martes, 26 de septiembre de 2023

El negacionismo


Del libro «La gran mascarada» de Jean-François Revel tomo la siguiente frase:

Los negacionistas pronazis son solo un puñado. Los negacionistas procomunistas, legión. En Francia hay una ley (la Ley Gayssot, nombre del diputado comunista que la redactó y que, como se puede comprender, solo ha mirado los crímenes contra la humanidad con el ojo derecho) que prevé sanciones contra las mentiras de los primeros. Los segundos pueden negar con toda impunidad la criminalidad de su campo preferido.

Lo anterior fue escrito en el año 2000 y se refería a Francia en particular, pero entiendo que es perfectamente aplicable a otras latitudes y épocas. 

Y cuando digo «otras latitudes y épocas» estoy haciendo referencia clara a nuestra realidad de hoy.

Basta que alguien pretenda señalar los atroces crímenes y atentados que perpetró la guerrilla subversiva en nuestro país, para que sea, inmediatamente, tildado de estar a favor de la dictadura, de la desaparición forzada de personas, de la tortura y otras aberraciones. No puede haber posiciones críticas para ambas partes. 

Y lo vemos claramente en los homenajes, subsidios y recordatorios permanentes para las víctimas de la persecución ejercida por el gobierno de facto de la última y terrible dictadura, pero jamás un recordatorio para las víctimas del otro lado. 

Y cuando alguien (me refiero en particular a Victoria Villarruel) pretende esa negada reparación histórica, la acusan livianamente de negacionista. Hasta donde yo sé, nunca la oí negar y mucho menos justificar lo actuado por la Dictadura. 

¿Quiénes son, entonces, los negacionistas? ¿Los que pretenden reivindicar a ciertas víctimas o los que se oponen a tal reivindicación?  

martes, 19 de septiembre de 2023

Economía intuitiva

Por más que yo creo que la economía encierra muchos conceptos que son contraintuitivos (basta leer La economía en una lección de Henry Hazlitt) he titulado esta entrada Economía intuitiva, porque es lo que yo intuyo acerca de ciertos temas económicos.

Muchos economistas, muy sapientes, diagnostican que nuestro presente es el resultado de muchas décadas de políticas equivocadas a las que los argentinos están muy apegados y en un número importante, tanto como para ganar elecciones.

Y ello nos lleva, una y otra vez, a catástrofes de las que salimos con pequeñas y fugaces “primaveras”, que duran lo que la estación del año o menos.

Esas políticas, a grandes rasgos, son las de creer que un Estado grande nos protege; que es su ausencia y no su presencia la que produjo las crisis y la decadencia; que es importante tener una petrolera estatal o una línea aérea de bandera (aunque sus cuantiosas pérdidas podrían dedicarse, por ejemplo, a mejorar y desarrollar nuestra red ferroviaria, sobre todo teniendo en cuenta que el tren es más «Nac&pop»). 

No parece importante el hecho de que, en las cuestiones que le son indelegables  (como son la justicia, la seguridad y la educación), el estado ha demostrado ser absolutamente ineficiente cuando no corrupto o cómplice de las peores prácticas.

Y ese crecimiento elefantiásico conlleva inexorablemente a aumentar los impuestos a niveles de asfixia, lo que nos deja fuera de toda posibilidad de competir. 

Si pagamos impuestos, entre otras cosas, para seguridad, salud y educación y luego debemos acudir a privados que nos cuiden, que nos atiendan la salud y que eduquen a nuestros hijos (y no estoy hablando de clases especialmente pudientes), es más que evidente que ese Estado no nos está proporcionando los servicios por los que pagamos.

Si no cumple con lo elemental, ¿por qué creemos que va a administrar bien la compañía de aviación, la petrolera o los ferrocarriles?

Inmediatamente salen los defensores del estatismo a culpar precisamente a las privatizaciones de los 90 por los fracasos posteriores. Pero no se preguntan quién privatizó ni cómo lo hizo y, mucho menos, qué controles ejerció posteriormente. No hubiera ocurrido la catástrofe de Once, para dar un ejemplo, si se hubiesen ejercido apropiadamente los controles pertinentes.

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Veo con frecuencia que, en programas periodísticos de actualidad, invitan a aquellos conocidos economistas antes mencionados para dar su visión acerca de nuestros reiterados fracasos en la materia.

