sábado, 27 de abril de 2024

El hambre

Todos alguna vez habremos dicho «Estoy muerto de hambre» o cosa parecida. Pero no creo que yo, ni ninguna persona de mi conocimiento, haya sentido alguna vez el hambre verdadera, el hambre atroz de un ayuno, no de unas horas, sino de días, cuando no permanente.

Recuerdo haber oído a uno de los muchachos uruguayos sobrevivientes de la tragedia de Los Andes, decir: «El hambre duele».

Eso es hambre y no simplemente ganas de comer.

Y, a propósito del tema, recuerdo frases que, por la belleza conceptual que encierran, creo que vale la pena transcribirlas. Alguna puede ser un poco extensa, pero merece el intento. 


Jorge Renard, en "el trabajo en la prehistoria" a propósito del hambre como motor del desarrollo, nos dice:

La necesidad más imperiosa para un ser vivo, es vivir. El hombre no hace excepción a la regla. Debe, ante todo, comer y beber, y defenderse de ser comido. De allí surgen una serie de invenciones: el hambre, la sed, y el instinto de conservación son los primeros y más poderosos estimulantes del trabajo. 

No sin razón es que Rabelais llama a Messer Gaster, es decir al estómago, el primer maestro de las artes del mundo, y ve en él, al inventor de todos los utensilios, oficios y sutilidades. A él, dice, no se le puede hacer creer nada, demostrar nada, persuadir; no tiene oídos. En sus requerimientos no admite ninguna demora; lo que él ordena hay que hacerlo sin retardo o morir. Animales salvajes, habitantes de los bosques, del aire y del agua obedecen a su primera señal. Por él trabaja cada uno; termina diciendo, en su lenguaje truculento el escritor, "todo por la tripa". 

Por su parte, Joseph Conrad en «El corazón de las tinieblas»:

No hay miedo capaz de derrotar al hambre, ni paciencia que pueda soportarla. Cuando llega el hambre, se acaba la repugnancia y, en lo que se refiere a la superstición, fe y lo que ustedes llaman principios, pesan menos que una hoja arrastrada por el viento. ¿Saben lo diabólica que puede ser la inanición, la tortura exasperante, los pensamientos negros que causa, su ferocidad sombría y envolvente? Pues bien, yo sí. Hace que el hombre pierda toda la fuerza innata para luchar dignamente contra el hambre. Es más fácil enfrentar a la desgracia, la pérdida del honor, del alma. Será triste, pero es verdad.

Hasta aquí, hemos considerado al hambre desde la óptica fisiológica y de comportamiento. También se puede abordar desde lo político. En su libro «El conocimiento inútil», Jean François Revel nos dice:

Como todo demógrafo calificado puede explicárselo a los espíritus curiosos, cada año mueren, en total, en el conjunto del planeta, unos 50 millones de seres humanos. Todos no pueden morir de hambre, ni suponer el 60 % de niños, ni pertenecer exclusivamente al Tercer Mundo. La población del mundo se elevaba, en la época en que esas declaraciones fueron servidas al buen pueblo, a aproximadamente 4 700 000 000 de personas, con una mortalidad del 11 %, todas las causas, todas las regiones y todas las edades incluidas. En ese total, las muertes causadas directamente por la privación de alimentos oscilan, según los años, entre uno y dos millones. Durante el decenio 1980-1990, casi todas esas víctimas se sitúan en África y, más particularmente, en los países provistos, o afligidos, de un régimen marxista: Etiopía, Madagascar, Angola, Mozambique, a los que hay que añadir Sudán, que no es marxista. Contrariamente a lo que pretenden los ideólogos, las carestías más asesinas de nuestra época se sitúan en los países comunistas, y no pueden proceder, pues, del capitalismo. De hecho, el gran productor de hambre del siglo XX es el socialismo. Las causas mayores de las 4 carestías contemporáneas son políticas. Entre las más célebres de esas causas políticas figuran la colectivización de tierras en la Unión Soviética durante los años treinta (de cinco a seis millones de muertos en una sola república: Ucrania), el «Gran Salto hacia adelante» de Mao Zedong (varias decenas de millones) o los recientes traslados forzosos de población en Etiopía. 


martes, 23 de abril de 2024

La educación

Veo en las manifestaciones de hoy (y desde hace muchos años también) una cuota de irresponsabilidad notable, sobre todo que estamos hablando de un sector que, se supone, está a la vanguardia del pensamiento del país. Y me temo que también que hay una cuota también de mala fe.

