lunes, 20 de noviembre de 2017

Cuestiones económicas

¿ECONOMÍA LIBRE O CONTROLADA?
Teoría económica
Para las transacciones comerciales y el desarrollo y crecimiento de la economía, siempre asistimos a la polémica entre los que defienden el libre juego del mercado y quienes sostienen que el Estado debe intervenir, y cuanto más, mejor.
Sobre este tema, no me atrevería a entablar una dicusión con un economista, de cualquier signo, porque con toda probabilidad, tendría mejores o más fundados argumentos que yo.
Entonces me atengo a un pensamiento que en mi caso es asiduamente recurrente: ¿Qué hacen los países a los que les va bien?
Países a los que les va bien
Inmediatamente surgen las siguientes preguntas: ¿cuáles son los países a los que “les va bien”? ¿Cómo se valora ese “irles bien”?
Una primera aproximación, y sobre todo hablando de economía, sería analizar el PBI de cualquier país al que quisiéramos poner en el podio de “irle bien”.
Pero es más que evidente que Luxemburgo (que intuitivamente pensamos que le “va bien”) jamás podrá tener un PBI que se acerque a una décima parte del de un país grande como USA, Francia o Japón.
Entonces se nos ocurre recurrir al PBI/h que ya nos acerca mucho más al meollo de la cuestión. Pero ocurre que aún siendo alto este guarismo, no garantiza la prosperidad general de su gente; es evidente que hay en algunos países desigualdades enormes entre unos pocos y la mayoría. Por ello, queda claro que el PBI/h, siendo una condición necesaria para colocar a un país en el podio no es condición suficiente.
Para aproximarse aún más es que se desarrolló el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que tiene en cuenta tres aspectos fundamentales de ese desarrollo, a saber: salud, educación y prosperidad o bienestar y, mediante unos cálculos matemáticos que exceden el propósito de esta disquisición, se establece un valor para cada país con el que se cuenten con datos suficientes.
Este índice es aceptado y adoptado por las Naciones Unidas como forma de saber, precisamente, cuáles son los países a los que “les va bien”.
Entonces, si consideramos este último índice, estamos más cerca de despejar nuestra duda.
Los 10 mejor ubicados respecto del IDH son, en este orden (2016): Noruega, Australia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Singapur, Países Bajos, Irlanda, Islandia y Canadá y USA que comparten el décimo puesto.
¿Cómo lo logran?
Queda el problema inicialmente planteado de cuál es la mejor opción, para el bienestar de la mayoría, respecto de la economía; la libertad de los mercados o la regulación estatal.
Para valorar esta cuestión se desarrolló el Índice de Libertad Económica (ILE), que valora la mayor o menor intervención estatal en la economía, así como la mayor o menor complejidad de las respectivas legislaciones para habilitar las industrias y las transacciones domésticas e internacionales.
Y vemos que los más liberales son: Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Autralia, Suiza, Canadá, Chile, Estonia, Irlanda y Mauricio, en ese orden.
Analizando ambas tablas, vemos que cinco de los países mejor ubicados en su ILE, figuran también en la tabla de IDH entre los diez mejores. Pero los 5 restantes de la tabla de Libertad Económica, no se alejan mucho ya que Hong Kong y Nueva Zelanda ocupan los puestos 11 y 12 en Desarrollo Humano y el que resulta el peor ubicado de ellos está en el puesto 27 del IDH; en términos futboleros, podemos decir que está bastante más arriba de la mitad de la tabla.
Si volvemos a comparar ambas tablas, pero entre los peor ubicados, también veremos una gran correlación. Al menos 4 de los diez peores comparten ambas tablas.
Todo ello me lleva a pensar que hay una correlación importante entre la libertad económica y la prosperidad o desarrollo humano de los países, aunque muchos de nuestros progres izquierdistas opinen lo contrario.
Todo lo anterior, son datos objetivos de la realidad y no cuestión de ideología o teoría económica.

