Por la ventanita rectangular de la cocina llegaba el monótono golpeteo del bombo, pero siempre había un instante en el que se detenía para volver a empezar con más fuerza. Como si el ejecutor del golpe se tomara ese respiro para repetirlo con más ímpetu, incansablemente…
Pero… ¿Tan pronto practicaba la murga…?
Desde hacía un par de años vivíamos en este barrio, San Rafael, a pocas cuadras de la avenida Sobremonte, frente a la villa miseria.
Nos habían prestado este departamento (¡a estrenar!) en esta precariedad y nosotros, jóvenes y audaces, nos animamos a convivir esta experiencia sin igual. Era la década de los ’70, la noche era tibia y primaveral, con perros ladrando en el baldío y gente caminando apurada por la vereda angosta que se acababa abruptamente al llegar al asentamiento.
Salí a comprar una lata de tomates en lo de Etelvina, porque tenía unos fideos esperando en mi mesada y esa sería nuestra cena; mi marido no había llegado todavía…
La casilla-almacén de Etelvina no tenía horario, ni feriados, a toda hora de cualquier día del año, estaba siempre abierto y atestado de gente.
No creo que ningún buen supermercado de barrio, pudiera igualar a esta generosa despensa en medio de tanta miseria.
Colmada de víveres que no habían sido ordenados, desparramados en los precarios estantes de madera contra la pared de chapa, que se curvaban soportando empecinados el exceso de peso. Detrás del mostrador, impasible y callada, la frágil y diligente, Etelvina, alerta a la necesidad de sus clientes y hallando lo que pedían en rincones en donde a nadie se le ocurriría buscar. La observé desde un rincón estrecho junto a la entrada, con ánimo de pedirle que se apurara, pero ella nunca nos miraba, porque a pesar de estar atenta siempre parecía estar lejos…
Con el mismo pañuelo floreado sosteniendo su cabello desteñido, las manos huesudas metidas en el delantal y ese bolsillón en donde guardaba el cambio y daba los vueltos con una precisión matemática.
¿Qué edad tenía esta mujer? ¿Cuándo descansaba, cuándo se tomaba un respiro…?
Nunca lo iba a saber, era imposible descubrir estas cuestiones en ese rostro inexpresivo, en esa mirada ausente surcada de arrugas con la palidez del encierro voluntario al que se sometía todos los días de su vida…
Finalmente salí de allí con mi lata, me encaminé a mi departamento por un sendero, atravesando el asentamiento. Ahí me encontré con los chicos del bombo, parados sobre la tierra seca al lado de la casilla, en donde alguien cocinaba un guiso poderoso porque los olores eran intensos y las moscas se arremolinaban en la entrada de la vivienda. Eran dos los que tocaban y se turnaban, mientras los otros alentaban.
Nadie imagina que un sonido tan contundente viene de semejante precariedad, lo relaciona con algún ejecutor poderoso que proviene de otra dimensión. Sin embargo, eran solo estos muchachos con las caras sudadas y las zapatillas agujereadas; ya los conocía del barrio. Eran los mismos que integraban la murga, solo que ahora no estaban disfrazados y le pegaban al bombo con mucha energía, con un pedazo de manguera repitiendo el compás con una tenacidad admirable.
–¿Qué hacen chicos? ¿Ya se preparan para el carnaval?
–No doña, hoy es el día de la lealtá….pero el viejo se murió, por eso nos quedamos acá…
En ese instante recordé que en la oficina, había escrito “17 de octubre de 1975” …
Claro que el “líder” se les había muerto y no había otro convocante más exitoso, que ese inventor del monólogo multitudinario, el que había alentado desde un balcón a tantos marginados para convertirlos en “compañeros”.
Al darles ese nombre, les había concedido la gracia de abandonar el anonimato, para ser algo más que un punto entre la multitud de la plaza de Mayo…
Realmente, había sido muy canchero el general y su dialéctica sensiblera, pero algunos díscolos lo habían hecho enojar y en su vejez con sus achaques a cuestas, no se lo pudo bancar y se murió nomás…
Y aquí estaban estos chicos, tocando furiosamente el bombo para atenuar su ausencia, para provocar el retorno utópico del caudillo “compañero” …
Los perros le ladraban a la gente que pasaba, pero luego volvían a echarse junto a los pibes, siempre fieles a sus dueños y alertas a cualquier movimiento, porque esto se prolongaba y aquí en la villa, lo único que les quedaba era esperar…
4 comentarios:
Yo viví en ese barrio ,mi cuñada Lía me había echo anotar para acceder a una viviendas de allí ,eran bien construidas y recuerdo que en verano muy frescas,debido al detalle del techo ,lo demás estaba muy bueno.Los pisos de parquet en los dormitorios .Al poco tiempo la gente ( ? ) empezó a colgar la ropa en balcones empezando a no respetar la convivencia.Hace unos 5 años entré a ver cómo estaba el lugar donde había vivido , fué tan grande la descilucion que HUÍ casi llorando .Era por un crédito del BHN muy económico,el cual antes del vencimiento había pagado.
Me lo entregaron el día que había fallecido el Gral Perón y con un DKW entramos a verlo con mi señora y los 3 hijos , había barro hasta el techo casi casi,pero era nuestra casa.Es un lindo recuerdo pero a su vez triste por ver qué como dice el dicho DIOS DA PAN AL QUE NO TIENE DIENTES .A mi querida ARGENTINA no la voy a poder ver cómo quisiera,Que sea para la o las futuras generaciones.
No puedo escribir más.Chau ,Martita .
Perdón porque en el comentario anterior haya escrito en plural y singular, esa parte de mi vida siempre es en plural ,con la madre de mis tres hijos.
los relatos de marta siempre tan dulces y con un dejo a una flor de muguet guardada entre las hojas de un libro, esa flor que cuando se re-encuentra desencadena un torrente de recuerdos.Gracias.
Aldo nos dijo: Bien Marta, bien. Bueno el relato, muy vívido para quienes hemos estado en villas. Pensar que le siguen tocando el bombo, coreando su nombre, pese a que han Sido bastardeados y estafados en su fe, esa fe religiosa que los enceguece. Y que otros tantos, en nombre de aquel líder decrépito seguirán traicionandolos una y otra vez, infinitamente...
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