre, ni sus tíos, ni su prima, ni nadie, nadie, sabrían jamás de ellos.
La brizna de hierba desapareció.
Henri salió de su casa esa fría mañana de fines del otoño, a la hora de costumbre. Estaba ansioso porque ese día era la presentación formal del caso que lo había mantenido tan ocupado. Habían sido seis meses de trabajo agotador, pero estaba íntimamente satisfecho con los resultados. En loca carrera contra el reloj, había quitado horas al descanso y a su familia. Pero lo había logrado, las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección y la evidencia era concluyente; se podía saber con buen margen de certeza cómo habían sido los hechos.
Deliberadamente se desvió del recorrido que lo llevaba al Instituto de Investigaciones Regionales, tomando por la Autopista Costera, para echar un último vistazo al lugar de los hechos, donde, concluidos todos los trabajos de recolección de las pruebas, ya trabajaban las topadoras, destruyendo lo poco que aún quedaba.
Sus pensamientos se retrotrajeron a aquel día de fines de primavera en que recibió la apremiante llamada de uno de sus asistentes:
— ¿Dr. de Lumley?— preguntó Denis
—El mismo— repuso Henri
— ¡Tengo un caso urgentísimo!— dijo, jadeando — ¡Hay que actuar antes de que nos borren toda la evidencia!
—Tranquilo Denis, cuénteme un poco más— repuso Henri.
Conocía de sobra estas urgencias, donde los intereses contrapuestos, cuando no la torpeza o estupidez arruinaban lo que podría ser un caso redondo.
— ¿Recuerda el caso que le conté, del campamento aquel?— dijo Denis
—Sí, claro que recuerdo, adelante, continúe— repuso Henri.
—Pues bien, tenemos que conseguir una orden judicial para intervenir urgentemente, de lo contrario ¡se borrará toda la evidencia!— repitió, como un maniático, Denis.
Luego le dio una larga explicación sobre lo que estaba ocurriendo: justo en el lugar de los hechos habían comenzado a construir un moderno complejo de viviendas, y las topadoras en su marcha imperturbable arrasarían con todo, que en realidad hasta ese momento no era mucho; por eso era imperioso conseguir la orden judicial, puesto que todas sus razones eran de poco interés para el contratista cuyo único objetivo era entregar la obra concluida para cobrar, y estaba en su derecho a continuar.
A medida que Henri avanzaba por la carretera hacia el Instituto, repasó uno a uno los hechos posteriores, que comenzaron con el trabajo de los distintos científicos especialistas en recolección de pruebas. Detalles mínimos, que a cualquier ojo inexperto pasarían inadvertidos, eran minuciosamente rescatados, sometidos a análisis, evaluados y clasificados. Luego de la compilación se pudo armar un escenario coherente, donde no se dejó de lado, por supuesto, teorizar acerca del móvil que condujo a los asesinos (estaba claro que eran al menos dos) a realizar su macabra tarea. Hoy tendría que exponer ante el solemne jurado y, más difícil aún, convencer a sus integrantes.
Llegó finalmente a su despacho en el Centro, donde su secretaria lo esperaba, como de costumbre, con la humeante taza de café.
—Buenos días, Paulette— dijo Henri.
—Buenos días, doctor— respondió la joven —Vamos a tener un día movido.
Henri la interrogó con un gesto.
—Tiene dos pedidos de notas para la TV; una estación local y una nacional; y tres periódicos.
— ¿Hoy? ¿No podrían esperar a mañana?— repuso Henri contrariado.
—Precisamente doctor. La presentación ante el jurado ha despertado mucha expectativa.
En el fondo esto lo llenaba de orgullo pues estaba más ansioso que nadie por comentar sus conclusiones al mundo entero si fuera posible, pero le complicaba mucho el día. Tenía aún muchos detalles por pulir para la presentación del caso.
—Bien Paulette, trate de concentrar todo en una sola conferencia de prensa para perder el menor tiempo posible — propuso Henri.
Por fin, se concertó la rueda de prensa para la misma mañana a fin de reservar la tarde para la tarea pendiente. La entrevista transcurrió dentro de lo previsible, mostrándose los periodistas más preocupados por los métodos por los cuales se había llegado a conclusiones tan asombrosas, que por saber cómo se habían desarrollado los acontecimientos.
Almorzó frugalmente en la oficina y se reunió con Denis para ultimar los detalles, aún los mínimos que pudieran generar dudas, lo que les demandó más esfuerzo de lo esperado. Pero el fondo de la cuestión era que debían ser convincentes.
Al fin, llegó la hora esperada y Henri con el aplomo que le era característico en estos casos ingresó a la sala, donde los integrantes del jurado ya estaban reunidos.
Hizo una soberbia presentación, donde no faltaron citas a grandes autores y proyección de transparencias con resultados de análisis, y sobre todo fotos de la escena de los hechos donde se podía ver a los científicos haciendo su prolijo trabajo de recolección de las evidencias.
—La conclusión es clarísima— remató Henri —se trata de un campamento que fue atacado por lo menos por dos sujetos adultos de gran corpulencia. Asesinaron en el mismo lugar a golpes con un elemento contundente, una maza tal vez, a dos muchachos jóvenes, cuyos cadáveres con el cráneo hundido se encuentran allí. Asesinaron también a una mujer adulta joven cuyo cuello se encuentra también fracturado. Hay otro niño, menor que los anteriores, que pudo escapar unos pocos metros, antes de ser alcanzado también él por un mazazo en la cabeza. Se ven con claridad las huellas del niño y su perseguidor— hizo una breve pausa para lograr efecto.
—Por fin, quiero aclarar que hubo una conjunción de fenómenos extraordinarios como: presencia de ceniza volcánica en el terreno; una lluvia previa a los hechos que dio la consistencia necesaria para que las huellas quedaran impresas, un fuerte sol posterior que hizo que esta mezcla fraguara y solidificara. Todo ello permitió que esta escena, que ocurrió hace nada menos que cuatrocientos mil años, quedara fosilizada para la eternidad— hizo una nueva pausa.
—Lo que no llegaremos a saber jamás, es cuáles serían las expectativas y los sueños de sus protagonistas, que ese día quedaron truncos para siempre en el campamento de verano.
A nuestros antepasados Homo erectus, pobladores del asentamiento de “Terra Amata” en lo que hoy es la riviera francesa.
San Fernando, enero de 2001
Como dice el título, aquí podrán encontrar mis reflexiones, anécdotas que nos divierte contar, y algunas ficciones...
sábado, 21 de marzo de 2009
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