jueves, 18 de agosto de 2022

¿En que momento se jodió el país?

La frase que, referida al Perú, obsesivamente bulle en la cabeza de Zabalita, el personaje de Mario Vargas Llosa en “Conversación en La Catedral”, suele rondar muchas cabezas en nuestro país.

Estarán quienes suponen que nuestra decadencia comenzó con el golpe de 1930, otros que en el del 43. También están los que afirman que en el 55, o en el 66 o en el 76 o en… 

No faltan quienes atribuyen todos nuestros males al peronismo, otros al liberalismo, al imperialismo al capitalismo, a la CIA, al Consenso de Washington, etc. 

Pero, teniendo más razón unos u otros, lo concreto es que estamos en un país que retrocede hace mucho tiempo, más allá de cuestiones puntuales. 

A riesgo de resultar sacrílego para una mayoría biempensante, yo creo que todo comenzó a desbarrancarse a partir de la Ley Sáenz Peña. Esta afirmación sé que me costará ser relegado al averno más espantoso, pero trataré de analizar algunas cuestiones.

No caben dudas de que la afamada ley trajo legitimidad a los (pocos) gobiernos que surgieron a su amparo. Legitimidad de origen no garantiza calidad de gestión, desde luego.

¿Por qué creo que allí comenzó nuestra decadencia? Pues porque el odiado “Régimen falaz y descreído” de los conservadores –que, a la postre no eran para nada conservadores sino verdaderamente transformadores– tenía un proyecto de país que, son sus más y sus menos, produjo un verdadero milagro en pocas décadas; en efecto, desde la caída de Rosas –ese sí que era un verdadero conservador– hasta la asunción de Yrigoyen, la transformación de nuestro país fue asombrosa y vertiginosa. 

De ser una sociedad poco menos que pastoril que se movilizaba en carreta, aquellos supuestamente conservadores nos llevaron a ser un país, que no solo incorporó ferrocarriles, teléfonos, subterráneos, todas cuestiones que inevitablemente se abrían paso en esas décadas en el mundo, sino que erradicó el analfabetismo antes que la mayoría de los países del mundo. En aquellos años de principios del siglo XX, el PBI de argentina era casi igual al de toda América Latina, incluido Brasil. Además, el PBI/h de nuestro país ya era superior a los de Francia, Italia y Japón, para mencionar solo algunos (García Hamilton Por qué crecen los países).

De aquella época de gloria nos queda poca cosa; podemos decir que gracias a la notable inversión en infraestructura, todavía tenemos aguas corrientes que son potables (cosa que pocos países fuera del primer mundo pueden mostrar); tuvimos una red de subterráneos casi medio siglo antes que otros países latinoamericanos y algunas que otras cosa más que atestiguan un pasado del que podemos estar orgullosos.

¿Qué proyecto de país vimos luego de 1916? Ya en épocas de Yrigoyen, pretendiendo “la igualdad”, “el socorro a los más necesitados” se asestó un golpe a los principios liberales que tanto progreso nos habían traído: se inauguró la figura del empleado público sin tareas específicas (ñoquis, que le dicen) y congelaron los alquileres, cosa en la que Perón no fue obviamente precursor.

Yendo a épocas más recientes, veamos algunos datos de nuestra decadencia:

Nuestro PBI/h en 1970 era superior a los de: España, Irlanda, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Chile. En 2001 (antes de la debacle, porque después es para llorar), España nos duplicaba, Irlanda nos triplicaba al igual que Hong Kong, Corea del Sur nos superaba en un 20% y Taiwán un 50%. Si hablamos de 2003, Chile también nos supera, y con los otros mejor no comparar. 

No es suficiente, por lo visto, con tener una constitución con sólidos principios que garanticen el progreso y la prosperidad de los pueblos si no va acompañada por ideas generalizadas en sentido parecido. Vemos que, con suma frecuencia, asistimos pasivamente al atropello de la constitución y no me refiero solamente a los golpes de estado tan frecuentes, sino a tantas leyes absurdas, verdaderas creadoras de miseria, que contravienen abiertamente esos principios sabiamente redactados en nuestra Constitución. Mientras no cambien las ideas dominantes en nuestra sociedad, no esperemos al líder providencial que nos saque del atraso.

¿Seguiremos pensando que la culpa de nuestros males es del imperialismo? Si así fuese; ¿por qué a nosotros sí y a los demás no?

jueves, 4 de agosto de 2022

Sonidos

Ficción por Marta Tomihisa

Acurrucado con las manos atadas hacia delante, había encontrado este pedazo de viga con clavos y astillas que le lastimaban las manos.