Acabar con la educación pública  no creo que esté en los planes de nadie. Y particularmente, el actual presidente, siendo candidato, hablaba de una distinta modalidad de financiar la educación. Podemos esta o no de acuerdo en que la política de los vauchers sea acertada o un mamarracho, yo no lo sé, pero defender esa variante no implica que se quiera ir contra la educación pública. Sí puede haber diferencias entre los presupuestos otorgados y los pretendidos. El aumento del presupuesto universitario es un reclamo que lleva décadas, pero nunca se han planteado de dónde saldría tal aumento, sobre todo en la muy crítica situación actual en que amplios sectores  –entre los que los jubilados son arquetípicos– están sufriendo toda suerte de privaciones. Si se preocuparan con igual empeño en auditar los resultados de las políticas actuales, estaríamos en mejores condiciones. Porque un aumento sin resultados es otra forma de malgastar los escasos recursos de nuestro empobrecido país. Para dar un ejemplo, en países vecinos cuentan con menos alumnos universitarios, pero tienen más egresados. Esto es un auténtico despilfarro de recursos. Algo están haciendo mejor que nosotros nuestros vecinos. 

Por otra parte, la gratuidad (sería mejor decir el «no arancelamiento») es una suerte de vaca sagrada que no admite siquiera una leve crítica. Y no vale el argumento de que, arancelando, los pobres no accederían a educación superior. Falso, los pobres YA no acceden aún siendo gratuita, porque el costo de estudiar no es solo el hipotético arancel que se aplique puesto que el sostén de un alumno hasta los 25 o 26 años con sus viáticos más los materiales de estudio ya los dejan fuera del alcance de una familia menesterosa. Además, son proporcionalmente pocos los alumnos que cursan en escuelas públicas que terminan el secundario. Sería, a mi criterio, razonable aplicar un arancel moderado con el que se podría becar alumnos que realmente lo necesitan y merecen.

Pero allí no terminan los inconvenientes del no arancelamiento. Si tuviesen que pagar, aunque sea una módica suma, no veríamos tantos alumnos «crónicos» que asisten para hacer política o simplemente para darle el gusto a papá.

Ni qué decir de la gratuidad para extranjeros no residentes que, no bien terminados sus estudios, vuelven a sus países de origen para aplicar allí lo que les dimos con el esfuerzo de nuestros contribuyentes.

Otra de las sinrazones que suelen tomarse como «conquistas» es el ingreso irrestricto, un verdadero despilfarro de recursos que contribuye poderosamente a la pésima relación que tenemos entre ingresados y egresados y, también, a la existencia de los ya mencionados estudiantes crónicos.

Termino recomendando la nota del siguiente enlace. 

https://www.google.com/search?q=pagni+y+alieto+guadagni&oq=pagni+y+alieto+guadagni&gs_lcrp=EgZjaHJvbWUyBggAEEUYOTIHCAEQIRigATIGCAIQIRgV0gEIODkxMWowajSoAgCwAgA&sourceid=chrome&ie=UTF-8#fpstate=ive&vld=cid:49f5c171,vid:lZ2OqcgbUwE,st:0







miércoles, 17 de abril de 2024

La nefasta oligarquía

Un DT de fútbol –al menos los de equipos de primera línea– gana cifras elevadísimas. Igual que los futbolistas estrella, o los destacados en cualquier disciplina deportiva o artística con altos índices de fervor popular. También los jóvenes creativos que crean o desarrollan distintos software o aplicaciones para teléfonos celulares o el CEO de cualquier gran empresa. Pero, todos ellos, tienen en común que su desempeño tiene que estar a la altura de lo que se espera de ellos, requisito sin el que dejarían de existir sus elevados sueldos o ganancias.

No ocurre lo mismo con los políticos. Esa sí que es una verdadera corporación que cosecha éxitos para sí; es la verdadera oligarquía que hoy tiene poder. Una vez alcanzada la posición, desde un simple concejal o un ministro, un diputado, o director de una empresa pública (de esas que tanto abundan en nuestros gobiernos progres) ganan sueldos que suelen ser diez veces el mínimo y más también. Pero no están sometidos a la auditoría de su gestión, tienen fueros y pasajes, visas, jubilaciones especiales y otros privilegios que no pierden por desastroso que sea su desempeño (recordemos que son ellos mismos los que legislan sus propios privilegios). 

Mucho se despotrica desde sus tribunas acerca de las oligarquías que siempre están contra el pueblo, que solo aspiran al sufrimiento perpetuo de las clases populares y que siempre están contra los gobiernos consustanciados con los pobres y marginados. Esa oligarquía. a la que hacen referencia, pudo haber sido la de los terratenientes, la clerical en aquellas épocas del primer peronismo o los “factores concentrados de la economía”, según repiten hoy sus voceros.