LOS TÉRMINOS DEL INTERCAMBIO
Los popuprogresistas, los socialistas y en general los amantes de las izquierdas en sus muy variados pelajes marxistas, leninistas, stalinistas o trotzkistas, en su inveterada porfía de poner siempre la culpa afuera (“afuera” suele ser el imperialismo yanky [el soviético estuvo siempre lejos de sus fobias], el capitalismo, el liberalismo, el FMI [nunca cuando se le pide, pero siempre cuando pretende cobrar lo prestado], las oligarquías, los cipayos, etc.), nos machacaron hasta el cansancio que la prosperidad de las metrópolis imperiales o coloniales era a costa de nuestro subdesarrollo y miseria. Y su instrumento eran “los términos del intercambio”, que subvaluavan nuestras materias primas y sobrevaloraban sus productos manufacturados.
Pero cuando ocurrió la crisis del petróleo en los tempranos 70, que llevó el precio del crudo a las nubes, los países exportadores no salieron de su atraso ancestral, no obstante el impresionante vuelco a favor de los famosos “términos del intercambio”. Como subproducto de ese vuelco, sí sufrieron terriblemente muchos países pobres que no contaban con petróleo, que tuvieron que pagar los nuevos precios. Estos países, podrían acusar a Venezuela o los países de Medio Oriente de “imperialistas abusivos”, pero no lo hicieron.
Un ejemplo más cercano lo tenemos en la pasada década con el aumento notable del precio de nuestros productos de exportación. Pero no vimos ninguna mejoría en nuestra situación socioeconómica; seguimos viendo cartoneros por la calle igual que antes, seguimos viendo multitud de “homeless” buscando refugio en estaciones de Subte, en galerías comerciales y en recovecos diversos que ofrecen las ciudades. Y, además, seguimos subsidiando a diestra y siniestra, porque si no lo hiciésemos, la pobreza dejaría de ser “estigmatizante” para ser “evidente”.
¿Hasta cuándo insistirán con semejantes patrañas?
-->

-->

lunes, 30 de octubre de 2017

Villa miseria (Relato de no ficción)


Autora: (Marta Tomihisa)
En los años ’70 Charlie y yo, vivíamos en un confortable departamento que alquilábamos en el bajo de San Isidro. Recién casados, nuestras vidas eran un compendio de bienestar y logros.
Un amigo de mi familia que imprevistamente debía trasladarse a otro país por un largo tiempo, acababa de adquirir un dúplex en una localidad vecina y como no quería dejar esa vivienda vacía nos propuso habitarla sin pagar ningún alquiler. Solo debíamos hacernos cargo de los impuestos y gastos fijos que ocasionara nuestra estadía en ella. La oferta era muy generosa, nos habíamos propuesto ahorrar para comprarnos nuestro propio departamento y esta era una excelente oportunidad. No lo pensamos más y un mes después ya estábamos instalados en el barrio San Rafael, a tres cuadras de la avenida Sobremonte, en San Fernando. El dúplex de tres ambientes espaciosos, había sido construido con un buen diseño arquitectónico en una franja amplia, aledaña a terrenos fiscales en los cuales estaba ubicada San Rafael, la villa miseria más populosa de todo el municipio. En aquella época, los asentamientos podían albergar delincuentes, pero aún existían códigos de honor que imponían una convivencia bastante razonable para sus habitantes. Todavía no había droga, ni tanta violencia entre sus pobladores (salvo las familiares) y cada cual respetaba el espacio común de calles y pasillos. Uno podía andar tranquilo, siempre y cuando fuera reconocido como un habitante del barrio.
Nuestra actitud afable nos permitió socializar con nuestros singulares vecinos, adultos y niños con los que nos cruzábamos en la vereda rumbo a nuestras actividades cotidianas. Es difícil no plantearse dilemas al compartir la existencia con tan postergado grupo humano, pero quizás por llevar en mi sangre la esperanzada herencia inmigrante, disfruté plenamente esta convivencia con seres humanos dispuestos a derribar barreras para acceder a la amistad. Mi marido también aceptó entusiasmado esta excepcional experiencia, fue admirable de su parte poner su corazón para convivir con este prójimo marginado, luego de haber residido toda su vida en una exclusiva zona de Martínez y a la que no pareció extrañar jamás…
Poco tiempo después de habernos mudado, ya teníamos varios amigos en el barrio, nuestros propios vecinos quienes también habían sido villeros y ahora ocupaban viviendas como la nuestra, aprovechando la oportunidad de tener un techo del cual  estaban muy orgullosos. Por las tardes, yo
solía asomarme al balcón con mi gata y desde allí miraba los techos de chapa y cartón, percibía el aroma de los guisos abundantes hirviendo en las ollas abolladas, las sogas colmadas de ropa lavada y expuesta a la intemperie, mientras los chicos con sus perros chumbando corrían explorando todos los rincones de ese laberinto, en el cual nunca se perdían y disfrutaban compartiendo sus alegrías con la insolencia de la infancia…
De la mano de ellos accedimos a empaparnos en carnaval, aplaudimos con euforia a la murga del barrio  y ateos como somos, recibimos a la virgen itinerante para que colmara de “dicha” nuestro hogar. Y hasta festejamos con gran algarabía la Navidad, con estampidas propias de la tercera guerra mundial…
Como hemos sido siempre entusiastas lectores, ya habíamos acumulado toneladas de libros que fueron detectados por los chicos del barrio que luego los pedían prestados.
Era un placer enorme para nosotros, ver esos rostros infantiles tan tímidos y encantadores, recelosos pero también curiosos, que llegaban con cautela hasta la puerta de nuestro hogar y se animaban a tocar el timbre para contemplar subyugados, nuestra fabulosa biblioteca y hasta llevarse algún libro para leer. Nunca dejaron de devolverlos, los cuidaron y cuando los traían de vuelta, un vaho de cenizas nos invadía, pues muchas familias cocinaban con braseros y sobre todo en invierno, los chicos solían leer junto al fuego.

