jueves, 22 de junio de 2017

El Gato (ficción)

Autora: (Marta Tomihisa)
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La escuela estaba cruzando la ruta, detrás del barrio privado.
Los chicos de esas casas no concurrían a ella; nosotros, los habitantes de la villa, sí.
La villa era un mundo complicado en donde estaban todos mis seres queridos, mi familia y amigos, aunque la escuela era el mejor refugio para nuestra existencia. Allí intentábamos aprender lo que no nos interesaba, porque nuestra realidad ya era bastante jodida para que nos gustasen las tablas y los verbos. Pero allí, teníamos un plato de comida asegurado.
Mi mamá limpiaba casas y mantenía a sus dos hijos menores, entre los que estaba yo. Mi hermano mayor dormía durante todo el día, de noche salía para volver borracho o drogado, daba igual…
A mi viejo no lo conocí. Parece que mi mamá se embarazaba de cualquier relación que mantenía con el novio de turno. Todavía era una mujer joven, había tenido su primer hijo a los catorce años y después vino a vivir acá. Ella tampoco conoció a su papá. Pero siempre repetía que la vida es demasiado corta para estar amargado…
En la escuela había chicos de todos los asentamientos, el mío era el más numeroso. Cada grupo tenía un cabecilla; era el pibe que siempre sabía qué hacer en todas las situaciones. El nuestro era un gordo corpulento, el más grandote de la clase a quien llamábamos Bola.
Esa mañana conocimos a un alumno nuevo, estuvo apoyado contra una columna del patio durante todos los recreos. Tenía cara de asustado, se quedaba quieto en ese lugar, mirando a su alrededor como si esperase encontrar a alguna persona conocida. Me dio pena, un día le pregunté si quería jugar a la pelota con nosotros, se quedó mirándome como si yo le hubiese dicho algo raro. A partir de ese momento se pegó a mis pantalones, sobre todo cuando estábamos en el patio. Flaco, de piel y cabello oscuro cortado casi al ras, siempre parecía cansado, tenía los ojos rojizos y una sonrisa triste. Hablaba con un tonito diferente, como los que vienen de la provincia, debido a esto no se animaba a abrir la boca cuando había otros pibes. Era un chico muy solitario y siempre llegaba tarde.
La maestra todavía no le había dado el guardapolvo, entonces no podía ocultar la ropa demasiado gastada que tenía. A la salida de la escuela desaparecía como un gato asustado, por eso le pusimos ese apodo.
De vez en cuando, yo traía alguna torta frita que me regalaba una vecina que las vendía en la calle. Era una vieja que vivía sola, acompañada por un par de gatos, que no tenía a nadie con quien conversar. Yo la escuchaba solo para que después me diera algo de lo que vendía. Un día le convidé una al Gato, él se la comió casi sin masticarla. Parece que tenía hambre…
Aunque quise saber algo más de su vida, nunca me contó nada.

Nuestro equipo de fútbol era el mejor, a fin de año íbamos a competir con otros chicos. Estábamos entusiasmados, hasta el Gato estaba contento.
Entrenábamos en el mismo patio de la escuela, guiados por el profesor de gimnasia que era un tipo muy entusiasta. Resultó ser un gran jugador el Gato, parecía Messi. Era rápido, enfilaba hacia el arco y siempre metía un gol. Me sentía orgulloso de haberlo invitado a nuestro equipo.
A punto de terminar el año y habiendo practicado casi todos los días, nos sentíamos listos para competir.
Estábamos convencidos de que podíamos ganar la copa, teníamos nuestras esperanzas puestas en el Gato. Nos iban a llevar en micro, hasta la cancha en la cual se jugaría el partido. Un club comunitario, en donde participarían también los equipos de otras escuelas. Esa mañana todos fueron puntuales, pero nuestro goleador no llegaba y finalmente con mucha bronca, nos fuimos al club sin él. Decidimos jugar con el suplente, aunque no era lo mismo. Perdimos, salimos terceros en la competencia. Nos dieron un diploma por haber participado. El Bola nos dijo que cuando lo viera al Gato, le iba a romper la cara.
Pero no lo vimos más, ni siquiera en la escuela…
Un sábado decidí ir a buscarlo, al menos para avisarle que el Bola le quería dar una paliza. Estaba nublado, en cualquier momento se venía la lluvia.
Tenía una vaga idea de dónde vivía el Gato.
Debajo de un puente del ferrocarril, había unas chapas y cartones donde dormían unas familias. Desde allí apareció un viejo, empujando un carrito lleno de cosas. Le pregunté si conocía a un chico, morocho y petiso que le gustaba jugar a la pelota. Se quedó mirándome como si le costara recordar, pero después respondió:
–Lo atropelló un auto cuando salía de afanar. Se murió enseguida…
El hombre siguió su camino.
Me quedé parado en la vereda, sin saber qué hacer.
Parece que había empezado a llover, porque mi cara se mojó.
Volví a la villa. Estaba muy enojado con la vieja de las tortas fritas, ella me había contado que los gatos tienen siete vidas, que no se mueren jamás…

