Quiero ahora citar, de
él, algunas frases que me parecen dignas
de mencionar:
· La
desmesura está al alcance de cualquiera, cualquiera puede abrazar los extremos,
pero solo unos pocos pueden seguir el camino de la moderación.
· De
lo bueno se ríe cualquier necio; de lo malo solo se ríe el sabio.
· Todos
hemos nacido libres, o al menos hemos nacido para serlo.
· Cuando
comencé a recorrer […] este camino de
renuncia a lo superfluo, intuí que podría conducirme a la muerte, pero esta se
me antojó un precio muy bajo por la libertad.
·El
tiempo es lo único que realmente nos pertenece y a lo que no concedemos
importancia alguna. Permitimos que nos lo arrebate cualquier mentecato. Lo
despilfarramos mientras atesoramos riquezas que de nada nos servirán cuando el
tiempo se nos acabe.
· El
final de toda carrera encumbrada es la caída.
El poder:
Séneca fue, entre otras
cosas, el maestro y tutor de Nerón al que quería como a un hijo. A la muerte de
Claudio, su padrastro, Nerón lo sucede como emperador a la edad de 17 años.
Durante los primeros años
de su reinado, los manejos del estado estuvieron a cargo del propio Séneca y de
su amigo Burro. Al crecer Nerón poco a poco fue tomando las riendas del imperio
y su vida disoluta y cruel hicieron que su tutor y maestro fuese alejándose de él.
Siendo ya intolerables
las tropelías que Nerón cometía, se gestó una conspiración para cometer el
magnicidio, y entre sus participantes surgió por consenso que se nombraría
emperador a Séneca.
Uno de los conspiradores,
Lucano –sobrino del propio Séneca– fue a hacerle esta proposición que Séneca
rechazó en la creencia de que ni Júpiter sería capaz de soportar el poder
absoluto sin convertirse, a su vez, en un tirano.
Nada se conseguiría
reemplazando a un tirano por otro, por buenas que fuesen sus intenciones.
¿Quién, en lugar de adularlo, le marcaría sus errores? El mero hecho de aceptar
la propuesta lo convertiría en un tirano. Tampoco creía que el tiranicidio
fuese la solución. ¿quién tomaría el lugar vacante? Solo instituciones sabias
reemplazan al tirano con acierto.
Y la historia le dio la
razón reiteradas veces.
- Nerón, haciendo el uso previsible de poder ilimitado,
no dudó en culpar a los cristianos por el incendio de Roma que algunos
historiadores le atribuyen (según esta hipótesis, el déspota provocó el
incendio como fuente de inspiración para componer gloriosos versos que
rivalizarían con los homéricos del incendio de Troya). Se desató entonces
una feroz persecución que terminó por mandar a los seguidores de Pedro al
circo a ser devorados por las fieras, cuando no crucificados o incluso
quemados vivos. No se salvaron mujeres, niños ni ancianos.
- A su vez, los cristianos,
cuando tuvieron el poder suficiente, tampoco vacilaron en quemar vivos a
los reales o supuestos herejes. No los crucificaban solo porque este
método había adquirido una importancia ritual. Todo ello para imponer la
caridad cristiana.
- Espartaco, años antes, había encabezado una
formidable rebelión –primero de gladiadores y que se extendió luego a
esclavos comunes– contra la miserable vida a que eran sometidos, que
incluía la muerte por crucifixión. Como no tenía aquellos tabúes
religiosos, no dudó en crucificar a quienes consideraba que se apartaban
de las normas que él había impuesto. Seguramente se ampararía en el fin superior
de su rebelión contra la injusticia.
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A continuación cito
algunos pasajes del libro El maestro del
emperador de Pedro Gálvez. Se trata aquí de la conspiración para matar a
Nerón y le proponen a Séneca que tome su lugar, en la confianza de que su
sabiduría y honestidad serían beneficiosas para Roma
—Ni siquiera Júpiter es capaz de
soportar el poder absoluto. Para eso hay leyes en la naturaleza. A la larga me
convertiría yo también en un tirano –dice Séneca
—¡Eso es imposible!— responde Lucano.