Con esto golpeaba, desesperadamente, la puerta cerrada por el hombre que lo había dejado allí, maniatado e indefenso… 

Se sentía como una mosca sujeta a la tela de una araña, la cual, habiendo atrapado a su presa, aún tarda en comérsela…

Hacía mucho frío, el lugar era enorme y lo sabía por el eco que producían todos los sonidos. Además, cuando se quedaba quieto oía el tráfico de la calle, los murmullos lejanos de la gente, incluso hacía un rato había escuchado la sirena de una ambulancia luego de una persecución policial, lo que avivó su deseo de ser rescatado del cautiverio.

El arranque de un ciclomotor lo paralizó, ¿sería algún vecino o su secuestrador…?

El apacible sonido de las campanas de una iglesia, lo motivó a seguir apaleando la puerta. La esperanza lo animó, aunque sintió angustia y bronca, decidió que saldría de alguna manera de este encierro…

¿Cuánto tiempo había pasado, desde que lo trajeron aquí?

No podía precisarlo.

Iba hacia atrás en sus recuerdos, se veía subiendo al auto de alta gama (propiedad de su jefe) luego de saludar al portero del edificio en el que trabajaba. Recordaba que previamente, había estado un buen rato ordenando los papeles de su escritorio para la actividad del día siguiente.

Debido a esto, fue el último en salir y comprobar que ya estaba oscureciendo. Hizo el recorrido habitual y al tomar el desvío, ese corto trayecto casi paralelo a la ruta algo lo impulsó a observar por el espejo y ver las luces de ese otro auto, que lo seguía demasiado cerca…

Después, todo pasó tan vertiginosamente…

Lo obligaron a detenerse, forzándolo a ubicarse en la intersección de una ruta, luego a meterse en el baúl de otro auto en el que había unas lonas tiradas y unos diarios viejos.

Cuando el vehículo estacionó finalmente, alguien levantó la tapa, se acercó a mirarlo y dijo:

–¿Y este boludo, quién es?

Después, lo habían dejado aquí…

Por suerte, a pesar de la tremenda situación, no entró en pánico, pero un escalofrío intenso, le recorrió todo el cuerpo. Además, estaba absolutamente convencido de que se trataba de un error.

¿A quién le podría interesar secuestrar a un empleado de oficina, que apenas podía mantenerse? Seguramente lo habrían confundido con otra persona…

Mordió con fuerza la cuerda que ataba sus muñecas, finalmente la desató.

Con las manos libres ahora, siguió golpeando con todas sus energías.

De pronto, la cerradura oxidada cedió y la puerta se entreabrió levemente.

De un salto, se incorporó... 

En ese momento, se dio cuenta de que le habían sacado los zapatos, pero al menos tenía puestas las medias, metió las manos en los bolsillos y descubrió que estaban vacíos. Sin pensar demasiado, avanzó por un gran galpón en donde había trastos viejos tirados por cualquier lado. Podía divisar los objetos, porque el vidrio de casi todas las ventanas estaba roto y había que caminar con cautela para no lastimarse. Por suerte, entraba la luz de la calle.

Fue hacia la única puerta que había, tenía el picaporte roto y se abrió sin problemas.

Ya en el exterior, la tormenta irrumpió tan imprevistamente que se sobresaltó, parado y descalzo, en medio de una orquesta de relámpagos y truenos…

Divisó una escalera casi pegada a la pared, que descendía a un patio interior cubierto de maleza crecida. 

Sintió que algunos pastos húmedos, le atravesaban las medias y se hundían en su carne, pero ni siquiera se quejó de la emoción que sentía al comprobar que estaba huyendo, hacia su liberación…

A la derecha, el alambre que separaba este inmueble de la casa vecina, estaba roto y caído hacia un lado. De un salto, lo sorteó y avanzó por allí, lo más rápido que pudo hasta llegar al cerco lindero y luego hasta el siguiente, trepando con mucha ansiedad, otro y otro más…

A esa hora del atardecer los patios de las viviendas estaban desiertos, el frío y la lluvia hacían que la gente permaneciera en el interior de sus casas.

De pronto escuchó voces, un murmullo casi armónico semejante a un cántico. Esta propiedad era la más grande y sólida de todas, decidió hacer una inspección ocular. Temblaba de emoción mientras avanzaba con mucha prisa y sigilo, empapado por la lluvia…

Recorrió un pasillo interminable hasta una puerta de madera, un cartel clavado sobre ella, decía:

Secretaría parroquial: 9 a 12hs

¿Un templo…?