Allí vivíamos, cuando el golpe militar del año ’76 nos sacudió…
Era otoño ya en Buenos Aires y durante muchas noches dormimos vestidos, presintiendo lo peor. Llegaban noticias nefastas, de violencia y desaparición...
La incertidumbre trastornó nuestras rutinas, hasta la obsesión de acercarnos a cada instante a la ventana, para mirar si alguien llegaba…Y no hubo más que silencios esas primeras noches en la que ya ni los vecinos se animaban a quedarse en la vereda, para saludar a los que pasaban, a los que todas las noches volvían del laburo. Hasta la cancha improvisada, en la que los pibes habían armado un arco y jugaban al fútbol como si fueran Maradonas imberbes, permanecía vacía… Aunque los chicos no solían tener miedo a nada, ni a las sombras, ni a las botas que asomaban en todo el horizonte de la patria, no temían porque eran puros y audaces con la imprudencia de la infancia…
Pero nosotros estábamos asustados, tan solo porque alguna vez en nuestros espacios laborales habíamos reclamado respeto por nuestros derechos o repartido volantes arengando a nuestros sindicatos. Aunque tratando de disimular estos temores, seguimos con nuestras rutinas y luego volvimos a los encuentros para contarnos las noticias, fortalecidos por la calidez de la amistad. Con una pizza compartida y el café de la tertulia, en la que cada uno desahogaba tantas inquietudes acalladas.
Recuerdo que un sábado por la mañana, yo estaba sola preparando el almuerzo cuando el timbre sonó y sin pensarlo demasiado abrí la puerta…
Desde ahí, del rectángulo de luz un soldado me apuntó con su fusil y yo quedé paralizada…
–Estamos inspeccionando el barrio–- Dijo sin mirarme siquiera y avanzó sin más excusas.
Otro se apostó en el marco de la puerta, en absoluto silencio, apoyando el arma sobre el piso y bloqueando la entrada. Aunque no pidieron permiso para entrar, solo atiné a retroceder para dejarlos pasar y contemplar la escena como en una  película. En esos tiempos eran bastante frecuentes estas “visitas”, pero casi nunca ocurrían a plena luz del día. Nada les impedía inspeccionar cualquier casa, para hurgar nuestras cosas y meterse en nuestra intimidad como si todos estuviéramos bajo sospecha…
De pronto se dio vuelta y me miró, preguntando en voz alta:
–¿Tenés armas?
–¿Armas? No, no tengo ninguna…
Entonces se fue acercando a la mesada, en la que unos tomates reposaban junto al cuchillo de cocina, lo aferró del mango y  volvió a mirarme con actitud desafiante.
–¿Y esto? Esto también es un arma, sabés?
Me quedé contemplándolo azorada, porque no hallaba palabras para responder que no creía que ese utensilio gastado pudiera ser calificado como un “arma”. Con gesto inexpresivo, arrojó el cuchillo otra vez sobre la tabla como si algo le hubiera fastidiado. Sin decir palabra, inspeccionó fugazmente el resto de la vivienda, luego pegó un portazo y se fue sin saludar.
La tensión me hizo respirar tan aceleradamente que me senté para  recuperarme, después guardé los tomates en la heladera y desistí de mi ensalada…
Esa noche, muy callados y sin levantar la persiana seguimos espiando la calle desolada como si pudiéramos evitar lo inevitable, en medio de tanta violencia desatada…
Tiempo después nos mudamos de allí, nos despedimos con el corazón vulnerable por tanta emoción contenida, porque sabíamos que no volveríamos a ver a nuestros vecinos, compinches de ese espacio extraordinario que singulares circunstancias nos habían permitido vivir. Ellos nos habían concedido el privilegio de acceder a su territorio, porque los buenos amigos, siempre saben compartir…