Respecto de abrir la economía (como han hecho y hacen países con modelos económicos exitosos), algunos economistas suelen mostrarse favorables a tal medida. Inmediatamente, algún sensible y progre panelista le suelta algo así como: «Cuando ingresan de China los productos textiles, quedan en la calle 300 familias porque no pueden competir con esos precios; ¿qué hacemos con eso?».

Este concepto no es solo de los panelistas sensibles, sino que es compartido por gran parte del electorado, si no, no tendríamos gobiernos que sistemáticamente cierran la economía para proteger a esas 300 familias en detrimento del resto de la ciudadanía. 

No he visto que esos economistas den una respuesta categórica a esta afirmación, sino respuestas generales como ser «Tal o cual país, abrió su economía y le va bien». Pero el panelista y los televidentes, siguen pensando en las 300 familias que quedan sin sustento.

Otro argumento que exhiben los defensores del proteccionismo es que, en la época de Martínez de Hoz, se abrió la economía y arruinó la industria nacional. No analizan que, para que nuestra industria pueda competir con la foránea, debe, primero, quitársele buena parte de la pesada carga tributaria que sufre y que no es tal en aquellos países que nos «inundan con la introducción de sus productos».

Y, lo que es peor, piensan que, quien quiere abrir la economía es un malvado al que no le importan esas 300 familias. 

Y, por muy bien que expliquen cuál es el modelo al que aspiran, nunca explican del todo cómo se lograría desmantelar tanta estructura ineficiente, cuando no corrupta o mafiosa; cómo se haría, en suma, esa transición inevitablemente dolorosa (pero menos dolorosa y costosa que persistir en recetas equivocadas) hacia modelos que dejen definitivamente atrás la decadencia.


jueves, 14 de septiembre de 2023

Párrafos 2


Tomado de: Crítica de la razón populista de Miguel Wiñaski:

El enemigo

El dadaísmo populista encubre su naturaleza cleptócrata, propiciando el esperpento sociopolítico de estructurar a una sociedad en contra de sí misma, azuzando la beligerancia retórica por cualquier cosa, mientras se incrementa el botín de los corruptos. Para Chantal Mouffe, el enemigo no debe ser destruido en su modelo de democracia radicalizada. Al contrario, el enemigo debe ser construido y redivivo todo el tiempo. Gobernar es sembrar enemistades. Cristina Fernández ha sido su mejor alumna. 

Y, a la construcción del enemigo, le sigue la del odio

El oficialismo activó en la Argentina un espectáculo en el que se invitaba a los mayores y también a los chicos, a escupir fotos con el rostro de diversos periodistas conocidos y de gran trayectoria. [...] Lo relevante, básicamente, fue la consagración del odio como metodología sociopolítica y antropológica legítima y deseable.

Combatiendo al capital

El populismo es un anticapitalismo de púlpito. Pero esa iglesia, el populismo, perdona al capitalismo práctico y condena al capitalismo filosófico libertario.

Dato mata relato (no siempre)

La razón populista colapsa contra sí misma, porque un día la fe en los líderes decae, porque ya no quedan más palabras que inventar, enemigos que elegir, conspiraciones que diseñar, y porque, a pesar de la intención de perennidad, todo termina al fin. Las antinomias de la Razón Populista son más físicas que metafísicas. La Razón Populista colapsa cuando se confronta su discurso con los datos. Los hechos son una catástrofe para la utopía populista y neopopulista.

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Aunque uno ya esté convencido de que las ideas del liberalismo son las que realmente sacan a los pueblos de la pobreza y el atraso, siempre es bueno entender, con demostraciones teóricas y empíricas los fundamentos de tal creencia.

Agustín Etchebarne en La clave es la libertad nos dice:

Cómo ser “ricos y opulentos”

Si observamos el país capitalista por excelencia, los Estados Unidos, veremos que además existe una extraordinaria movilidad social. Muchos latinos cruzan la frontera, arriesgando sus vidas, para ingresar a las promisorias tierras del "sueño americano". Eligen hacerlo porque saben que del otro lado encontrarán la oportunidad de progresar. Efectivamente, el 93% de los inmigrantes logra salir de la pobreza en apenas quince años. (Horowitz, 2015). Los países anglosajones como Australia y Canadá alcanzaron similares niveles de prosperidad.