Con sigilo, entró por un pasillo en penumbras, hasta llegar al recinto…

Caminó por el costado del altar, el sacerdote lo observó sorprendido pero divertido ante la inesperada presencia de ese hombre apurado y descalzo, caminando hacia él…

La voz apacible del cura, celebraba la misa hablando del regreso del hijo pródigo, repetía pausadamente las palabras del sermón:


“Hijo mío, ya has vuelto a casa…”

jueves, 28 de julio de 2022

Misceláneas (otra vez)

 Valores que se contraponen

* Libertad Vs. Igualdad

** Estatismo Vs. Mercado (o actividad privada)

* La libertad genera, necesariamente, desigualdad. No es malo que así sea ya que somos desiguales en inteligencia, en gustos, en espiritualidad, en capacidad de esfuerzo y perseverancia. Por ello los resultados, habiendo libertad, son siempre desiguales. Y cuando digo que no es mala la desigualdad es porque, la pretendida igualdad, solo se logra suprimiendo la libertad. Y si la pretendemos imponer, es más fácil igualar para abajo que para arriba. Si hablamos de música ¿lograríamos imponer una igualdad que nos hiciera a todos Mozart  o más bien seríamos todos L Gante? 

** Muchos de los que hablan del “fracaso” del capitalismo privatista, no se ponen a analizar los rotundos y reiterados fracasos del estatismo.

Miran a la actividad privada con recelo, dando por sentado que solo traerá más pobreza y más desigualdad. 

Al tiempo que proponen más estatismo, suelen descreer absolutamente de los políticos, pensando que son todos corruptos. Parece que no se pusieron a analizar que, siendo los políticos corruptos, es un despropósito encargarles las múltiples funciones que ellos mismos pretenden que desarrolle el estado. 

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Soy lo que soy, no tengo que dar excusas por ello”. Adhiero a la frase de esa canción.

Pero una cosa es no dar excusas y otra muy distinta es sentirse orgulloso por lo que nos fue dado y no por un logro obtenido con esfuerzo o méritos.

Yo también soy lo que soy y si me tengo que sentir orgulloso de algo es de lo que hice o de lo que dejé de hacer, pero no de lo que soy y que me tocó ser sin esfuerzo.

¿Sería sensato decir que estoy orgulloso de tener la altura que tengo? ¿Puedo sentir orgullo por tener el pelo castaño, enrulado y poco?

Además, si yo dijera que siento orgullo de ser varón, sospecho que muchos me tildarían de machista, facho, de andar pregonando que lo femenino es un desvalor y quien sabe de cuántas cosas más. Lo que no suele ocurrir si alguien se proclama orgulloso de ser mujer o bien de ser homosexual.

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El tema del cupo femenino es una sinrazón por donde se lo mire. Si yo mañana formo un partido político que adhiera a mis ideas, sospecho que sería muy minoritario, cosa que no me preocupa demasiado. Pero supongamos que apenas junto la cantidad necesaria de adhesiones para lograr inscribirlo. Y si justamente no hay suficientes mujeres entre esos partidarios, ¿no podré entonces presentar listas? ¿No es discriminatorio? 

Pero, si insisten en el cupo; ¿por qué no piden cupo femenino para trabajar de albañiles, peones que cavan zanjas o mecánicos de autos? ¿Se conseguirían suficientes mujeres para manejar el 50% de los colectivos? 

Con igual criterio, creo que deberíamos los varones exigir cupo masculino en manicuría, o servicio doméstico…

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Los padres permisivos son aquellos que tienen el “sí” fácil. Con la lógica de que es menos conflictivo aceptar que denegar, aún en aquellos casos en los que el sentido común claramente indica que la respuesta debería ser “NO”.

Luego, al correr de los años, al niño, ya adolescente o aún adulto, la vida se encargará de decirle NO, cada vez que haga falta. 

Los padres permisivos, cuando llega ese momento, se preguntan: «¿Por qué estará tan rebelde, tan intratable? ¿Qué le hemos hecho para que nos trate así? ¿Qué le faltó?» Y no atinan con la respuesta obvia: Les faltó el “NO” oportuno. Pero ahora ya es tarde. 

Hoy, la autoridad paterna está en entredicho, así como la autoridad del maestro y ni hablar de la del policía. Todo lo que huela a autoridad, es sospechoso de represivo, facismo o simplemente “derecha”, aunque nunca se aclare muy bien qué es la derecha.