Lo concreto es que hoy, la única oligarquía que ejerce poder tangible y antipopular, es la oligarquía política (y la sindical, a su cobijo), encarnada particularmente en el nefasto PJ y todas las variantes con las que se disfraza para afianzar sus intereses: camporismo, isabelismo, lopezrreguismo, kirchnerismo, cristinismo, etc.

Estas camaleónicas transformaciones son tan útiles que les permiten no hacerse cargo de la secuela de atraso, miseria y marginación que dejan tras su paso. Pero saben muy bien regular para sí los salarios, las tarifas, las políticas públicas de todo orden, discursear majaderías, derrochar palabras vanas y hermosas buenas intenciones en sus arengas, aunque jamás dejen de hacer buenos negocios para sí y para sus empresarios amigos.

Ellos son los verdaderos enemigos de las causas populares, los que actuando a sabiendas de que están preparando siempre la próxima crisis –que pagaremos todos en su beneficio personal–, saben que el brazo largo de la justicia, no suele ser tan largo para ellos; y que las cortas piernas de la mentira, no lo son tanto como para que se caigan antes de la próxima elección. El que venga detrás, ya se las arreglará para poner de nuevo en marcha la noria.

¿Podremos, algún día, terminar con ella? Aunque esta película ya la ví, no pierdo nunca las esperanzas.



jueves, 11 de abril de 2024

Las limitaciones al poder

 

Este comentario lo escribí antes de las elecciones, por eso hablo del "próximo gobierno". Hoy, debería decir "el  gobierno que recién comienza".


Salvador de Madariaga, en su formidable novela histórica que comienza con El corazón de piedra verde y sigue con otros títulos, puso en boca de alguno de sus personajes: 

Si eres rey, no puedes ser traidor y se eres traidor, no puedes ser rey.

Se trataba del un lugarteniente de Pizarro, que lo alentaba a que se subleve contra el rey de España; después de todo, la conquista del Perú no era mérito del rey. Si la sublevación triunfaba, sería rey y por lo tanto no sería traidor. Por el contrario, si fracasaba, no sería rey y sí sería traidor (y le costaría la cabeza).

Este es un bonito ejemplo de lo que significa detentar el poder absoluto. El monarca absoluto no debe rendir cuentas ante nadie de sus conductas y decisiones. Está por encima de la ley, tal como lo estaba el Caudillo en la España franquista y tantos otros ejemplos. Es quien decide por sí lo que es legal y lo que no, el que ejecuta las políticas del estado y administra la justicia.

Cuando se impone la idea de la división y la limitación de poderes es justamente para no quedar sujetos al azar de que nos toque un rey bueno, sabio y generoso con sus súbditos, virtudes estas que, si son escasas, lo son mucho más todas juntas en una sola persona y suelen esfumarse apenas el que las posee se encuentra con todo ese poder.

Los caudillos suelen creerse iluminados, y no dudarán por tanto en someter a los otros poderes públicos, y estaremos ante una situación parecida a la monarquía absoluta que tanto le costó superar a la humanidad. El caudillo puede dar giros de 180 grados y, mientras mantenga su liderazgo, no será traidor. Pero lo será al día siguiente de perder el ascendiente sobre las masas populares. Por algo fue que a Mussolini lo colgaron cabeza abajo.

Se dice que hubo una conspiración para matar a Nerón y se pretendía proclamar a Séneca como emperador, habida cuenta de sus indiscutibles cualidades morales. Séneca rechazó el ofrecimiento de ponerse al frente de la conjura; intentando convencerlo, argumentaban que, con él, no habría abusos de autoridad, a lo que el sabio respondió:

¿Estás seguro? ¿Quién puede saber lo que se oculta en las profundidades del alma? Ni Júpiter es capaz de soportar el poder absoluto. A la larga, me convertiría yo también en un tirano. ¿Quién se atrevería a corregirme si me equivoco? ¿Quién no dejaría de adularme, por más bellaco que fuera? Si aceptase la oferta me convertiría en tirano por el solo hecho de aceptarla. Hay que crear sistemas políticos justos; creer que es el hombre y no el sistema, lo que determina la justicia es un absurdo. Los antiguos lo sabían; ¡ni por un mes se puede otorgar tanto poder a una persona!.

Las anteriores son citas de la interesante novela histórica El maestro del emperador de Pedro Gálvez.