Japón, Alemania e Italia ingresaron al club de los “ricos y opulentos” luego de perder la segunda gran guerra e incorporar las instituciones de la democracia liberal del país invasor: los Estados Unidos. […] Pareciera que basta ser invadido por Estados Unidos y adoptar sus instituciones como para avanzar a pasos agigantados, como también les ocurrió a Alemania o Italia. 

El Capitalismo mejoró la producción, la alimentación y la salud 

La multiplicación de la productividad se basa en la acumulación de capital. Un trabajador americano sentado sobre un tractor John Deere tiene la fuerza de 300 hombres y tiene 300 veces la productividad de un país atrasado de África. La acumulación de capital y los Inventos son los que sacan a los trabajadores de la pobreza. [...] 

Puede sorprender, pero quienes expresaron de forma más tajante el progreso del capitalismo en Inglaterra fueron nada menos que Karl Marx y Frederich Engels en su "Manifiesto Comunista" (Marx y Engels, 1848, 2017, pág. 54): "En apenas cien años de dominación como clase, la burguesía ha creado fuerzas de producción más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas”. Karl Marx sin dudas fue un gran crítico de las desigualdades sociales que todavía eran inmensas en la época victoriana, pero no podía dejar de ver que el aumento de la cantidad de bienes y servicios era abrumador con relación a cualquier época anterior. Para Marx, el capitalismo era una fase positiva en el largo camino del progreso, solo que

no lo veía como la última etapa, sino que creyó que podía acelerar el camino hacia una utopía que imaginó como socialismo o comunismo, donde todos serían iguales y habrían desaparecido la envidia y el odio. Lamentablemente, eligió el camino de la violencia y propuso "la lucha de clases" para alcanzar el objetivo. Marx se equivocó, primero, en u predicciones. Como veremos, no fue cierto que aumentó la desigualdad, sino todo lo contrario. Se equivocó también en el medio violento. Por último, se equivocó en lo que generaría la propiedad común de los medios de producción. Sus teorías generaron más de 100 millones de muertos por violencia y hambre. [...] Es difícil comprender lo que fue el avance de esos años sin ver que hasta mitad de siglo la medicina era totalmente exclusiva y privilegio de las familias aristocráticas.

La clave es la libertad

Hasta el continente de África empieza a transformar sus instituciones hacia la libertad, y está a punto de firmar un amplio tratado de libre comercio entre muchos de sus países. Sudáfrica se había distinguido del resto, pero desde los '90 Botswana es un caso para seguir de cerca; es impresionante el crecimiento y la mejoría de este país. [...] podemos ver cómo Botswana se acerca a la Argentina rápidamente en términos de PBI per cápita (es decir en producción de bienes por persona). La diferencia es que Botswana está 36 en el índice de libertades económicas elaborado por la Fundación Heritage y Argentina está 148. Nuevamente se observa que la clave es la libertad. 

La desigualdad

Para explicar este punto [la desigualdad], el profesor Martín Krause suele hacer una comparación entre su familia y la de Bill Gates. El señor Krause [padre] en los años '50 ganaba cerca de 1000 dólares, comparado con el padre de Bill Gates que ganaría, por ejemplo, el doble, unos 2000 dólares. Pero en la siguiente generación, ahora el profesor Krause gana unos 5000 dólares mensuales, mientras que Bill Gates gana unos 240 millones de dólares por día. La brecha entre ambos sin duda se ha agigantado con respecto a la generación anterior. Sin embargo, el profesor Krause se pregunta: ¿acaso estoy peor que mi padre? Y la respuesta es que no, que está mejor. Entre otras cosas, porque hoy tiene una computadora que utiliza el software diseñado por Bill Gates y que se lo vende a un precio razonable y cada dos años lo mejora sustancialmente. Bill Gates gana mucho dinero porque sus productos benefician a miles de millones de personas en todo el mundo, pero eso enriquece al conjunto de la humanidad, no empobrece a nadie, recordemos nuevamente que la economía no es un juego de suma cero. Lo relevante es salir de la pobreza, no la diferencia con quienes más ganan. A menos que creamos que uno es pobre porque otro se enriquece, pero eso solo es cierto si no funciona la igualdad ante la ley, y existen privilegios en el mercado, entonces habría que ir contra esos privilegios específicos. Usualmente esos abusos son mucho mayores en los países populistas o no capitalistas, es por eso que hay que mejorar el imperio de la ley. 