viernes, 27 de octubre de 2017

Otra vez la lectura

Cuando uno lee un buen libro, ya sea de ficción, ensayo o divulgación, se transporta a un estado de exaltación tal que desea compartirlo o comentarlo con todo el mundo, si fuese posible.
Una buena ficción nos puede llevar a los meandros del alma de Raskolnikov o a recorrer las cloacas de París de la mano de Jean Valjean; asimismo un buen ensayo nos revela pensamientos de grandes hombres que mi pedestre percepción  del mundo no imaginó o sí lo hizo pero no contaba con elementos que lo confirmaran. Si de divulgación se trata, podemos adentrarnos en el microcosmos del átomo con tanta facilidad como en las vastedades del universo. Desde luego que el cine, la TV y aún la radio, también son capaces de transportarnos a cualquiera de esos mundos.
Estaba preparando uno de mis comentaios acerca de libros leídos y, al llegar a De animales a dioses, de Yuval Noah Harari vi que me extendía demasiado, por lo que decidí dedicarle una entrada completa.
Se trata de una fantástica recorrida por la evolución humana. No muchos detalles de la biología de la evolución, sino que se detiene en la evolución cultural y termina haciendo conjeturas sobre el futuro de la especie que, a esta altura del desarrollo tecnológico, está íntimamente relacionado con el futuro de la vida toda.
Lo novedoso, para mí al menos, es que habla de una Revolución cognitiva, previa a la Revolución agrícola. Desarrolla la idea de que el Homo sapiens, desde su completo desarrollo físico, tardó algunos milenios en lograr un grado de conocimientos suficientes como para hacer valer su superior cerebro. Por eso dice que, al menos en un principio, tal desarrollo no supuso una gran ventaja –en términos de éxito de la especie– porque le costó muchos milenios hasta poder realmente conquistar todo el mundo. Milenios en los que tuvo que hacer un acopio lento y minucioso de conocimientos. Si ese desarrollo cerebral fuese inmediatamente una gran ventaja, «¿por qué los felinos no desarrollaron un gato capaz de hacer cálculos?». Compara ese desarrollo en detrimento de la potencia física y del desarrollo de uñas, dientes o cuernos poderosos, con un país que privilegia los gastos en educación por sobre los de armamentos. Los resultados puede que no sean inmediatos, pero son duraderos, si logra superar esa etapa de acumulación de saberes.
Fue solo cuando desarrolló la capacidad de lo que llama el “chismorreo”, y la creación de mitos creídos por gran cantidad de personas, que realmente llegó a la cima. Se diferencia de los insectos sociales que sí pueden reunir enormes cantidades de individuos trabajando al unísono por una causa, pero que, por estar plasmado en su ADN, no serían capaces de producir cambios ante circunstancias variables. Por su parte, algunos mamíferos, como lobos u orcas, son capaces de trabajar en conjunto, y con una plasticidad de variantes que le permiten modificar sus conductas según sea necesario. Pero esos conjuntos son de pocos individuos, tal como eran, presumiblemente, los clanes humanos pre sapiens. Lo que le permitió a nuestra especie, muchos milenios después de completado su desarrollo, llegar a formar sociedades tan complejas y adaptables, fue la creación de mitos y creencias compartidas por cantidades muy grandes de personas, como es la noción de una nación o imperio, de una religión o del papel moneda.
También me resulta sorprendente un concepto que yo, personalmente, había conjeturado de manera puramente intuitiva: la Revolución Agrícola, no trajo felicidad, sino guerras, esclavitud y trabajos forzados. Y, asimismo, produjo la estratificación social con las consabidas clases nobles, burocráticas, castrenses y eclesiásticas, todas ellas desentendidas de las duras faenas que suponía la labranza de la tierra, sobre todo en unos comienzos donde toda la energía disponible era la fuerza muscular, principalmente humana, y solo más tarde, animal. Cuando analiza estas cuestiones, llega a la conclusión de que esta Revolución agrícola, tan elogiada por décadas, no trajo la felicidad a la humanidad; es por ello que la llama “El mayor fraude de la Historia”. Y, con un notable argumento, afirma que no hemos domesticado y esclavizado a ciertas especies vegetales o animales, sino todo lo contrario:
Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites consentidas. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia.
¿Quién fue el responsable? Ni reyes, ni sacerdotes, ni mercaderes. Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan el trigo, el arroz y las patatas. Fueron estas plantas las que domesticaron a Horno sapiens, y no al revés.
[...] Hace 10.000 años, el trigo era solo una hierba silvestre, una de muchas, confinada a una pequeña área de distribución en Oriente Próximo. De repente, al cabo de solo unos pocos milenios. crecía por todo el mundo. Según los criterios evolutivos básicos de supervivencia y reproducción, el trigo se ha convertido en una de las plantas de más éxito en la historia de la Tierra. En áreas como las Grandes Llanuras de Norteamérica, donde hace 10.000 años no crecía ni un solo tallo de trigo, en la actualidad se pueden recorrer centenares y centenares de kilómetros sin encontrar ninguna otra planta. [...] ¿Cómo pasó esta hierba de ser insignificante a ser ubicua? El trigo lo hizo manipulando a Homo sapiens para su conveniencia.
