miércoles, 26 de mayo de 2021

La injusticia, la pobreza e ideas afines

Yendo más allá del término de nuestras vidas, podemos hacer un ejercicio y analizar la situación de la sociedad humana de hoy, comparándola con la de hace 100, 200 o 1000 años. Actualmente se considera pobre a quien no tiene acceso a servicios básicos como agua corriente, luz eléctrica o cloacas así como a la vestimenta adecuada o el esparcimiento necesario. En aquellos tiempos de hace poco más de cien años, casi nadie en el mundo tenia acceso a tales servicios y un enorme porcentaje de la población tenía que trabajar larguísimas y extenuantes jornadas para poder simplemente comer. 

Si consideramos décadas recientes, la pobreza en el mundo ha ido disminuyendo (no estoy hablando de nuestro país, donde no para de crecer) y todo ello es gracias a la Revolución Industrial y al desarrollo del capitalismo, allí donde tiene la suficiente libertad para su desenvolvimiento. Por eso no deja de asombrar la muy mala prensa que tiene esta forma de organización de la economía. Nadie duda de que un marxista convencido, está animado de las mejores intenciones, pero resulta poco serio adherir a una ideología desarrollada desde arriba, prediciendo la historia (con garrafales yerros) desde mentes tenidas por preclaras y que se pretende imponer a toda la sociedad, sin tener en cuenta que ella está conformada por millones de individuos, cada uno con sus preferencias, sus capacidades y sus aspiraciones, todas ellas diversas, afortunadamente. 

La sociedad humana sigue siendo imperfecta, precisamente por ser humana. Tendrá siempre una dosis de injusticia; la tuvo y la tendrá bajo cualquier régimen o ideología que se aplique. Quiere decir que la guerra a la injusticia no la ganaremos, pero de ninguna manera que no podamos luchar. Luchando, ganaremos algunas batallas y podremos darnos por satisfechos si al cabo de un tiempo vemos que algo hemos mejorado. Y lo mismo vale y está muy asociado con la lucha contra la pobreza.

La crítica

Cualquier persona de bien, animada de buenas intenciones, se rebela ante la pobreza y la injusticia; por eso es más fácil y “garpa más” o “viste bien” la crítica que el elogio. Tal vez esa sea la razón de la mala prensa del liberalismo y el capitalismo. No nos conformamos con lo ganado en las últimas centurias y pretendemos el paraíso en la Tierra ¡ya! sin pensar en lo que podemos perder dejando de lado un modelo que, con sus más y sus menos, ha resultado exitoso, para cambiarlo por otro que, hasta ahora, solo es una utopía. Hace poco veía un debate donde se alegaba que «en la sociedad comunista, el hombre no tendrá que preocuparse por alimentarse, vestirse ni conseguir vivienda digna, porque esos problemas ya estarán resueltos por la sociedad…». Hermosa utopía que no pasa de ser una entelequia. No explicaba este señor cómo haría la sociedad o qué parte de ella, para resolver todo eso sin que alguien tuviese que “preocuparse”. 

Volver a lo natural (o “La civilización es un camino de ida”)

Hay un legítimo anhelo por volver a lo natural; ¿quién no disfruta de un día al aire libre, alejado de los ruidos, la contaminación y el ajetreo de las ciudades?

Pero, de allí a pretender que todos seamos como la familia Ingals, que consumamos alimentos orgánicos, que se cultive sin fertilizantes, herbicidas o modificaciones genéticas, hay un trecho que escapa a lo razonable.

Para bien o para mal, hoy habitan (habitamos) en este planeta algo así como ocho mil millones de personas que tienen la lógica pretensión de comer en lo posible dos o tres veces por día. Si todos aspirásemos a alimentarnos con  comida orgánica, vegana o de alguna de las modalidades hoy de moda, podemos tener por seguro que no alcanzaría para todos y se cumpliría la profecía maltusiana de que la humanidad crece más rápido que la potencial producción de alimentos. No sé si eso sucederá en el futuro, pero lo concreto es que no ha ocurrido hasta el momento, a pesar del vertiginoso aumento de la población, ya que, cada tanto, hay una nueva vuelta de tuerca en las técnicas agronómicas que permiten aumentar las áreas sembradas y la productividad por unidad de superficie y, hasta ahora, no ha faltado alimento para la humanidad. Allí donde hay todavía hambre, no es porque no se produzca lo suficiente en el mundo, sino por otras razones.

Lo anterior no quiere decir que el avance de la civilización se encuentre exento de problemas ni que haya resuelto todas las vicisitudes del hombre. La prosperidad económica es necesaria para la felicidad, pero no suficiente. Pero no hay dudas de que, volver a lo primitivo no solo no garantizaría la felicidad si no que sería impracticable. Porque pocos –o tal vez nadie–, estarían dispuestos a renunciar a obtener luz con solo pulsar una tecla o agua abriendo un grifo. Ni hablar del acceso a la penicilina ante un niño enfermo. Y eso sin contar con que, el retorno a una vida primitiva, no produciría lo suficiente para alimentar siquiera a una parte insignificante de la población actual.


1 comentario:

Charles dijo...

Mirta nos dijo: Muy bueno. pobreza economica ,mental y espiritual, la Argentina es rica en eso.

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