La mayor desigualdad se da entre gente de muy bajos ingresos

El primer gran salto se da entre quien vive con menos de dos dólares por día (pobreza extrema) y quien ya ha salido de la pobreza, unos 10 dólares por día. Es la diferencia entre tener alimentos, ropa, vivienda, calefacción y atención de la salud y educación, y no tener acceso a esos bienes básicos. Una vez que se accede a esos bienes, las demás diferencias son mucho menos importantes. Si todo el mundo sale de la pobreza, la desigualdad habrá caído inmensamente, aún si el índice Gini indica lo contrario. Las diferencias entre Bill Gates y el profesor Krause son mínimas, más allá de lo monetario, es posible en muchos sentidos que Martín coma mejor porque su mujer cocine mejor que la cocinera de Bil Gates, que tenga menos estrés porque no tiene la infinidad de problemas de una empresa gigante, y que tenga más tiempo para leer, pensar y conversar con sus amigos y que no tenga demasiado interés en tener un auto más lujoso o viajar en avión privado.

Fueron los capitalistas los que mejoraron las condiciones laborales del proletario

Karl Marx se asombraría de saber que, en 1926, fue Henry Ford, el legendario empresario automotor, quien limitó las largas horas de trabajo seis días por semana, por una semana de cuarenta horas de trabajo 8 horas por cinco días y dos días de feriado, además de vacaciones. Más aún se sorprendería al saber el motivo por el que se dice que Ford cambió el estatus de sus obreros: lo hizo porque pensaba que el ocio era necesario para que consumieran más productos capitalistas, incluyendo sus autos. En 1926 la revista World's Work Magazine, cita a Ford diciendo: "El ocio es un ingrediente indispensable en un mercado consumidor en crecimiento porque los trabajadores necesitan tener tiempo libre para encontrar usos para los bienes de consumo, incluyendo los automóviles". Posiblemente también Ford comprendía que mejoraría la salud y la productividad por hora de sus obreros, pero está claro que veía una necesidad en el aumento del consumo. Para hacerse verdaderamente rico es necesario producir para las grandes masas, no para pocos ricos (Cho, 2013). 


martes, 5 de septiembre de 2023

Lecturas

 

¡Sálvese quien pueda!  De Andrés Oppenheimer.

Interesantes testimonios y argumentos de lo que podría ser el mundo que le espera a la humanidad en las próximas décadas. Por más que todo sea tan vertiginoso que cueste imaginar la magnitud de lo que se viene, siempre hay algunas pistas e indicios gracias a los cuales se pueden tomar ciertas previsiones. Lo que sé es que el mundo laboral que se avecina no es el que estamos acostumbrados a ver, con profesiones que antes no existían y con las que existen que deberán adecuarse a lo que viene o desaparecer.

A todas las profesiones llegará la robotización de ciertas tareas que forman parte de la diaria ocupación del profesional. Cita el caso de los jueces, que deben fallar de acuerdo a su ciencia y a la jurisprudencia a la que tangan acceso. En ese territorio, el robot le lleva una enorme ventaja, porque tiene acceso a una cantidad de casos imposible para el alcance de una mente humana. Y, además, no están sujetos a fatiga ni a cambios de humor. Está documentado con estadísticas suficientes que, jueces de faltas de Israel, son mucho más severos en sus fallos conforme avanza la hora de la mañana y el hambre los acucia. Luego del almuerzo y con el estómago lleno y el corazón contento, sus fallos vuelven a ser más benévolos…

Y da ejemplos de muchísimas otras profesiones que se verán invadidas por la robótica dejando muchísima gente sin empleo, pero creando a su vez otras ocupaciones que antes no existían. Tal como ocurrió con la revolución agrícola y la industrial, solo que ahora los cambios serán vertiginosos. (WhatsApp consiguió en 6 años tantos seguidores como el cristianismo en 19 siglos). Pero, aún destruyendo muchos empleos (lo que de todos modos será una catástrofe personal para quien lo sufra y motivo de probables disturbios sociales) tendremos la ventaja del increíble abaratamiento general de toda la producción industrial, lo que contribuirá, como todos los avances tecnológicos de la historia, al enriquecimiento general de las sociedades. 

