viernes, 16 de junio de 2017

A veces, leyendo...

A veces, leyendo a otros autores, uno se topa con citas que mueven su curiosidad. Gracias a esas citas y a las compras por Internet, conseguí este maravilloso libro que comento, cuyo autor, venezolano, supo estudiar y comprender las causas del fracaso de América Latina, sobre todo en comparación con el vertiginoso éxito de nuestros norteños vecinos.
Del buen salvaje al buen revolucionario.  De Carlos Rangel.
Extraordinaria disección de los orígenes de las trasnochadas ideas que prevalecen en Latinoamérica. Aunque fue escrito hace ya casi medio siglo, es de lectura imprescindible para entender algunos de los cómo y los porqué del fracaso de Hispanoamérica y el éxito de USA. Hay un concepto que resume casi todo: «Los colonos anglosajones buscaban tierra y libertad, mientras que los hispanos buscaban oro y esclavos». Vemos cómo las sociedades libres son las que verdaderamente prosperan, mientras el atraso va de la mano con la falta de libertad. Y los socialismos (con los incas incluidos) solo consiguen igualar en la escasez o aún la miseria. Y ni siquiera consiguen erradicar las clases privilegiadas.
Algunos párrafos:
  • Habla Rangel de una “vocación revolucionaria” en Latinoamérica diciendo:
 «…que la “revolución” parece el atajo para superar una situación marcada por la incapacidad de construir Estados democráticos modernos y economías prósperas aptas, por lo mismo, para reducir la dominación extranjera. Pero las “revoluciones” latinoamericanas han sido, o bien de una virulencia tal que han arruinado lo que pretendían salvar (como la Revolución Mexicana de 1911, que duró diez años y terminó por mantener en la pobreza a los campesinos que fueron su razón de ser); o bien de un verbalismo que disimula bajo un “lenguaje social” una incompetencia generadora de súbito desastre, como el “socialismo” peruano” de 1967-74, o como el “justicialismo” de Perón, quien hace veinte años arruinó a una velocidad asombrosa y, según parece, irremediable, la economía más próspera de Latinoamérica; o bien, como la Revolución Cubana, que no ha hecho más que trasladar un país de la dominación norteamericana a la satelización soviética».
  • A propósito de la gesta de Colón, dice:
 «Colón tuvo la terquedad extraña y predestinada de sostener, contra la mejor ilustración de su época, que la tierra no solo era redonda, cosa que no se discutía seriamente, sino además mucho más pequeña de lo que en realidad es. Salió hacia una muerte segura y se topó con América».
  •  Acerca del vertiginoso crecimiento de EE.UU.:
«.. la imaginación más desenfrenada no hubiera podido prever que esas precarias colonias inglesas serían, antes de mucho tiempo, un país independiente, poderoso y expansionista, destinado a comprar Luisiana a Francia, Florida a España y Alaska a Rusia; a desalojar a los herederos del Imperio Español de extensos territorios, y a abrirse paso hasta el Pacífico, donde arrebataría Oregón a Inglaterra.
La misma confederación nacida en 1776 no aparecía nada formidable. Cualquier hombre de Estado europeo sensato ha debido ver con escepticismo el futuro de un experimento político tan extravagante, tan poco apropiado, según el sentido común prevaleciente, para asegurar un gobierno estable y eficaz, mantener la paz y aun la cohesión interna, y mucho menos conducir una eventual guerra exterior.
De hecho, bastante más tarde, cuando la guerra contra México, en Europa se pensó seria y generalmente que los EE.UU. iban a llevarse un chasco, y que probablemente la aventura les saldría muy cara. Los mejicanos algo conservarían de las cualidades marciales que en el siglo XVI hicieron a la infantería española el terror de Europa; los esclavos negros de los estados sureños y los indios de la frontera aprovecharían la coyuntura para sublevarse; los ingleses no desperdiciarían la ocasión de establecer con firmeza la soberanía británica en la costa del Pacífico al norte de California.
Entre 1860 y 1865 los EE.UU. sufrieron una contienda civil terrible y sangrienta, más destructiva y total que ningún otro conflicto armado que el mundo hubiera conocido hasta entonces.
De esa guerra, el Norte vencedor salió con un impresionante aparato bélico, pero lo desmanteló con tanta rapidez y desenvoltura, que en 1879 la marina de guerra norteamericana era inferior a la de Chile, país que ese año demostró su potencia naval "europea" al ganar con facilidad la llamada Guerra del Pacífico, contra Perú y Bolivia.
En ese momento los EE.UU. eran un país productor sobre todo de materias primas, minerales y agropecuarias, y en todo caso prácticamente no participaba en el comercio internacional salvo como exportador de esos productos e importador de manufacturas y capital; las mismas condiciones de las cuales se asegura hoy que son causa suficiente del atraso de Latinoamérica.
Pero en 1898 los norteamericanos, con barcos flamantes, construidos a toda prisa, desbarataron la Armada española en Cuba y Filipinas. Entre 1904 y 1914 terminaron el Canal de Panamá, abandonado como imposible por Ferdinand de Lesseps. En 1917 decidieron con su intervención la derrota de las Potencias Centrales en la Primera Guerra Mundial.
Hasta 1923 ningún Premio Nóbel en física o medicina había sido adjudicado en los EE.UU., pero desde entonces norteamericanos o europeos residentes en los EE.UU. han merecido uno de cada tres Premios Nóbel en física, uno de cada cinco en química, uno de cada cuatro en medicina. Lo cual unido a la potencia industrial y financiera norteamericana, dio como resultado, entre otros, que los norteamericanos construyeran la primera bomba atómica, el primer reactor nuclear, y pusieran el primer hombre en la luna.
Pero lo más notable (y seguramente lo más importante dentro de las perspectivas de nuestra época), es que la productividad agropecuaria norteamericana sea de tal modo espectacular, que con sólo seis por ciento de la población activa empleada en el campo, los EE.UU. logren autoabastecerse ampliamente y ser además grandes exportadores de alimentos.
No es mi propósito intentar explicar, o ni siquiera hacer una relación exhaustiva de los éxitos norteamericanos; pero sí subrayar algo que no es inmediatamente evidente a quienes observan esos éxitos desde una perspectiva europea, africana o asiática: su carácter de escándalo humillante para la otra América, que no puede darse, ni dar al resto del mundo, una explicación aceptable de su fracaso relativo (el cual, por la comparación, aparece como mayor de lo que en realidad es) con relación a los colonizadores de América del Norte».
  • Y agrega:
«México, Lima y diez o veinte otras aglomeraciones urbanas hispanoamericanas eran ya ciudades respetables antes de que los ingleses intentaran su primer establecimiento en Norteamérica. México tuvo imprenta en 1548. Las Universidades de México y Lima fueron fundadas en 1551. Para 1576 había en Hispanoamérica nueve Audiencias, treinta gobernaciones, veinticuatro asientos de Oficiales Contadores, tres Casas de Moneda, veinticuatro Obispados, cuatro Arzobispados y trescientos sesenta monasterios; y todas estas instituciones, así como las residencias virreinales y de otros grandes señores estaban alojadas en imponentes edificios que todavía hoy perduran, En contraste, Boston no fue fundada hasta 1630, y todavía a finales del siglo XVIII era, lo mismo que Nueva York o Filadelfia, inferior a las ciudades virreinales de la América española. La población de los EE.UU., seguía en ese momento siendo mayoritariamente rural».