Por esas cuestiones es que espero que el próximo gobierno no tenga un líder absoluto; que, en cambio, se trabaje en equipo; que las políticas de mediano y largo plazo sean consensuadas con el mayor número posible de fuerzas políticas y, sobre todo, que se recupere el valor y el vigor de los organismos de control de la gestión y en general todas las instituciones de la República, tan devaluadas últimamente. Por el contrario, pensar que nada debe acordarse con la oposición; considerarla intrínsecamente perversa, descaminada o vendida a oscuros intereses y conjuras por el solo hecho de ser oposición, forma parte de esa concepción absolutista del poder, que tanto daño hizo y sigue haciendo.



domingo, 7 de abril de 2024

Párrafos

En "Párrafos" quiero hacer un pequeño homenaje a Benito Pérez Galdós, quien es capaz de regalarnos algunas páginas de belleza inimaginable.

De su libro Bailén transcribo este tributo que le hace al Quijote y a ese entorno que tan bien describe.

Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país, donde el sol está en su reino y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero hase acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. En opinión general es la Mancha la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del vagón, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de don Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda. 

Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el lenguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores. 

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Respecto de la guerra (en el marco de la invasión napoleónica a España y el inesperado triunfo español, en Bailén, sobre las hiperprofesionales tropas imperiales) y lo que insufla en el ánimo de la gente la proximidad de la batalla nos cuenta con mucha agudeza lo que pasaba por el ánimo de la gente común. Cosa parecida vivimos en nuestro medio cuando se avecinaba el enfrentamiento con el Reino Unido por Malvinas, tiempos en que todo el mundo opinaba acerca de armamentos, estrategias y logística, aún sin tener idea de lo que es oír el silbido de una bala.

En Córdoba reinaba gran impaciencia por la tardanza del ejército de Castaños. Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo. A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no sé cómo las Juntas y los generales podían resistirla. 

Principió el chaparrón de comentarios sobre la lentitud con que Castaños organizaba sus tropas: unos aseguraban que tenía miedo; otros, que estaba decidido a dar la batalla, pero que, seguro de perderla, tenía tomadas sus medidas para retirarse a Cádiz y huir a las Américas con lo más granado de sus tropas; otros en fin, se atrevieron a más, y pronunciaron la palabra traidor. Esta palabra no era entonces palabra, era un puñal [...] Inútil era decir a los impacientes de Córdoba que un ejército no se instruye, arma y equipa en cuatro días: nada de esto entendían. Aunque al través del tiempo nos parezca lo contrario, entonces se chillaba mucho, y también había quien tomara muy a pechos los asuntos de la guerra sólo por el simple placer de meter ruido, y también por hacerse de notar. Todos los días oíamos decir: «Mañana viene el ejército», o «Ya ha salido de Utrera, ya está en Carmona ... ». Pero pasaban los días y el ejército no venía. 

En tanto, en Córdoba no cesaban los trabajos. Si no tienen ustedes idea de lo que es el delirio de la guerra, entérense de aquello. En los tiempos actuales, si hay guerra, las señoras, llevadas de sus humanitarios sentimientos, se ocupan en hacer hilas. ¡Ay!, entonces las señoras tenían alma para ocuparse en fundir cañones. ¡Cuando tal era el espíritu de las mujeres, cómo estarían los hombres! ¡Hilas! Allí nadie pensaba en tales morondangas. 

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De su libro Tafalgar en el que cuenta la célebre batalla, tomo estos párrafos en los que el narrador, un muchacho de solo catorce años, luego de naufragar la nave en la que tripulaba, está en una lancha salvavidas compartiendo espacio con españoles e ingleses que trataban de sobrevivir. 

No acabó aquella travesía sin hacer, conforme a mi costumbre, algunas reflexiones, que bien puedo aventurarme a llamar filosóficas. Alguien se reirá de un filósofo de catorce años; pero yo no me turbaré ante las burlas, y tendré el atrevimiento de escribir aquí mis reflexiones de entonces. Los niños también suelen pensar grandes cosas; y en aquella ocasión, ante aquel espectáculo, ¿qué cerebro, como no fuera el de un idiota, podría permanecer en calma? Pues bien: en nuestras lanchas iban españoles, e ingleses, aunque era mayor el número de los primeros, y era curioso observar cómo fraternizaban, amparándose unos a otros en el común peligro, sin recordar que el día anterior se mataban en horrenda lucha, más parecidos a fieras que a hombres. Yo miraba a los ingleses remando con tanta decisión como los nuestros; yo observaba en sus semblantes las mismas señales de terror o de esperanza, y, sobre todo, la expresión propia del santo sentimiento de humanidad y caridad, que era el móvil de unos y otros. Con estos pensamientos, decía para mí: «¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro? Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?» Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: «Pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra, lo echa todo a perder, y sin duda en todas ellas debe de haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro –añadí– de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia». Así pensaba yo. Después de esto he vivido setenta años, y no he visto llegar ese día. 

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Leer a don Benito, siempre nos depara una grata sorpresa.

 



Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...