  
Marta Tomihisa de Marenco


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1º premio Torneos Bonaerenses- 2011 (etapa municipal)

viernes, 16 de junio de 2017

A veces, leyendo...

A veces, leyendo a otros autores, uno se topa con citas que mueven su curiosidad. Gracias a esas citas y a las compras por Internet, conseguí este maravilloso libro que comento, cuyo autor, venezolano, supo estudiar y comprender las causas del fracaso de América Latina, sobre todo en comparación con el vertiginoso éxito de nuestros norteños vecinos.
Del buen salvaje al buen revolucionario.  De Carlos Rangel.
Extraordinaria disección de los orígenes de las trasnochadas ideas que prevalecen en Latinoamérica. Aunque fue escrito hace ya casi medio siglo, es de lectura imprescindible para entender algunos de los cómo y los porqué del fracaso de Hispanoamérica y el éxito de USA. Hay un concepto que resume casi todo: «Los colonos anglosajones buscaban tierra y libertad, mientras que los hispanos buscaban oro y esclavos». Vemos cómo las sociedades libres son las que verdaderamente prosperan, mientras el atraso va de la mano con la falta de libertad. Y los socialismos (con los incas incluidos) solo consiguen igualar en la escasez o aún la miseria. Y ni siquiera consiguen erradicar las clases privilegiadas.
Algunos párrafos:
  • Habla Rangel de una “vocación revolucionaria” en Latinoamérica diciendo:
 «…que la “revolución” parece el atajo para superar una situación marcada por la incapacidad de construir Estados democráticos modernos y economías prósperas aptas, por lo mismo, para reducir la dominación extranjera. Pero las “revoluciones” latinoamericanas han sido, o bien de una virulencia tal que han arruinado lo que pretendían salvar (como la Revolución Mexicana de 1911, que duró diez años y terminó por mantener en la pobreza a los campesinos que fueron su razón de ser); o bien de un verbalismo que disimula bajo un “lenguaje social” una incompetencia generadora de súbito desastre, como el “socialismo” peruano” de 1967-74, o como el “justicialismo” de Perón, quien hace veinte años arruinó a una velocidad asombrosa y, según parece, irremediable, la economía más próspera de Latinoamérica; o bien, como la Revolución Cubana, que no ha hecho más que trasladar un país de la dominación norteamericana a la satelización soviética».
  • A propósito de la gesta de Colón, dice:
 «Colón tuvo la terquedad extraña y predestinada de sostener, contra la mejor ilustración de su época, que la tierra no solo era redonda, cosa que no se discutía seriamente, sino además mucho más pequeña de lo que en realidad es. Salió hacia una muerte segura y se topó con América».
  •  Acerca del vertiginoso crecimiento de EE.UU.:
«.. la imaginación más desenfrenada no hubiera podido prever que esas precarias colonias inglesas serían, antes de mucho tiempo, un país independiente, poderoso y expansionista, destinado a comprar Luisiana a Francia, Florida a España y Alaska a Rusia; a desalojar a los herederos del Imperio Español de extensos territorios, y a abrirse paso hasta el Pacífico, donde arrebataría Oregón a Inglaterra.
La misma confederación nacida en 1776 no aparecía nada formidable. Cualquier hombre de Estado europeo sensato ha debido ver con escepticismo el futuro de un experimento político tan extravagante, tan poco apropiado, según el sentido común prevaleciente, para asegurar un gobierno estable y eficaz, mantener la paz y aun la cohesión interna, y mucho menos conducir una eventual guerra exterior.
De hecho, bastante más tarde, cuando la guerra contra México, en Europa se pensó seria y generalmente que los EE.UU. iban a llevarse un chasco, y que probablemente la aventura les saldría muy cara. Los mejicanos algo conservarían de las cualidades marciales que en el siglo XVI hicieron a la infantería española el terror de Europa; los esclavos negros de los estados sureños y los indios de la frontera aprovecharían la coyuntura para sublevarse; los ingleses no desperdiciarían la ocasión de establecer con firmeza la soberanía británica en la costa del Pacífico al norte de California.