Y debemos tener muy claro que la palabra "autoridad" tiene dos acepciones, según se define en nuestro idioma. Una es la del poder real, constituido, de quien ejerce el mando y la fuerza, otra cosa es la autoridad que da el prestigio de alguien que se lo ganó por su sapiencia o destreza en alguna actividad.

Veo que ambas autoridades están en entredicho en estas épocas para nuestro mal. 

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Nacionalismo

Una cosa es el amor a la Patria, el apego a la tierra donde nos criamos, con sus costumbres, sus particularidades idiomáticas, su gastronomía, su particular modo de usar el lenguaje y todo lo que hace a la cultura local, y otra muy distinta es pensar que, por ser de una nacionalidad en particular o por haber nacido de “este lado” de una frontera, se tiene algún tipo de preeminencia moral, racial o cultural sobre el resto.

Mientras no erradiquemos la bestia nacionalista que solemos llevar a cuestas, siempre habrá un Hitler, un Mussolini, un Stalin o un Perón esperándonos a la vuelta de cualquier esquina.

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La grieta

Nos asombramos de la famosa grieta cuando no debería llamarnos la atención, ya que está con nosotros desde nuestros orígenes.

No es nueva. Moreno y Saavedra, unitarios y federales, civilización y barbarie, liberalismo y nacionalismo, La Causa y el Régimen, radicales y conservadores, peronistas y gorilas, suversivos y militares, porteños y provincianos, oligarquías y proletariado, criollos y europeos, cabecitas negras y “gente bien”, etc. 

La constante de nuestra historia es que, a su turno, todos o casi todos, pretendieron hacer el país con exclusión de la otra facción. Y exclusión pudo ser aniquilación lisa y llana, proscripción, censura o exilio.

¿Llegará la hora en que alguien gobierne sin pretender excluir a “los otros”? 

¿Veremos el amanecer en no se intente vencer sino convencer? 

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El arancelamiento universitario

Hace unos años recibí un mensaje de un joven que, siendo estudiante universitario y soportando una huelga que no le permitía asistir a clases, clamaba contra el «desfinanciamiento sistemático» que ponía la educación de miles de estudiantes en peligro. Y exponía consignas del tipo «Defendamos nuestras universidades, la educación no es un privilegio ni un negocio, es un derecho. Defendamos la educación pública y gratuita. Más presupuesto para las universidades públicas».

Enternece la preocupación del joven por la educación que es nuestro futuro. Lo que no explica es de dónde saldrá el mayor presupuesto en un país que no tiene presupuesto para nada. ¿Lo sacaríamos de la educación, o de la salud? ¿De la seguridad o de la defensa? Tal vez sería aumentando los impuestos. La consigna parece ser: Que haya mayor presupuesto sí, pero que lo paguemos todos (o, dicho de otra manera: «A mí no me cobren»).

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La medicina que cura

Las medicinas que curan de verdad no suelen tener buen sabor. Ante los problemas que, inevitablemente afronta una sociedad, hay que tomar medidas que no suelen ser gratas. Los ajustes vienen luego de que se desajustó, pero nadie se queja del que desajusta, porque se está en medio de la fiesta. Cuando hay que poner las cosas en su lugar, quien lo hace no es bien visto. Como dijo un expresidente nuestro: «Si hubiese dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie». 

Cito una frase de Lanata: «Creo que el problema de la Argentina es preguntarnos si seremos capaces de trabajar por un resultado que no vamos a ver».

O lo dicho por Espert (no es textual): En el caso de la obesidad o de la drogadicción, el sacrificio que conlleva salir de esa condición es alto, pero lo debemos comparar con el precio de no hacerlo.

Nada que agregar.











domingo, 24 de julio de 2022

Festejo compartido


Ficción por Marta Tomihisa

Las brasas ardían invadiendo con chispas y calor este lado de la estancia sobre el que descendía inevitablemente la noche.

Eulogio avivó el fuego; en la parrilla un suculento asado esparcía su aroma tentador. Se quedó mirando las estrellas, pero las risas y la música que venían de la casa lo llamaron a la realidad. El patrón había pedido que la carne estuviera en su punto justo, a las diez de la noche.

¡Y pensar que hoy también cumplía diez años, su único hijo varón! 

Pero él debía estar aquí, sometido a los antojos de don Camilo que también festejaba su cumpleaños.

Tenía tantas ganas de irse y dejar todo en banda, pero…

Los parientes fueron los primeros en llegar, junto al médico del pueblo, amigo personal del dueño de casa. La mesa ya había sido preparada por la sirvienta y su hijo Pancho, quien oficiaba de mandadero y otras yerbas.

