A los argentinos nos aqueja el “maomenismo”. Es decir, por aquello de que “Dios es criollo”, parece que con hacer las cosas más o menos, salen bien igual.
Entonces, en vez de sacar a pasear al perro —no ya con bozal, aunque sea un animal peligroso— al menos sujeto con la correa y collar, lo sacamos suelto. Cuando no lo dejamos salir solo “para que haga sus cosas”. Y sus cosas pueden ser: romper y desparramar la basura, hacer más perritos, morder a otros perros, o atacar con distintos grados de ferocidad a humanos (“algo le habrán hecho, ¡porque es de bueno…!”).
El “maomenismo” impide a los municipios encarar seriamente el problema de los perros callejeros, porque al ir declinando la rabia en los centros urbanos, fueron creciendo las “protectoras” (en femenino porque hablo de asociaciones) que impiden cualquier campaña para frenar la plaga. Estas asociaciones, cuentan con dinero, y tiempo. Con estos ingredientes, logran también influencias y maniatan y amordazan a muchos intendentes, que prefieren ver la calle llena de animales vagabundos, antes que enfrentar a estas almas caritativas, que no vacilarán en “escarchar” de la forma más violenta imaginable a quienes se le opongan. Tampoco vacilarán en impulsar leyes “humanitarias” que impedirán cualquier acción que tienda a disminuir la población de esta verdadera plaga que son los animales sueltos y vagabundos.
Las autoridades, por supuesto, también tienen su cuota de culpa. No es casual que la educación (que es la verdadera arma con que contaríamos para esta lucha) esté en nuestro país tan descuidada. La pobreza, asociada a la falta de educación, no ya para la salud sino para la simple convivencia, hace también lo suyo.
El perro termina mordiendo a un chico. El dueño del animal, en un ataque justiciero, mata al animal. Total ya se sabe de sobra que: "muerto el perro, se acabó la rabia".
Entonces, al imposibilitarse el control del mordedor, y llegar a un diagnóstico certero, se indica al niño que debe vacunarse tal como si el animal fuera positivamente rabioso.
Hasta aquí, pareciera que todo tiene que salir bien. Pero nótese cómo actúa el “maomenismo”. Si hubiese habido un diagnóstico certero, se hubiesen encendido todas las luces rojas imaginables, de forma que no se habría escapado la tortuga. Pero no fue así.
Seguramente se indicó a los padres de la criatura que debía hacerse un tratamiento “como si el animal estuviese rabioso”. Pero esta sutil diferencia, hizo la gran diferencia. Por aquello de¨“Total, si ya vimos que el animal no estaba rabioso” o tal vez “Si ya mataron al perro” o vaya a saber qué, el tratamiento se abandonó.
Alguien debió haber encendido todas aquellas luces de alarma de las que hablamos, pero, “Total, hace tanto que no hay rabia…”
Nadie fue a buscar a los padres del chico…
Cuando lo trajeron al hospital, ya era demasiado tarde…
Ahora, seguramente, se extremarán las medidas, al menos en la zona de influencia de tan lamentable pérdida de quien era inocente absoluto. ¿Cuánto durará este fervor antirrábico? ¿Hará falta otra muerte para que se hagan las cosas sin tanto “maomenismo”
La historia puede que no haya sido tal cual se relata. Solo he visto las noticias televisivas pero ¿alguien cree que puede haber sido muy distinta?
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