Este simio había vivido una vida relativamente confortable cazando y recolectando hasta hace unos 10.000 años, pero entonces empezó a invertir cada vez más esfuerzos en el cultivo del trigo. [...] No era fácil. [...] Al trigo no le gustan las rocas y los guijarros, de manera que los sapiens se partían la espalda despejando los campos. Al trigo no le gusta compartir su espacio, agua y nutrientes con otras plantas, de modo que hombres y mujeres trabajaban durante largas jornadas para eliminar las malas hierbas bajo el sol abrasador. El trigo enfermaba, de manera que los sapiens tenían que estar atentos para eliminar gusanos y royas. El trigo se hallaba indefenso frente a otros organismos a los que les gustaba comérselo, desde conejos a enjambres de langostas, de modo que los agricultores tenían que vigilarlo y protegerlo[...] El cuerpo de Homo sapiens no [estaba adaptado para] despejar los campos de rocas ni a acarrear barreños de agua. La columna vertebral, las rodillas, el cuello y el arco de los pies pagaron el precio.
Luego desarrolla interesantes reflexiones acerca de las “leyes naturales” y los constructos subjetivos:
No hay ninguna posibilidad de que la gravedad deje de funcionar mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginario se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos.
Nos cuenta que todos los imperios tendieron a la unificación interna como medio de facilitar la gobernabilidad; pero asimismo, casi siempre se sintieron destinados a llevar su “cultura superior”, sus “sabias instituciones”, su lengua y costumbres a los confines del mundo, al menos del mundo conocido. A su turno, eso hicieron romanos, chinos, españoles, portugueses, británicos, soviéticos y americanos. Aunque muchas veces, por no decir siempre, con la espada o los misiles. Y remarca que en casi todos los casos, los imperios, por sangrientos que hayan sido, dejaron, al retirarse de sus posesiones, su cultura e instituciones.
Durante la era moderna, los europeos conquistaron gran parte del planeta con el pretexto de extender una cultura occidental superior. Tuvieron tanto éxito que miles de millones de personas adoptaron gradualmente partes importantes de dicha cultura. Indios, africanos, árabes, chinos y maoríes aprendieron francés, inglés y español. Empezaron a creer en los derechos humanos y en el principio de autodeterminación, y adoptaron ideologías occidentales como el liberalismo, el capitalismo, el comunismo, el feminismo y el nacionalismo.
Durante el siglo XX, los grupos locales que habían adoptado los valores occidentales reclamaron la igualdad a sus conquistadores europeos en nombre de esos mismos valores. Muchas contiendas anticoloniales se libraron bajo los estandartes de la autodeterminación, el socialismo y los DDHH, todos ellos herencias occidentales. De la misma manera que los egipcios, iraníes y turcos adoptaron y adaptaron la cultura imperial que habían heredado de los conquistadores árabes originales, los indios, africanos y chinos de hoy en día han aceptado gran parte de la cultura imperial de sus antiguos amos occidentales, al tiempo que buscan modelarla según sus necesidades y tradiciones.
Los buenos y los malos de la historia
Resulta tentador dividir de manera clara la historia entre buenos y malos, y situar a todos los imperios entre los malos. Al fin y al cabo, casi todos estos imperios se fundaron sobre la sangre y mantuvieron su poder mediante la opresión y la guerra. Pero la mayor parte de las culturas actuales se basan en herencias imperiales. Si los imperios son, por definición, malos, ¿qué dice eso de nosotros?
Hay escuelas de pensamiento y movimientos políticos que buscan purgar la cultura humana del imperialismo, [procurando recuperar] lo que afirman que es una civilización pura y auténtica, no mancillada por el pecado. Tales ideologías son, en el mejor de los casos, ingenuas; y en el peor, sirven de solapado escaparate del nacionalismo y la intolerancia. Quizá pudiera aducirse que algunas de las numerosas culturas que surgieron en los albores de la historia registrada eran puras, no estaban tocadas por el pecado ni adulteradas por otras sociedades. Pero no existe ninguna cultura aparecida después de aquellos inicios que pueda hacer dicha afirmación de forma razonable, y menos aún ninguna de las culturas que existen en la actualidad sobre la Tierra. Todas las culturas humanas son, al menos en parte, la herencia de imperios y de civilizaciones imperiales, y no hay cirugía académica o política que pueda sajar las herencias imperiales sin matar al paciente.
Pensemos, por ejemplo, en la relación de amor-odio entre la República de la India de hoy en día y el Raj británico. [...] En la actualidad, ¿cuántos indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de ferrocarriles, el sistema legal, el críquet sobre la base de que se trata de herencias imperiales? Aun en el caso de que lo hicieran, ¿no sería el acto mismo de poner el asunto a votación para decidirlo una demostración de su deuda con los antiguos amos?
[...] Nadie sabe cómo resolver esta cuestión espinosa de la herencia cultural. Sea cual fuere el camino que tomemos, el primer paso es reconocer la complejidad del problema y aceptar que dividir de manera simplista el pasado entre buenos y malos, no conduce a ninguna parte. A menos, desde luego, que estemos dispuestos a admitir que generalmente seguimos el ejemplo de los malos.