Se encaminó para la cocina con la intención de tomarse un trago, con todo este trajín nadie lo iba a controlar y un par de copas no le vendrían mal. 

Apenas lo vio, la sirvienta le encomendó:

–Eulogio andá al sótano y traeme unas cuantas botellas de vino, yo todavía no tuve tiempo y ya llegaron los invitados, el Pancho te puede ayudar. 


Bajaron los dos y, mientras él buscaba lo que le habían encomendado, el muchacho se puso a curiosear. Aquí, en el sótano, había tantas cosas…

En una alacena sobre un estante alto, se destacaban varias damajuanas con un líquido de color oscuro y una etiqueta con una calavera, ordenadas en fila.

–¿Y esto, qué es?– preguntó el chico.

–No, eso no se toca, eso es veneno para los yuyos…–respondió Eulogio.

Pancho sonrió, aunque no había nada divertido en la situación.

–Vea don Eulogio… ¿Y si les servimos esto?

Sin esperar respuesta, el muchacho se rio con ganas de su propio chiste.

Eulogio lo miró y, en absoluto silencio, cargó las bebidas que le habían encomendado…


El festejo estaba en su apogeo, la música proveniente del gran salón comedor ya invadía toda la estancia. Los invitados hablaban y reían, en el desorden propio de la algarabía de muchas personas juntas, con algunos tragos de más.

Don Camilo sonriente, se paró y propuso un brindis levantando su copa, aunque ya había bebido un generoso sorbo del espumoso vino.

De pronto se encorvó, llevó sus manos al pecho y cayó de bruces sobre la mesa…

La esposa desencajada, gritó:

–¡Un infarto!

El médico de la familia, demasiado entonado y compungido firmó enseguida el certificado de defunción… 


Al final, la fiesta se terminó temprano…

domingo, 17 de julio de 2022

Neoliberalismo

En la Argentina hubo en los 90 lo que se dio en llamar el «neoliberalismo». Atacado desde las alturas del pensamiento progre, se le achaca estar asociado con los centros imperiales del mundo y, por tanto, se lo culpa de todos nuestros males. Por ejemplo, que se procedió a liquidar en forma irresponsable las llamadas «joyas de la abuela», como YPF, los ferrocarriles, la generación y distribución de la energía eléctrica, los teléfonos, etc.

También se lo acusa de crear un estado que no se responsabiliza por la falta de acceso de grandes sectores de la población a los bienes materiales mínimos para una existencia digna.

Lo que no dicen los teóricos de estas críticas al proceso de los 90 es que el estado de nuestras empresas públicas, a fines de los 80, era tan calamitoso, que cualquier camino alternativo que se tomase era mejor que persistir en tamaña locura. Los cortes de luz eran cotidianos y los había programados y sorpresivos; se tardaba menos en viajar desde Escobar a Buenos Aires que en conseguir una llamada telefónica; de los ferrocarriles, poco para decir, con la inconsistencia de sus horarios y el calamitoso estado de vías y material rodante.

De la inflación, ni hablar: los más jóvenes no tienen una idea de lo que era vivir inmersos en el marasmo de las «hiper».

Tampoco parecen tener en cuenta los críticos acérrimos de aquella década que todos esos millones de desposeídos, a los que el neoliberalismo dicen no atender, ya existían antes y tampoco eran atendidos por los gobiernos de entonces, y por los que lo continuaron, todos ellos con la característica de ser estatistas por convicción. Y hoy, luego de tantos años de gobierno Nac&pop, no desaparecieron los cartoneros, las villas de emergencia y la inseguridad que «se combate con inclusión social». Y en esto, no parecen diferenciarse mucho los gobiernos de facto de los democráticos. ¿Manejaron mejor la economía los gobiernos de Alfonsín, el de Isabel o los más recientes, que las numerosas dictaduras militares? Cada uno sacará sus conclusiones.

Puede decirse, y tal vez con razón, que fue muy alto el precio pagado por la mejora en el suministro eléctrico, en el servicio telefónico y en los ferrocarriles (al menos en los que sobrevivieron) de aquella demonizada década. 

