domingo, 11 de junio de 2017

Economía de entrecasa

No soy economista, pero me atrevo a opinar algunas cositas. Si entre mis lectores hay alguien de tan noble profesión, le ruego que corrija mis probables errores de concepto.
Un economista profesional adhiere generalmente a alguna de las teorías existentes y las argumenta con su sapiencia y con elementos de juicio que maneja merced a sus estudios. Un periodista, un encuestador y opinólogos varios, hacen lo propio.
Un político que no está al frente de una intendencia, gobernación o un país, también es absolutamente libre de expresar sus ideas y de criticar, a quien ejerce el ejecutivo correspondiente, en todo aquello que se aparte de lo que él considera bueno para el conjunto. Desde luego que hablamos siempre de gente bien intencionada que, aunque no son tan abundantes como uno quisiera, existen.
Por su parte, el político que sí accedió a funciones ejecutivas, hace lo que puede, dentro de lo que le resulta razonable.
Pongamos un ejemplo:
Llega al gobierno ese político bien intencionado que mencionamos antes (esto no es tan frecuente). Hereda un déficit fiscal monumental (esto sí es frecuente). Para hacerle frente, dispone de alguna de las siguiente opciones: 1) no pagar; 2) imprimir más billetes; 3) aumentar los impuestos o, 4) tomar deuda.

1)    Dejar de pagar los compromisos es una alternativa más teórica que práctica, ya que de optar por ello, el país se incendia y su gobierno cae irremediablemente. Hay sí una variante atenuada, que se utilizó en 2002, que es hacer una fenomenal devaluación con sueldos congelados, lo que llevaría, hoy, casi al mismo incendio antes mencionado.
2)    Imprimir más billetes, inevitablemente sigue generando inflación. Pero se podría recurrir a esto con un plan serio de metas y plazos para ir disminuyendo el déficit ya que con ello se moderaría la impresión de billetes y la inflación.
3)  Aumentar los impuestos. Esto sería practicable si la presión fiscal fuese baja y la economía en su conjunto tolerase tal aumento sin llegar a la recesión. Si dicha presión ya fuera muy alta, el aumento en los impuestos llevaría, por efecto de la caída de actividad, en una menor recaudación.
4) Tomar deuda no es malo en sí mismo. Lo malo es malgastar los ingresos que el préstamo genera. Si, por el contrario, se utiliza, por ejemplo, en obras de infraestructura que demandan una inversión muy alta y que disfrutarán varias generaciones (caminos, obras hidráulicas para mitigar los efectos de las inundaciones, infraestructura hospitalaria o escolar, etc.), entonces resulta provechoso el endeudamiento. Puede ocurrir que un gobierno que heredó una situación como la que mencionamos antes, utilice el préstamo para paliar el déficit. En este caso, una vez más, hay que ver si se hace con planes y metas concretas de reducción del desequilibrio.
En resumen, el gobierno tiene una responsabilidad frente a todos los sectores sociales y todas la áreas de su gestión. Para ello se elabora un presupuesto, que debe ser refrendado por el Legislativo, donde se asignan los recursos en relación a las prioridades que el gobierno asigna.
Pero, volviendo a los economistas, periodistas, opinólogos y criticólogos varios que vemos a diario por TV, sabemos de sobra que no abundan los bien intencionados o imparciales, sino todo lo contrario. Por ello resulta risible cuando, ante una obra de cualquier tipo, se critica porque debería asignarse ese recurso a salud, educación, seguridad, etc. (aquí, cada uno pone lo que mejor le acomode) y no a lo que se está haciendo en ese momento. Por el contrario, si la obra no se hace, se criticará porque no se hizo, porque se subejecutó el presupuesto del área y toda esa cantinela a la que estamos tan acostumbrados.

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