Entre 1860 y 1865 los EE.UU. sufrieron una contienda civil terrible y sangrienta, más destructiva y total que ningún otro conflicto armado que el mundo hubiera conocido hasta entonces.
De esa guerra, el Norte vencedor salió con un impresionante aparato bélico, pero lo desmanteló con tanta rapidez y desenvoltura, que en 1879 la marina de guerra norteamericana era inferior a la de Chile, país que ese año demostró su potencia naval "europea" al ganar con facilidad la llamada Guerra del Pacífico, contra Perú y Bolivia.
En ese momento los EE.UU. eran un país productor sobre todo de materias primas, minerales y agropecuarias, y en todo caso prácticamente no participaba en el comercio internacional salvo como exportador de esos productos e importador de manufacturas y capital; las mismas condiciones de las cuales se asegura hoy que son causa suficiente del atraso de Latinoamérica.
Pero en 1898 los norteamericanos, con barcos flamantes, construidos a toda prisa, desbarataron la Armada española en Cuba y Filipinas. Entre 1904 y 1914 terminaron el Canal de Panamá, abandonado como imposible por Ferdinand de Lesseps. En 1917 decidieron con su intervención la derrota de las Potencias Centrales en la Primera Guerra Mundial.
Hasta 1923 ningún Premio Nóbel en física o medicina había sido adjudicado en los EE.UU., pero desde entonces norteamericanos o europeos residentes en los EE.UU. han merecido uno de cada tres Premios Nóbel en física, uno de cada cinco en química, uno de cada cuatro en medicina. Lo cual unido a la potencia industrial y financiera norteamericana, dio como resultado, entre otros, que los norteamericanos construyeran la primera bomba atómica, el primer reactor nuclear, y pusieran el primer hombre en la luna.
Pero lo más notable (y seguramente lo más importante dentro de las perspectivas de nuestra época), es que la productividad agropecuaria norteamericana sea de tal modo espectacular, que con sólo seis por ciento de la población activa empleada en el campo, los EE.UU. logren autoabastecerse ampliamente y ser además grandes exportadores de alimentos.
No es mi propósito intentar explicar, o ni siquiera hacer una relación exhaustiva de los éxitos norteamericanos; pero sí subrayar algo que no es inmediatamente evidente a quienes observan esos éxitos desde una perspectiva europea, africana o asiática: su carácter de escándalo humillante para la otra América, que no puede darse, ni dar al resto del mundo, una explicación aceptable de su fracaso relativo (el cual, por la comparación, aparece como mayor de lo que en realidad es) con relación a los colonizadores de América del Norte».
  • Y agrega:
«México, Lima y diez o veinte otras aglomeraciones urbanas hispanoamericanas eran ya ciudades respetables antes de que los ingleses intentaran su primer establecimiento en Norteamérica. México tuvo imprenta en 1548. Las Universidades de México y Lima fueron fundadas en 1551. Para 1576 había en Hispanoamérica nueve Audiencias, treinta gobernaciones, veinticuatro asientos de Oficiales Contadores, tres Casas de Moneda, veinticuatro Obispados, cuatro Arzobispados y trescientos sesenta monasterios; y todas estas instituciones, así como las residencias virreinales y de otros grandes señores estaban alojadas en imponentes edificios que todavía hoy perduran, En contraste, Boston no fue fundada hasta 1630, y todavía a finales del siglo XVIII era, lo mismo que Nueva York o Filadelfia, inferior a las ciudades virreinales de la América española. La población de los EE.UU., seguía en ese momento siendo mayoritariamente rural».