Y ese alto precio fue debido, sobre todo, a la enorme frivolidad y corrupción con que se hicieron todas las privatizaciones y demás políticas de aquel gobierno. Esta corrupción generalizada (de la que no solo no nos hemos desembarazado, sino que supimos corregirla y aumentarla), es la gran responsable del fracaso de finales de la década mucho más que las políticas «neoliberales». El daño fue doble, porque no solo condujeron a un endeudamiento que se hizo insoportable, sino que desprestigiaron a unas políticas que, bien ejecutadas, hubiesen sido por demás provechosas. Estos «neoprogresistas» de hoy, no critican a regímenes como los de Angola, Mozambique o Tanzania (para no hablar de otros más cercanos, en nuestro propio continente), por ser todos ellos de izquierda socialista y, por tanto incriticables, aún cuando sus poblaciones se debaten en la más espantosa de las miserias que, en muchos casos, llegan a límites más infrahumanos que los que dejó el colonialismo en su retirada. Y de la violencia y persecuciones que esos gobiernos ejercen, tampoco se habla.

Hoy, que hemos gozado de las delicias de más de una década de gobierno nac&pop (con la interrupción, es cierto del gobierno del «Gato») hemos vuelto a la inflación –que no sabemos aún a dónde nos llevará merced a su creciente virulencia–; al mercado negro de divisas; los ferrocarriles mejoraron solo en el conurbano, donde están los votos, pero el interior profundo al que tanto dicen defender, siguen sin ese servicio mucho más «Nac&pop» que los aviones que tanto gustan gerenciar y tanto nos cuestan aún a quienes no viajamos; hemos perdido el autoabastecimiento energético (los cortes de luz no fueron muy frecuentes debido a las benignas temperaturas del reciente verano); la inseguridad crece, pese a que nos prometieron controlarla con la mayor inclusión social que el modelo lograría. La falta de inversión y de políticas serias al respecto nos han llevado a tener que importar, por montos millonarios, la energía que podríamos exportar. El supuesto bienestar y la supuesta mejora dibujada en los índices de pobreza, solo es un barniz que se sustenta con subsidios al no trabajo, al embarazo, al aborto, a la luz, al gas, al transporte, etc.

Pero, debemos admitir, no todo fue tan malo: también tuvimos el tan necesario Fútbol para todos, la altísima calidad del adoctrinamiento en la escuela pública y las frecuentes cadenas nacionales que nos alertaban acerca de las temibles consecuencias de las políticas neoliberales

Como dice la zamba: ¿Dónde iremos a parar si se acaban los subsidios?


lunes, 11 de julio de 2022

Misceláneas

 Dijo Guillermo Jaim Echeverry 

La tragedia educativa

Hoy se piensa que niños y jóvenes son las víctimas inocentes de un sistema que los oprime. En el fondo, se considera que la escuela –entendiendo por tal a las instituciones educativas de todo nivel– plantea demandas exageradas para ceder el bien que los niños y sus familias anhelan: la certificación de haber pasado por ella. En esa concepción se sustenta la actual lucha contra la institución escolar que hace trizas al pacto fundacional de la educación, que supone la alianza de padres con maestros para educar a los chicos. Hoy, en general, los padres están unidos a sus hijos para oponerse a lo que consideran pretensiones exageradas por parte de la escuela. Eso explica el apoyo a las medidas que "flexibilizan" exigencias, concebidas como inmerecidos castigos.

En la base de este comportamiento subyace el horror contemporáneo al esfuerzo, en este caso el que supone aprender. Como lo puede atestiguar cualquier persona que haya aprendido algo, para hacerlo debió realizar un esfuerzo personal. Interesados por los docentes, apoyados por sus padres, los niños deben encarar ese esfuerzo para aprender, aunque más no sea prestando su atención, hoy tan dispersa. La tendencia general, en cambio, es considerar a la escuela como un ámbito al que se concurre para pasarla razonablemente bien, entretenerse, no molestar y no ser molestado.

Fragmento de la nota de La Nación que se titula “Los chicos tienen derecho a ser exigidos”. 

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Dijo Mario Vargas Llosa

«La universidad ha abdicado de su obligación de defender la cultura contra las imposturas. Cierto, sus departamentos técnicos y científicos siguen formando buenos especialistas, profesionales eficientes, aunque ciegos para todo lo que está más allá de los confines de su cubículo de saber. Pero las humanidades han caído en manos de falsarios y sofistas de todo pelaje, que hacen pasar por conocimiento lo que es ideología y por modernidad al esnobismo intelectual [...]». 

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“No criminalizar la protesta social”.

Yo digo: 

Mentes esclarecidas y llenas de sanos sentimientos de igualdad e inclusión se regocijan, hace ya algo así como dos décadas, por la revolucionaria actitud de aplaudir piquetes, cortes de rutas y puentes internacionales como verdaderas conquistas revolucionarias.  

Por su parte, algunos de quienes no comulgan con estas ideas, están pidiendo precisamente lo contrario, que terminen con piquetes y protestas a palos, patadas, gases, cachiporras, balas de goma y también de plomo. 