Y todavía hay muchísimo más para aprender de estas concienzudas reflexiones del autor.

domingo, 11 de junio de 2017

Economía de entrecasa

No soy economista, pero me atrevo a opinar algunas cositas. Si entre mis lectores hay alguien de tan noble profesión, le ruego que corrija mis probables errores de concepto.
Un economista profesional adhiere generalmente a alguna de las teorías existentes y las argumenta con su sapiencia y con elementos de juicio que maneja merced a sus estudios. Un periodista, un encuestador y opinólogos varios, hacen lo propio.
Un político que no está al frente de una intendencia, gobernación o un país, también es absolutamente libre de expresar sus ideas y de criticar, a quien ejerce el ejecutivo correspondiente, en todo aquello que se aparte de lo que él considera bueno para el conjunto. Desde luego que hablamos siempre de gente bien intencionada que, aunque no son tan abundantes como uno quisiera, existen.
Por su parte, el político que sí accedió a funciones ejecutivas, hace lo que puede, dentro de lo que le resulta razonable.
Pongamos un ejemplo:
Llega al gobierno ese político bien intencionado que mencionamos antes (esto no es tan frecuente). Hereda un déficit fiscal monumental (esto sí es frecuente). Para hacerle frente, dispone de alguna de las siguiente opciones: 1) no pagar; 2) imprimir más billetes; 3) aumentar los impuestos o, 4) tomar deuda.