Y nos recuerda algunas cifras de procesos de cambio de la historia: a mediados del siglo XIX en USA el 60% de la población trabajaba en tareas agrícolas, hoy solo el 2%; en 1960 26% lo hacía en industrias manufactureras, hoy solo el 10%. Y el nivel de vida de los americanos ha progresado notablemente.

En el balance, el autor es pesimista en el mediano plazo y optimista a la larga.

Datos de la evolución del mundo en los últimos 200 años.

Expectativa de vida: aún en los países más pobres del mundo, se vive hoy más que el promedio mundial de hace doscientos años.

Pobreza: En 1820 el 84% de la población mundial vivía en la pobreza extrema, hoy solo el 10% 

Mortalidad infantil: en 1820 era a nivel mundial del 43%, hoy, los países peor ubicados están en al 15%

Alfabetismo: en 1820 solo 12% de la población mundial estaba alfabetizada, hoy solo quedan algunos países del África subsahariana con tasa de alfabetización del 30%

Guerras: aunque cueste creerlo en el mundo convulsionado en que vivimos, hoy muere menos gente en guerras que en otro tipo de violencias y mucho menos que de diabetes (Yuval Harari: el azúcar es más peligrosa que la pólvora).

Madera de héroe. De Miguel Delibes.

Del mismo autor he leído dos magníficas, tiernas y emotivas novelas: La hoja roja y El camino, que recomiendo en forma ferviente leer. Ya las he comentado antes, por lo que no insisto. Y es por la calidad de su prosa y de la humanidad de sus personajes que los continuos laísmos y leísmos y la profusión de palabras no conocidas (por mí) no alcanzan a empañar la atractiva narración del autor. Cuando me refiero a palabras no conocidas, no es solamente a los términos náuticos que abundan, sino a palabras de la vida diaria.

Transcurre la acción, esta vez, durante la Guerra Civil Española. El protagonista es un niño entrando en la adolescencia criado dentro de una familia de posibles, todos ellos monárquicos y religiosos en extremo. El niño (Gervasio) no escapa a esas ideas. El conflicto está en su padre –aunque el autor no lo diga, es un advenedizo en la familia, procedente de otro estrato social– que es un republicano («rojo», para su familia). El niño tiene una obsesión por ser héroe y, al estallar la guerra, se enrola en la marina de las filas rebeldes. Antes de eso, la guerra le muestra su fea cara en los excesos de ambas partes en litigio, tocándole de cerca en algunos casos. No obstante, creyendo que hay una «buena causa» por la que luchar, no deja que esas experiencias le saquen de la cabeza su necesidad de combatir. Una vez desatada la guerra es testigo de hechos que hacen tambalear todas sus convicciones. El niño tiene la particularidad de que, ante ciertos estímulos, reaccione con una horripilación sobrenatural que le trae ciertas complicaciones.

Piratas del Golfo. De Vicente Riva Palacio.

Maravillosa novela de aventuras. De aventuras amorosas y de piratas sanguinarios. Todo dentro de una trama tan bien urdida que, por momentos, asombra. Situaciones que podrían pasar desapercibidas o consideradas de menor importancia, son las pistas que da el autor para comprender o justificar, muchos capítulos más adelante, los hechos que van sucediendo.

Una redacción un tanto rocambolesca –propia del siglo en que se escribe y del siglo en que transcurre la acción– y una trama también rocambolesca, no quitan sin embargo el interés en ningún momento.

Podríamos, tal vez, hablar no de triángulos, sino de pentágonos u octógonos amorosos, en los que varios galanes se disputan una dama y a su vez varias damas compiten por un pretendiente. Todos aman a la misma y todas aman al mismo. Y, además, algunos o algunas, aman simultáneamente a más de uno o una.

Todo ello dentro de casualidades poco probables que ocurren y que no menguan en nada la lectura de esta apasionante de la novela. Toda una joyita de este autor  mexicano del siglo XIX.

Homo Deus.  De Yuval Harari.

