Del
buen salvaje al buen revolucionario. De Carlos Rangel.
Extraordinaria
disección de los orígenes de las trasnochadas ideas que prevalecen en
Latinoamérica. Aunque fue escrito hace ya casi medio siglo, es de lectura
imprescindible para entender algunos de los cómo y los porqué del fracaso de Hispanoamérica
y el éxito de USA. Hay un concepto que resume casi todo: «Los colonos
anglosajones buscaban tierra y libertad, mientras que los hispanos buscaban oro
y esclavos». Vemos cómo las sociedades libres son las que verdaderamente
prosperan, mientras el atraso va de la mano con la falta de libertad. Y los
socialismos (con los incas incluidos) solo consiguen igualar en la escasez o
aún la miseria. Y ni siquiera consiguen erradicar las clases privilegiadas.
Algunos
párrafos:
- Habla Rangel de una “vocación revolucionaria” en Latinoamérica diciendo:
«…que la “revolución” parece el
atajo para superar una situación marcada por la incapacidad de construir
Estados democráticos modernos y economías prósperas aptas, por lo mismo, para
reducir la dominación extranjera. Pero las “revoluciones” latinoamericanas han
sido, o bien de una virulencia tal que han arruinado lo que pretendían salvar
(como la Revolución Mexicana de 1911, que duró diez años y terminó por mantener
en la pobreza a los campesinos que fueron su razón de ser); o bien de un
verbalismo que disimula bajo un “lenguaje social” una incompetencia generadora
de súbito desastre, como el “socialismo” peruano” de 1967-74, o como el
“justicialismo” de Perón, quien hace veinte años arruinó a una velocidad
asombrosa y, según parece, irremediable, la economía más próspera de
Latinoamérica; o bien, como la Revolución Cubana, que no ha hecho más que
trasladar un país de la dominación norteamericana a la satelización soviética».
- A propósito de la gesta de Colón, dice:
«Colón tuvo la terquedad
extraña y predestinada de sostener, contra la mejor ilustración de su época,
que la tierra no solo era redonda, cosa que no se discutía seriamente, sino
además mucho más pequeña de lo que en realidad es. Salió hacia una muerte
segura y se topó con América».
- Acerca del vertiginoso crecimiento de EE.UU.:
«.. la imaginación más desenfrenada no hubiera podido prever que esas
precarias colonias inglesas serían, antes de mucho tiempo, un país
independiente, poderoso y expansionista, destinado a comprar Luisiana a
Francia, Florida a España y Alaska a Rusia; a desalojar a los herederos del
Imperio Español de extensos territorios, y a abrirse paso hasta el Pacífico,
donde arrebataría Oregón a Inglaterra.
La misma confederación nacida en 1776 no aparecía nada formidable.
Cualquier hombre de Estado europeo sensato ha debido ver con escepticismo el
futuro de un experimento político tan extravagante, tan poco apropiado, según
el sentido común prevaleciente, para asegurar un gobierno estable y eficaz,
mantener la paz y aun la cohesión interna, y mucho menos conducir una eventual
guerra exterior.
De hecho, bastante más tarde, cuando la guerra contra México, en
Europa se pensó seria y generalmente que los EE.UU. iban a llevarse un chasco,
y que probablemente la aventura les saldría muy cara. Los mejicanos algo
conservarían de las cualidades marciales que en el siglo XVI hicieron a la
infantería española el terror de Europa; los esclavos negros de los estados
sureños y los indios de la frontera aprovecharían la coyuntura para sublevarse;
los ingleses no desperdiciarían la ocasión de establecer con firmeza la
soberanía británica en la costa del Pacífico al norte de California.
Entre 1860 y 1865 los EE.UU. sufrieron una contienda civil terrible y
sangrienta, más destructiva y total que ningún otro conflicto armado que el
mundo hubiera conocido hasta entonces.
De esa guerra, el Norte vencedor salió con un impresionante aparato
bélico, pero lo desmanteló con tanta rapidez y desenvoltura, que en 1879 la
marina de guerra norteamericana era inferior a la de Chile, país que ese año
demostró su potencia naval "europea" al ganar con facilidad la
llamada Guerra del Pacífico, contra Perú y Bolivia.
En ese momento los EE.UU. eran un país productor sobre todo de
materias primas, minerales y agropecuarias, y en todo caso prácticamente no
participaba en el comercio internacional salvo como exportador de esos
productos e importador de manufacturas y capital; las mismas condiciones de las
cuales se asegura hoy que son causa suficiente del atraso de Latinoamérica.
Pero en 1898 los norteamericanos, con barcos flamantes, construidos a
toda prisa, desbarataron la Armada española en Cuba y Filipinas. Entre 1904 y
1914 terminaron el Canal de Panamá, abandonado como imposible por Ferdinand de
Lesseps. En 1917 decidieron con su intervención la derrota de las Potencias
Centrales en la Primera Guerra Mundial.
Hasta 1923 ningún Premio Nóbel en física o medicina había sido
adjudicado en los EE.UU., pero desde entonces norteamericanos o europeos residentes
en los EE.UU. han merecido uno de cada tres Premios Nóbel en física, uno de
cada cinco en química, uno de cada cuatro en medicina. Lo cual unido a la
potencia industrial y financiera norteamericana, dio como resultado, entre
otros, que los norteamericanos construyeran la primera bomba atómica, el primer
reactor nuclear, y pusieran el primer hombre en la luna.
Pero lo más notable (y seguramente lo más importante dentro de las
perspectivas de nuestra época), es que la productividad agropecuaria norteamericana
sea de tal modo espectacular, que con sólo seis por ciento de la población
activa empleada en el campo, los EE.UU. logren autoabastecerse ampliamente y
ser además grandes exportadores de alimentos.
No es mi propósito intentar explicar, o ni siquiera hacer una relación
exhaustiva de los éxitos norteamericanos; pero sí subrayar algo que no es
inmediatamente evidente a quienes observan esos éxitos desde una perspectiva
europea, africana o asiática: su carácter de escándalo humillante para la otra América,
que no puede darse, ni dar al resto del mundo, una explicación aceptable de su
fracaso relativo (el cual, por la comparación, aparece como mayor de lo que en
realidad es) con relación a los colonizadores de América del Norte».
- Y agrega:
«México, Lima y diez o veinte otras aglomeraciones urbanas
hispanoamericanas eran ya ciudades respetables antes de que los ingleses
intentaran su primer establecimiento en Norteamérica. México tuvo imprenta en
1548. Las Universidades de México y Lima fueron fundadas en 1551. Para 1576 había
en Hispanoamérica nueve Audiencias, treinta gobernaciones, veinticuatro
asientos de Oficiales Contadores, tres Casas de Moneda, veinticuatro Obispados,
cuatro Arzobispados y trescientos sesenta monasterios; y todas estas instituciones,
así como las residencias virreinales y de otros grandes señores estaban
alojadas en imponentes edificios que todavía hoy perduran, En contraste, Boston
no fue fundada hasta 1630, y todavía a finales del siglo XVIII era, lo mismo
que Nueva York o Filadelfia, inferior a las ciudades virreinales de la América
española. La población de los EE.UU., seguía en ese momento siendo mayoritariamente
rural».
Y todavía hay muchísimo más para aprender de estas concienzudas
reflexiones del autor.
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