Y todavía hay muchísimo más para aprender de estas concienzudas reflexiones del autor.

domingo, 11 de junio de 2017

Economía de entrecasa

No soy economista, pero me atrevo a opinar algunas cositas. Si entre mis lectores hay alguien de tan noble profesión, le ruego que corrija mis probables errores de concepto.
Un economista profesional adhiere generalmente a alguna de las teorías existentes y las argumenta con su sapiencia y con elementos de juicio que maneja merced a sus estudios. Un periodista, un encuestador y opinólogos varios, hacen lo propio.
Un político que no está al frente de una intendencia, gobernación o un país, también es absolutamente libre de expresar sus ideas y de criticar, a quien ejerce el ejecutivo correspondiente, en todo aquello que se aparte de lo que él considera bueno para el conjunto. Desde luego que hablamos siempre de gente bien intencionada que, aunque no son tan abundantes como uno quisiera, existen.
Por su parte, el político que sí accedió a funciones ejecutivas, hace lo que puede, dentro de lo que le resulta razonable.
Pongamos un ejemplo:
Llega al gobierno ese político bien intencionado que mencionamos antes (esto no es tan frecuente). Hereda un déficit fiscal monumental (esto sí es frecuente). Para hacerle frente, dispone de alguna de las siguiente opciones: 1) no pagar; 2) imprimir más billetes; 3) aumentar los impuestos o, 4) tomar deuda.

1)    Dejar de pagar los compromisos es una alternativa más teórica que práctica, ya que de optar por ello, el país se incendia y su gobierno cae irremediablemente. Hay sí una variante atenuada, que se utilizó en 2002, que es hacer una fenomenal devaluación con sueldos congelados, lo que llevaría, hoy, casi al mismo incendio antes mencionado.
2)    Imprimir más billetes, inevitablemente sigue generando inflación. Pero se podría recurrir a esto con un plan serio de metas y plazos para ir disminuyendo el déficit ya que con ello se moderaría la impresión de billetes y la inflación.
3)  Aumentar los impuestos. Esto sería practicable si la presión fiscal fuese baja y la economía en su conjunto tolerase tal aumento sin llegar a la recesión. Si dicha presión ya fuera muy alta, el aumento en los impuestos llevaría, por efecto de la caída de actividad, en una menor recaudación.
4) Tomar deuda no es malo en sí mismo. Lo malo es malgastar los ingresos que el préstamo genera. Si, por el contrario, se utiliza, por ejemplo, en obras de infraestructura que demandan una inversión muy alta y que disfrutarán varias generaciones (caminos, obras hidráulicas para mitigar los efectos de las inundaciones, infraestructura hospitalaria o escolar, etc.), entonces resulta provechoso el endeudamiento. Puede ocurrir que un gobierno que heredó una situación como la que mencionamos antes, utilice el préstamo para paliar el déficit. En este caso, una vez más, hay que ver si se hace con planes y metas concretas de reducción del desequilibrio.
En resumen, el gobierno tiene una responsabilidad frente a todos los sectores sociales y todas la áreas de su gestión. Para ello se elabora un presupuesto, que debe ser refrendado por el Legislativo, donde se asignan los recursos en relación a las prioridades que el gobierno asigna.
Pero, volviendo a los economistas, periodistas, opinólogos y criticólogos varios que vemos a diario por TV, sabemos de sobra que no abundan los bien intencionados o imparciales, sino todo lo contrario. Por ello resulta risible cuando, ante una obra de cualquier tipo, se critica porque debería asignarse ese recurso a salud, educación, seguridad, etc. (aquí, cada uno pone lo que mejor le acomode) y no a lo que se está haciendo en ese momento. Por el contrario, si la obra no se hace, se criticará porque no se hizo, porque se subejecutó el presupuesto del área y toda esa cantinela a la que estamos tan acostumbrados.

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Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...