—No lo es. Si sigues una senda
cualquiera, tendrás que atenerte a las leyes internas de esa senda. No podrás
violarlas. Tu libertad radica únicamente en la elección de esa senda. Yo he
elegido. He elegido el camino hacia la libertad. Y no me importa que ese camino
pueda conducirme a la muerte, pues moriré libre y no esclavo.
—Eso es ser egoísta, querido tío, solo
piensas en ti mismo.
—No, te equivocas. Pienso que la
libertad radica en ajustarse a las leyes de lo posible.
—No te entiendo.
—Los antiguos, cuando abolieron la
monarquía e implantaron la República, tuvieron muy en cuenta las debilidades y
flaquezas humanas. No pusieron a un cónsul para que nos gobernase por un año,
sino a dos, para que el uno evitase los desmanes del otro. En esa magistratura
colegiada, ambos se repartían por turnos el poder. Un mes gobernaba uno y al
otro mes el otro. Y mientras uno gobernaba, su colega tenía derecho de casación
sobre las decisiones que tomara. Y al cabo del año ninguno de los dos cónsules
podía ser reelegido. Tenían que esperar al menos diez años. Se evitaba así la
posibilidad del abuso del poder. Los dos tampoco podían ponerse de acuerdo pues
pertenecían a partidos distintos, si uno era patricio, el otro tenía que ser
plebeyo.
—Sabes perfectamente que sería imposible
restaurar la República.
—Y entonces, querido Marco, ¿qué más da,
qué importa quién sea el dictador de turno? Aunque he de corregirme: en vez de
«dictador» tendría que haber dicho «déspota». La dictadura la implantaron los
antiguos como una magistratura de excepción, para aquellos momentos en que la
República estuviese en peligro. El dictador, que ocupaba a título
extraordinario los poderes ejecutivo y judicial, era elegido por el Senado por
un tiempo limitado, nunca superior a seis meses, y sin la facultad de designar
sucesor. […] La dictadura era una magistratura humilde, humildemente ejercida
al servicio de la comunidad. Con deberes y derechos muy bien definidos. Sila y
César la arrastraron por el fango. Hoy es sinónimo de despotismo.
—Pero tú no te pareces a Sila ni a
César.
—¿Estás seguro? ¿Quién sabe lo que se
oculta en las profundidades del alma?
—¿Es que no te conoces?
—Conocemos más al prójimo que a nosotros
mismos. Para cualquiera de nosotros el ser más enigmático del mundo es nuestra
propia persona. Por lo demás, ¿qué importa que no me parezca ni a Sila ni a
César? No hay ser humano en el mundo
capaz de ejercer el poder absoluto sin corromperse.
—Pero tú restituirías muchas de las
libertades de la vieja República
—Pero no podría restituir la República.
Contribuiría, por tanto, al engaño. En eso se basó el poder de Augusto, y en
eso justamente se basa el de los demás césares, en que para la inmensa mayoría
de los senadores la apariencia de la República ha sido siempre más importante
que la República misma. Es como todo lo humano: aparentar tiene más valor que
ser.
—Contigo no habría abuso de autoridad.
—¿Y cómo podría saberlo? ¿Quién se
atrevería a corregirme si me equivoco? ¿Quién no dejaría de adularme por más
bellaco que fuera? ¿No entiendes acaso que si aceptara la oferta me habría
convertido en un tirano por el mero hecho de aceptarla?
—Tú jamás serías un Nerón.
—[…] ¿Y quién me sucedería? ¿Otro Séneca
o un nuevo Calígula? Los antiguos lo sabían: ¡ni por un mes se puede entregar
tanto poder a una sola persona!
—Pero el tiranicidio es un deber de los
pueblos.
—He ahí otra cosa que he aprendido en el
errado camino de mi vida: hay que crear sistemas políticos justos, en los que
podamos destituir inmediatamente al magistrado que se otorgue competencias que
no le corresponden. Creer que es el hombre y no el sistema lo que determina la
justicia es un absurdo.
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Demás está decir que
recomiendo leer este interesante y valioso libro.
2 comentarios:
Norberto nos dijo: Como no leerlo ,si viene de vos. Sucedió ayer? La historia se repite por siglos y siglos. Saludos a la familia y no dejes de mandarme cosas SIN IMPORTACIA.Abrazo.
Mirta nos dijo: Muy bueno. Siempre superandote.
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