Parece que las soluciones racionales, justas, legales y sensatas, no entran en la mentalidad de muchos argentinos; parece que el término medio no existe, solo los extremos. Así nos fue en un pasado no tan lejano.

Más allá del manejo razonable de los piquetes que abundan, lo que debemos esperar de un gobierno es que cree las condiciones para que esa gran conflictividad social se reduzca drásticamente. Desde luego que, las soluciones de fondo, nunca se logran sin una cuota de esfuerzo y tiempo.

Parece que nunca se detuvieron a pensar cómo fue posible que con tanta “redistribución del ingreso” y, “matriz productiva con inclusión”, siguió existiendo tanta conflictividad social. Y pobreza creciente.

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Y sigo diciendo:

No es malo ser progre, mientras se actúe como tal y no se descalifique a quienes no se autodefinen así. No es malo ser Nac & Pop; lo malo es creerse dueños exclusivos (¿monopólicos?) de la sensibilidad social y acusar de cipayos y vendepatrias a quienes no comparten sus ideas. Está bueno ser de izquierda; no está bueno pensar que quienes no lo son quieren ver a los pobres cada vez más pobres y sumergidos.

No es bueno criticar la corrupción de los conservadores o de los liberales y tolerar, como si nada, la de los que se dicen progres con el infantil argumento de que “no hay que hacerle el juego a la derecha”.

No hay modelo (ni liberal ni progre) que pueda dar frutos provechosos (para el conjunto) con niveles tan altos de corrupción. Las pruebas están a la vista.

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Otra de Mario Vargas Llosa.

Lo importante es ser conscientes de que la vieja idea-fuerza, que en los años 60 y 70 movilizó a tantos jóvenes, que la justicia social está en los fusiles y las pistolas, es ahora letra definitivamente muerta. Quienes murieron fascinados por esa ilusión mesiánica no contribuyeron un ápice a disminuir la pobreza y las desigualdades y sólo sirvieron de pretexto para que se entronizaran atroces dictaduras militares, murieran millares de inocentes y se retrasara todavía más la lucha contra el subdesarrollo.

En América latina ha ido renaciendo, en medio de ese aquelarre de revoluciones y contrarrevoluciones, la idea de que, a fin de cuentas, la democracia es el único sistema que trae progreso de verdad, ataja la violencia y crea unas condiciones de coexistencia pacífica que permiten ir dando solución a los problemas. Es menos vistoso y espectacular de lo que quisieran los impacientes justicieros, pero, juzgando con los pies bien asentados sobre la tierra, ¿cuáles son los modelos revolucionarios exitosos? ¿La trágica y letárgica Cuba, de la que millones de cubanos siguen tratando de escapar, cueste lo que les cueste? ¿La destrozada Venezuela, que se muere literalmente de hambre, sin medicinas, sin trabajo, sin luz, sin esperanzas, secuestrada por una pequeña pandilla de demagogos y narcotraficantes?

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Y sigo yo (¡otra vez!)

Condolerse por las víctimas del Terrorismo de Estado es una obligación de cualquier persona de bien. Tener ese tipo de opiniones no equivale a que uno tenga que apoyar o estar de acuerdo con lo actuado por los grupos terroristas ni viceversa, si uno condena a estos muchachos idealistas de la “juventud maravillosa” que asesinaron y mataron sin misericordia a muchos compatriotas que, en muchas oportunidades, ni siquiera eran sus objetivos, no quiere decir que uno avale lo actuado por la dictadura.

Veo con lastimosa frecuencia que, quienes pretenden reivindicar a unos muertos, terminan justificando los victimarios del otro bando. La diferencia entre unos y otros fue cuantitativa; unos lograron más poder y por tanto mataron más gente. Pero ninguno de los bandos en pugna pretendía llegar al poder legalmente mediante elecciones libres convenciendo al electorado con argumentos.

Por eso, la memoria de hoy, deber ser muy amplia y condenar para siempre la violencia de cualquier signo. Condenar asimismo a cualquiera que, amparado en unas supuestas buenas intenciones o en las también supuestas malas del adversario, pretendan tomar el poder por la elocuencia de las armas o del apriete descarado. 

No podemos matar al asesino, ni torturar al torturador ni violar al violador sin convertirnos en lo mismo que queremos condenar. 





viernes, 1 de julio de 2022

El bombo (relato por Marta Tomihisa)


Por la ventanita rectangular de la cocina llegaba el monótono golpeteo del bombo, pero siempre había un instante en el que se detenía para volver a empezar con más fuerza. Como si el ejecutor del golpe se tomara ese respiro para repetirlo con más ímpetu, incansablemente…

Pero… ¿Tan pronto practicaba la murga…?

