Mis impresiones acerca de dos obras de Jean François Revel
Aclaro que los párrafos subrayados son de mi responsabilidad
El conocimiento inútil
La idea directriz de la obra es que el conocimiento de nada sirve si no lleva a la acción coherente y esto no siempre o raras veces ocurre.
Y la causa de esto radica en que el pensamiento dominante, en materia social y económica, no se basa en conocimiento de estos temas sino en emociones, creencias e intereses no racionales que están universalmente extendidas.
Y los responsables son los sindicalistas, los políticos, los intelectuales y los empresarios prebendarios. También se agrega a esta lista la de la gente en general que adhiere reiteradamente a estas recetas cuyo fracaso es evidente por lo repetido.
El papel de los intelectuales es notorio, ya que las ideas de izquierda han permeado de tal manera en los ámbitos académicos que ya no se puede criticar ni ligeramente alguno de los múltiples casos de fracaso, corrupción y la consecuente secuela de hambre, delincuencia y desocupación, sin quedar irremediablemente tildado de insensible, cuando no sanguinario explotador. Salvo que, a renglón seguido, hagamos la salvedad, con ejemplos tremendos, de casos iguales o peores de regímenes de derecha.
Según esa visión de las cosas, en vías de extinción a nivel racional, pero todavía influyente a nivel irracional, el totalitarismo no subsiste más que en su versión fascista, sostenida y favorecida por el «imperialismo», el cual no puede ser más que norteamericano. [...] Sólo la izquierda puede deplorar con todas las garantías morales los horrores del comunismo. Sólo tendréis derecho a la palabra si anteriormente os habéis volcado en elogios a Mao, a Castro o a los khmers rojos. O, por lo menos, ninguna denuncia del comunismo, si procede del campo liberal, podrá pasar la aduana ideológica de la izquierda si no se hace acompañar de su contrapeso exacto de denuncia de un crimen fascista.
Hasta tal punto la izquierda ha colonizado la cultura que se puede (y está bien que así sea) criticar el apartheid sudafricano pero no otros regímenes africanos tanto o más despiadados. Lo que ocurre es que en el caso de Sudáfrica, estas aberrantes políticas estaban practicadas por blancos (habituales malos de la película) contra negros y bajo un régimen de derechas. En otros países del mismo continente ocurren cosas iguales o aún más crueles, llegando a condenar al hambre a los segregados, pero, como la discriminación es entre diferentes tribus, y esta aberrante política se ejerce por gobiernos de izquierda y de negros contra negros, estos regímenes son incriticables.
Explica acabadamente una de las maneras en que los populistas africanos, izquierdistas ellos, explotan el hambre de su pueblo en beneficio propio:
Os encontráis al frente de un país totalitario del Tercer Mundo y necesitáis dinero, suministros diversos para cubrir vuestros gastos militares y proseguir la realización de la «revolución». Los países hermanos no son propensos a los regalos y vuestro crédito ante los países capitalistas está en el punto más bajo. ¿Qué hacéis?
Esperáis que empiece una buena carestía, lo que por el efecto esterilizante de vuestra propia política agrícola no puede tardar en producirse, a poco que el cielo venga en vuestra ayuda reteniendo la lluvia. Tres cuartas partes de socialismo y una cuarta parte de sequía bastarán. [...] Dejáis que se desarrolle, que aumente, que explote hasta que alcance la amplitud y el horror que conmocionarán a la opinión pública internacional.
En ese momento, dais el gran golpe: ofrecéis un reportaje a un equipo de televisión extranjera. Filma un lote de esos niños descarnados que habéis multiplicado tan sabiamente. Difundido a una hora de gran audiencia por una BBC o una CBS cualquiera, el reportaje sumerge a los telespectadores capitalistas en el espanto y la compasión. En cuarenta y ocho horas aparece en todas las pantallas del planeta. Simultáneamente, y esto es un elemento esencial de la preparación, acusáis vehementemente a los gobiernos capitalistas de haber intencionadamente rehusado o retardado los socorros, porque no querían ayudar a un país «progresista». [...] Los gobiernos occidentales se encuentran, en un abrir y cerrar de ojos, convertidos en los verdaderos responsables del hambre que habéis provocado o agravado. El dinero y los donativos, públicos y privados, fluyen del mundo entero. [...] Esa ayuda la necesitáis demasiado para vosotros, para vuestro ejército, para vuestra nomenclatura, para pagar algunas deudas a los países hermanos y, especialmente, para acelerar la colectivización y la revolución, eliminar a vuestros adversarios, consolidar vuestro poder. Los camiones que se os han dado para repartir cereales servirán para transportar soldados o, mejor aún, para deportar a los campesinos a las regiones de las granjas colectivas, donde morirán, lejos de las miradas indiscretas. [...] Tras lo cual, una vez hecha una fortuna a espaldas de 1 200 000 etíopes muertos de hambre, el coronel Mengistu Hailé Mariana –pues es evidentemente de que es él de quien acabo de narrar las proezas– no tenía más que escuchar las ovaciones del Movimiento de los No Alineados, de la Internacional Socialista, de los teólogos de la Liberación y del Consejo Ecuménico de las Iglesias. [...] El coronel Mengistu se ha limitado a seguir una receta preparada por Lenin en la época de la gran carestía de 1921 en la Unión Soviética, y frecuentemente repetida desde entonces, [...] Dos interdictos se conjugaron para engendrar el silencio combinado de los ingenuos crédulos, de los «idiotas útiles» y de los cómplices cínicos: el sempiterno temor de pasar por reaccionario al criticar a un régimen totalitario llamado progresista, y el de parecer racista al condenar la matanza de africanos por otros africanos.