1)    Dejar de pagar los compromisos es una alternativa más teórica que práctica, ya que de optar por ello, el país se incendia y su gobierno cae irremediablemente. Hay sí una variante atenuada, que se utilizó en 2002, que es hacer una fenomenal devaluación con sueldos congelados, lo que llevaría, hoy, casi al mismo incendio antes mencionado.
2)    Imprimir más billetes, inevitablemente sigue generando inflación. Pero se podría recurrir a esto con un plan serio de metas y plazos para ir disminuyendo el déficit ya que con ello se moderaría la impresión de billetes y la inflación.
3)  Aumentar los impuestos. Esto sería practicable si la presión fiscal fuese baja y la economía en su conjunto tolerase tal aumento sin llegar a la recesión. Si dicha presión ya fuera muy alta, el aumento en los impuestos llevaría, por efecto de la caída de actividad, en una menor recaudación.
4) Tomar deuda no es malo en sí mismo. Lo malo es malgastar los ingresos que el préstamo genera. Si, por el contrario, se utiliza, por ejemplo, en obras de infraestructura que demandan una inversión muy alta y que disfrutarán varias generaciones (caminos, obras hidráulicas para mitigar los efectos de las inundaciones, infraestructura hospitalaria o escolar, etc.), entonces resulta provechoso el endeudamiento. Puede ocurrir que un gobierno que heredó una situación como la que mencionamos antes, utilice el préstamo para paliar el déficit. En este caso, una vez más, hay que ver si se hace con planes y metas concretas de reducción del desequilibrio.
En resumen, el gobierno tiene una responsabilidad frente a todos los sectores sociales y todas la áreas de su gestión. Para ello se elabora un presupuesto, que debe ser refrendado por el Legislativo, donde se asignan los recursos en relación a las prioridades que el gobierno asigna.
Pero, volviendo a los economistas, periodistas, opinólogos y criticólogos varios que vemos a diario por TV, sabemos de sobra que no abundan los bien intencionados o imparciales, sino todo lo contrario. Por ello resulta risible cuando, ante una obra de cualquier tipo, se critica porque debería asignarse ese recurso a salud, educación, seguridad, etc. (aquí, cada uno pone lo que mejor le acomode) y no a lo que se está haciendo en ese momento. Por el contrario, si la obra no se hace, se criticará porque no se hizo, porque se subejecutó el presupuesto del área y toda esa cantinela a la que estamos tan acostumbrados.

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sábado, 10 de junio de 2017

La batalla de las ideas


El capitalismo y el liberalismo tienen mala prensa. En cambio, ser de izquierdas y apoyar al socialismo, al comunismo o a algo tan difuso como el progresismo, queda muy bien, es elegante y habla mucho en favor de la pureza del alma de quien porta tales ideas.
¿Quién no se indigna por la pobreza? Todo buen progre hace de ello una bandera que lo acompaña como su sombra en cuanta discusión de política participe.
Desde luego que le parece muy bien que se “distribuya” la riqueza beneficiando a quienes menos tienen, siempre y cuanto esa riqueza no sea la propia.
Por supuesto que para el bienpensante de izquierdas la culpa de que haya pobres sobre la tierra, es del capitalismo, del liberalismo y, más recientemente, del neoliberalismo y el Consenso de Washington.
Desde luego que, si uno estudia la historia de la humanidad, verá que la pobreza generalizada ha sido una constante en todo el mundo y en todos los tiempos. Si algo ha mejorado para una importante cantidad de personas ha sido gracias a políticas liberales y capitalistas, luego de la Revolución Industrial. Por su parte, el socialismo clásico y el del siglo XXI, así como el comunismo, no han aportado prosperidad a sus pueblos, pero sí lograron consolidar nuevas clases opresoras en todos los casos, cuando no fueron los responsables de genocidios que dejarían a nuestro vernáculo “Proceso” del tamaño de un poroto.
El otro cliché siempre a mano de todo buen izquierdista es que nuestra pobreza y subdesarrollo son causados por el imperialismo. Corolario de ese pensamiento es que el Imperio es poderoso porque vive expoliándonos. Que los países más ricos de hoy, deben su riqueza a la explotación inmisericorde de sus colonias.
Pero ¿es esa toda la verdad? Por supuesto que los imperios existen y existieron siempre y que el colonialismo ha sido una verdadera lacra para la humanidad. Pero no es menos cierto que: 1) no todos los países ricos y prósperos de hoy son o han sido coloniales ni imperialistas. Finlandia, Suecia, Corea del sur, Nueva Zelanda, Irlanda, para citar solo algunos, no tienen, que yo sepa ningún antecedente en ese sentido.  Japón, que sí tuvo un pasado imperial, no lo es hoy y pudo reconstruirse literalmente de las cenizas. Y todos ellos conviven con los mismos imperios que nosotros. 2) todos los países que llegaron a ser colonialistas o imperialistas, fueron, antes que eso, ricos y poderosos sin pasado previo imperial. Y el caso paradigmático en el de USA que, en pocas décadas desde su independencia, gracias al espíritu de libertad que imperó desde un principio, se desarrolló a una velocidad de vértigo. Si pudo arrebatar a México un par de millones de Km2 de territorio, es porque, previamente, antes de ser imperiales, fueron prósperos, ricos y poderosos.
Por otra parte, ¿fue el liberalismo o el neoliberalismo lo que llevó a muchos países, incluido el nuestro, a la profunda crisis de principios del siglo XXI? Habría que estudiar bien las propuestas del Consenso de Washington para saber si se aplicaron en realidad o solo se proclamaron.
Pero es evidente que esas ideas progres están firmemente arraigadas en nuestros pueblos y es por ello que es muy difícil que los políticos nos ofrezcan otras soluciones, mientras no se lo demande la sociedad. No importa que la realidad muestre una y otra vez el fracaso de las izquierdas, la idea tiene el rango de dogma y los dogmas no se discuten.
La batalla a dar, es la de las ideas y, por el momento, los liberales vamos perdiendo por goleada.

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Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...