Desde hacía un par de años vivíamos en este barrio, San Rafael, a pocas cuadras de la avenida Sobremonte, frente a la villa miseria.

Nos habían prestado este departamento (¡a estrenar!) en esta precariedad y nosotros, jóvenes y audaces, nos animamos a convivir esta experiencia sin igual. Era la década de los ’70, la noche era tibia y primaveral, con perros ladrando en el baldío y gente caminando apurada por la vereda angosta que se acababa abruptamente al llegar al asentamiento.

Salí a comprar una lata de tomates en lo de Etelvina, porque tenía unos fideos esperando en mi mesada y esa sería nuestra cena; mi marido no había llegado todavía…

La casilla-almacén de Etelvina no tenía horario, ni feriados, a toda hora de cualquier día del año, estaba siempre abierto y atestado de gente.

No creo que ningún buen supermercado de barrio, pudiera igualar a esta generosa despensa en medio de tanta miseria.

Colmada de víveres que no habían sido ordenados, desparramados en los precarios estantes de madera contra la pared de chapa, que se curvaban soportando empecinados el exceso de peso. Detrás del mostrador, impasible y callada, la frágil y diligente, Etelvina, alerta a la necesidad de sus clientes y hallando lo que pedían en rincones en donde a nadie se le ocurriría buscar. La observé desde un rincón estrecho junto a la entrada, con ánimo de pedirle que se apurara, pero ella nunca nos miraba, porque a pesar de estar atenta siempre parecía estar lejos…

Con el mismo pañuelo floreado sosteniendo su cabello desteñido, las manos huesudas metidas en el delantal y ese bolsillón en donde guardaba el cambio y daba los vueltos con una precisión matemática.

¿Qué edad tenía esta mujer? ¿Cuándo descansaba, cuándo se tomaba un respiro…? 

Nunca lo iba a saber, era imposible descubrir estas cuestiones en ese rostro inexpresivo, en esa mirada ausente surcada de arrugas con la palidez del encierro voluntario al que se sometía todos los días de su vida…

Finalmente salí de allí con mi lata, me encaminé a mi departamento por un sendero, atravesando el asentamiento. Ahí me encontré con los chicos del bombo, parados sobre la tierra seca al lado de la casilla, en donde alguien cocinaba un guiso poderoso porque los olores eran intensos y las moscas se arremolinaban en la entrada de la vivienda. Eran dos los que tocaban y se turnaban, mientras los otros alentaban.

Nadie imagina que un sonido tan contundente viene de semejante precariedad, lo relaciona con algún ejecutor poderoso que proviene de otra dimensión. Sin embargo, eran solo estos muchachos con las caras sudadas y las zapatillas agujereadas; ya los conocía del barrio. Eran los mismos que integraban la murga, solo que ahora no estaban disfrazados y le pegaban al bombo con mucha energía, con un pedazo de manguera repitiendo el compás con una tenacidad admirable.

–¿Qué hacen chicos? ¿Ya se preparan para el carnaval?

–No doña, hoy es el día de la lealtá….pero el viejo se murió, por eso nos quedamos acá…

En ese instante recordé que en la oficina, había escrito “17 de octubre de 1975” …

Claro que el “líder” se les había muerto y no había otro convocante más exitoso, que ese inventor del monólogo multitudinario, el que había alentado desde un balcón a tantos marginados para convertirlos en “compañeros”.

Al darles ese nombre, les había concedido la gracia de abandonar el anonimato, para ser algo más que un punto entre la multitud de la plaza de Mayo…

Realmente, había sido muy canchero el general y su dialéctica sensiblera, pero algunos díscolos lo habían hecho enojar y en su vejez con sus achaques a cuestas, no se lo pudo bancar y se murió nomás…

Y aquí estaban estos chicos, tocando furiosamente el bombo para atenuar su ausencia, para provocar el retorno utópico del caudillo “compañero” …

Los perros le ladraban a la gente que pasaba, pero luego volvían a echarse junto a los pibes, siempre fieles a sus dueños y alertas a cualquier movimiento, porque esto se prolongaba y aquí en la villa, lo único que les quedaba era esperar… 

Reflexiones preelectorales

Esto lo dije hace unos años, pero, con algunas modificaciones, viene bien a cuento ahora. Ya sé que copiar es plagio, pero no creo que yo mi...