El autor desarrolla la idea de que las tres calamidades recurrentes de la humanidad, las pestes, las hambrunas y las guerras, no son hoy las principales amenazas que la humanidad enfrenta, por más que ninguna de ellas esté erradicada por completo. Y cita el caso de que, hoy, más gente muere por comer mucho que por padecer el hambre. Asimismo, tanto las guerras como las pestes están controladas, por más que ambas muestren su feo rostro de vez en cuando, suelen estar focalizadas y no se extienden como en el pasado.

Respecto al hambre, si bien todavía existen muchos congéneres que padecen desnutrición, ya las hambrunas generalizadas y la muerte por falta de alimentos, son un fenómeno, si no extinguido, al menos focalizado. 

En cuanto a las pestes, compara las que solían asolar a la humanidad con las nuevas que aparecen y vemos cómo, en pocos años, se pudo estudiar a fondo y controlar al SIDA mientras que, en épocas relativamente recientes, como la Edad Media, la viruela y la peste hacían estragos ante la mirada impotente de los médicos.

La guerra también está acotada, al menos en gran parte del planeta. Era una realidad presente en casi todo el devenir de nuestra historia. Hoy, la mayor riqueza de una nación no son los productos materiales sino el conocimiento. Aunque tuviese poder para ello, no se le ocurriría a China invadir California para apoderarse de Silicon Valey, como sí fue moneda corriente en tiempos pasados para apoderarse de minas o yacimientos. Esto y el enorme poder de los armamentos actuales ha contribuido a que más y más naciones no consideren la guerra como un recurso positivo.

Al desaparecer estas preocupaciones aparecen otras que son las que el autor desarrolla en esta notable obra.

Una de las preocupaciones es la de la lucha contra la muerte, Otra es el logro de la felicidad; al aumentar los logros materiales, aumentan las expectativas y por ello la felicidad suele ser inalcanzable. Todo un tema para la reflexión.

La magia de la vida. De Viviana Rivero. 

Otra vez esta autora me deleitó con una novela que se lee de punta a punta sin perder el interés. Si bien es una saga de la anterior, La dama de la noche (que ya comenté en junio de 2022 "Sigamos leyendo..."), se puede leer en forma independiente, aunque resulta mucho más jugosa si se leyó previamente la otra. Aquí también la acción transcurre entre Buenos Aires e Italia (Placencia, Florencia y Roma) y en épocas distintas (los ’60 del siglo XX y nuestro más cercano 2008) pero estos saltos están perfectamente marcados, por lo que el lector no puede confundirse ni desorientarse. Hay una «tentación de lo imposible»[1] en las inauditas coincidencias que concurren a unir historias que, en un principio, se muestran independientes. Pero para eso está la ficción, para que lo imposible sea posible. Ello, siempre y cuando el autor esté a la altura.

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[1] Esa «Tentación de lo imposible» está plagiada del título de un libro de Mario Vargas Llosa, a quien pido disculpas por ello.


viernes, 1 de septiembre de 2023

La pelea de fondo

Creo que la pelea de fondo es la de las ideas. La lucha en el terreno político, necesaria, es solo, por el momento, una pelea de relleno. Y digo esto porque, en el caso de que en las próximas elecciones para presidente ganara un liberal de pura cepa, debería enfrentar no solo a un Congreso en el que tendría mayorías opositoras, sino también a la idea de la ciudadanía, que se queja de los resultados, pero no de los métodos ni de los personajes que eligió a la hora de votar. Y los resultados, en lo inmediato, no serán los que espera la gente, por aquello de que «la medicina que cura, no suele tener buen sabor». Además, las enfermedades crónicas, como la nuestra, suelen requerir tratamientos prolongados antes de ver resultados.

Creo que la batalla fundamental es la de las ideas, porque suele suceder que opinemos que un marxista, comunista o socialista es una persona totalmente equivocada, pero no se me ocurriría pensar que es un perverso que solo quiere hundir en la pobreza a la mayoría, como ya ha ocurrido cuanta vez se han implementado regímenes de esta naturaleza. Todo lo contrario ocurre con esos pensadores de izquierda que solo piensan que, quienes abrazamos las ideas liberales, sí somos perversos, entregados a la lujuria del dinero, y que queremos ver a los pobres cada vez más explotados y, si fuese posible, esclavizados.