Más sobre el imperialismo: el autor nos hace ver que, si buscamos argumentos para condenar al imperialismo, podremos llenar varias bibliotecas. Pero también podemos llenar bibliotecas con el legado que dejaron: instituciones, avances en medicina, seguridad jurídica, «crearon el mundo tal como lo conocemos, incluidas las ideologías que utilizamos para juzgarlos».
Imprevisibilidad de la Historia: Es relativamente fácil analizar lo que ya ocurrió (“Era lógico y evidente que ocurriría tal cosa”), pero es muy difícil predecir lo que ocurrirá. Da ejemplos de los bolcheviques, que eran un grupúsculo poco antes de 1917; o el Islam en su lugar y momento; o el cristianismo en la Roma del año 300 de nuestra era. La Historia no es determinista. «Las revoluciones son, por definición, impredecibles. La revolución predecible no se produce nunca». Y ello es porque, obviamente, si se puede predecir, también se puede prevenir y finalmente no ocurre. 
El dinero: cristianos y musulmanes no se ponen de acuerdo en la religión, pero sí creen en el mismo dinero. Ello es porque la religión exige creer en algo etéreo, mientras que el dinero supone creer que otros creerán en él.
Conocimientos del hombre primitivo: Dice que el cerebro se redujo desde nuestro antecesor cazador-recolector. Ellos estaban muy bien informados y eran muy diestros en el mundo en que se desenvolvían. Hoy se puede sobrevivir gracias a las habilidades de otros; ello da lugar a «nichos para imbéciles».
Sería largo, larguísimo, seguir comentando y reproduciendo párrafos del autor; lo mejor es que cada uno lea la obra completa.
Nota: Todos los subrayados son de mi responsabilidad.

-->

Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...