El renacimiento democrático
Nos deslumbra Revel con el conocimiento, la erudición y la firme convicción con que sostiene sus ideas liberales. Y no se trata solo de opiniones sustentadas por marcos teóricos (marcos estos que también ostentan las ideologías marxistas e izquierdistas en general) sino que las contrasta permanentemente con ejemplos empíricos de la realidad. Y eso hace la gran diferencia entre el liberalismo y las teorías marxistas.
…el socialismo es una construcción teórica anterior a la experiencia. Se afirma en ella que se posee una receta que, si se aplica (en este caso la apropiación colectiva de los medios de producción y de cambio), se obtiene una sociedad perfecta, a la vez próspera y justa. Esto es lo propio de la utopía. Los espíritus acostumbrados a esa manera de razonar piensan que el liberalismo es simplemente la doctrina que propone la receta contraria a la suya, haciendo las mismas promesas que ellos con el mismo sectarismo.
A diferencia de las utopías, el liberalismo no es un sistema de reconstrucción voluntaria de la sociedad, un calco al revés del socialismo. Es una mezcla lenta y espontáneamente amasada de democracia política, de libertad económica y de reflexión sin a priori dogmático.
Sostiene que la democracia no es un fin en sí misma, sino un medio (el menos malo) no perfecto, desde luego, de lograr aquellos objetivos que también el socialismo propone conseguir con recetas que, una y otra vez, han fracasado.
La primera [conclusión] fue que la democracia política, lejos de ser un lujo reservado a los ricos, constituía una necesidad para los pobres [...] un medio para deshacerse de un gobierno incompetente corrupto, un instrumento de desarrollo económico. [...] La segunda conclusión (la historia de los treinta últimos años suministraba decenas de ejemplos), era que se regresaba más fácilmente hacia la democracia a partir de una dictadura militar fascista que a partir de una dictadura socialprogresista, sin duda porque en este último tipo de despotismo, la tutela del Estado sobre la economía es mucho más fuerte y profunda.
Dedica muchos párrafos a mostrarnos cómo los medios cultos europeos (tal vez por una mala conciencia producto el insidioso mensaje marxista) ven con buenos ojos y un toque de romanticismo a las “revoluciones” y grupos guerrilleros de América Latina sin un análisis siquiera superficial del mesianismo que ostentan los cabecillas de estos grupos, ni tampoco una apreciación de la secuela de horror, miseria y muerte que traen consigo estos deshumanizados procesos. Algo así como decir: «Está muy bien, pero no aquí»
Pocas desviaciones, al menos en la época contemporánea, han hecho sin duda tanto daño a la realización efectiva de la democracia y frenado más la marcha hacia la libertad, que la idolatría del fenómeno revolucionario. Forma parte integrante de la cultura de izquierdas desde finales del siglo XVIII. A causa de ella ha prevalecido el postulado de que sólo la revolución puede perfeccionar a la sociedad, de que es imposible mejorarla gradualmente, y que, por consiguiente, es preciso destruirla y reconstruirla de un solo golpe, de la cabeza a los pies. Ese prejuicio ha [...] conducido al nazismo y al comunismo. Ha servido de principio de justificación al terrorismo.
La idea de revolución descansa sobre la convicción de que se puede aportar un remedio único masivo, radical inmediato y definitivo al mal estado en que se juzga que.se encuentra la sociedad. Esta convicción supone a su vez que la sociedad sufre de una sola enfermedad bien determinada, universal y nefasta. A un azote único operación quirúrgica única.
Sigue:
La política no es una ciencia deductiva a priori. La ingeniería social no conduce más que a catástrofes. [...] Cierto, enunciar en primer lugar la idea, construir después la realidad, si es necesario borrándola si se resiste, seguirá siendo, me temo, nuestra eterna tentación totalitaria. [...] Los revolucionarios espontaneístas de 1968 —y de los años 60 en general— rechazaban todo tipo de autoridad en las democracias, acusadas de «tolerancia represiva» según el genial «sinsentido» de Herbert Marcuse, pero admiraban las formas puras de absolutismo en particular el maoísmo. Su fraseología nunca se evadió del marxismo-leninismo. Esta incoherencia sólo es aparente: los revolucionarios siempre están en contra del Estado hasta que se apoderan de él; y son partidarios del Estado total en cuanto toman el poder. Si fracasan en esa conquista, lo que fue el caso, se refugian a menudo en el terrorismo, que procede de la lógica jacobino-bolchevique: una minoría se concibe y se consagra en tanto que mayoría por la imaginación, y entiende imponer por la violencia sus puntos de vista sobre la verdadera mayoría. Como ésta no lo desea en absoluto, la mayoría imaginaria cree entonces deber actuar mediante el terror sobre la mayoría real. La única diferencia es que los comunistas actúan contra la democracia desde el interior del aparato de Estado, y los terroristas desde fuera. Pero los unos y los otros son totalitarios, en tanto que revolucionarios. La democracia no es la ausencia de gobierno. Es por el contrario la única forma de gobierno eficaz, la única que a la vez se sirve y se pone al servicio de todos los recursos de la sociedad civil. A menudo se ha dicho que la anarquía conduce al despotismo, lo cual es cierto. Menos a menudo se ha dicho que el despotismo conducía a la anarquía, lo cual nos muestra el triste espectáculo de las sociedades destruidas y dislocadas que deja tras de sí el comunismo, producto de la revolución.