Por eso es fundamental que toda esta nueva generación de liberales que aparecen en los medios siga propagando la idea de la libertad como bien supremo y natural generador de bienestar y progreso; que se trate por todos los medios de llegar a los claustros académicos; de convencer a periodistas y formadores de opinión, pero sobre todo a una mayoría suficiente de la opinión pública. Pero en lo inmediato, en el terreno político, hay que ir con listas propias para legisladores. Para puestos ejecutivos, conformémonos, por ahora, con votar a quienes sean menos corruptos, aunque sus políticas no nos convenzan del todo. Porque, un probable fracaso de un gobierno liberal, tendría efectos terriblemente regresivos para la consolidación de la idea en la gente. Hoy, todavía muchos le achacan al «neoliberalismo» (aunque nadie sepa definir qué es) la terrible crisis de 2001 y no a la corrupta implementación de algunas políticas liberales.

Dogmatismo

Una vez instalada la idea de que tanto el Líder carismático de turno, como su cohorte de incondicionales funcionarios son héroes que luchan denodadamente contra las oscuras fuerzas del mal, nada ni nadie convence al rebaño de fanáticos de lo que realmente son, aún con las pruebas más evidentes. Como decía Albert Einstein: 

Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio. 

O bien: 

Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro sobre el universo.

Ante la corrupción rampante arguyen que son «operaciones de prensa». Sin embargo; ¿Es creíble que los millones que encontraron en la puerta del convento era lo único mal habido? ¿O era solo una mínima parte? ¿No alcanza con saber que el entonces Námber uán compró algunos millones de la verde moneda justo un día antes de que él mismo decidiera la devaluación de la nuestra? Parece que tampoco es suficiente la evidencia de que, secretarios, choferes y jardineros de los popes hayan acumulado enormes fortunas. Ni qué decir de la muerte de un fiscal o de un testigo comprometedor. 

Cuando uno piensa en esas enormes cantidades de dinero robado, no deja de asombrarse por cómo se puede tener tanto afán de acumulación. Y viene a la memoria una frase de Plutarco: 

La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia.

¿Hacen política para acumular dinero o hacen dinero acumular poder? Parece que el poder los erotiza más que el sexo.

Pero, dejemos de lado por un momento el tema de la corrupción que puede ser y es descreído por una parte de la sociedad.

Lo que no tiene discusión es el fracaso en materia económica, de educación y de seguridad entre otras. La sola existencia de tal cantidad de «planes sociales» es la demostración palmaria del fracaso de estas políticas. Planes estos que, luego de varias décadas, no han logrado sacar de la dependencia a millares de argentinos y que han servido solo para maquillar dicha pobreza. 

Y ante esa evidencia del fracaso que es innegable y sin fisuras, siguen negando y atribuyendo la presente catástrofe económica, social y educativa, entre otras, a aquellos oscuros factores de poder que, en su maldad, solo quieren vengarse de los héroes que tanto bregaron por el bienestar de los desposeídos. Todo lo atribuyen a conspiraciones de grandes malvados. Como decía Adolfo Bioy Casares:

 

El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez.


No es concebible, a poco que pensemos con cierta libertad de criterio, entender que toda la situación actual es culpa del breve interregno de solo cuatro años que vivimos en los últimos veinte. En efecto, los problemas que dejó sin resolver ese gobierno en cuatro años, ya existían cuando asumió, luego de doce años del gobierno que hoy padecemos. Pero esta evidencia no es obstáculo para que un número importante aún siga creyendo y votando a los mismos.

A esos mismos que se muestran terriblemente democráticos y respetuosos de la voluntad popular, solo cuando les son favorables los resultados de dicha voluntad. Cualquier crítica, por moderada que sea, es tildada de «destituyente». Pero no parecen tener ese estatus las amenazas explícitas de los ríos de sangre que correrían en caso de triunfar la oposición, las toneladas de piedras con que expresan su desacuerdo con alguna política, las amenazas de paros generalizados de «cuarenta gremios» o las reiteradas manifestaciones de conspicuos funcionarios declamando que para sí la exclusividad de las buenas intenciones y el espíritu patriótico, mientras que tildan a la oposición como la encarnación de la antipatria.

Por todo ello es que creo que nos esperan tiempos difíciles, cualquiera sea el resultado de la próxima elección.


Los años 70

Los montoneros y otras agrupaciones terroristas nunca tuvieron vocación democrática ni estuvo en sus planes el cuidado de la república. Por ...