viernes, 27 de octubre de 2017

Otra vez la lectura

Cuando uno lee un buen libro, ya sea de ficción, ensayo o divulgación, se transporta a un estado de exaltación tal que desea compartirlo o comentarlo con todo el mundo, si fuese posible.
Una buena ficción nos puede llevar a los meandros del alma de Raskolnikov o a recorrer las cloacas de París de la mano de Jean Valjean; asimismo un buen ensayo nos revela pensamientos de grandes hombres que mi pedestre percepción  del mundo no imaginó o sí lo hizo pero no contaba con elementos que lo confirmaran. Si de divulgación se trata, podemos adentrarnos en el microcosmos del átomo con tanta facilidad como en las vastedades del universo. Desde luego que el cine, la TV y aún la radio, también son capaces de transportarnos a cualquiera de esos mundos.
Estaba preparando uno de mis comentaios acerca de libros leídos y, al llegar a De animales a dioses, de Yuval Noah Harari vi que me extendía demasiado, por lo que decidí dedicarle una entrada completa.
Se trata de una fantástica recorrida por la evolución humana. No muchos detalles de la biología de la evolución, sino que se detiene en la evolución cultural y termina haciendo conjeturas sobre el futuro de la especie que, a esta altura del desarrollo tecnológico, está íntimamente relacionado con el futuro de la vida toda.
Lo novedoso, para mí al menos, es que habla de una Revolución cognitiva, previa a la Revolución agrícola. Desarrolla la idea de que el Homo sapiens, desde su completo desarrollo físico, tardó algunos milenios en lograr un grado de conocimientos suficientes como para hacer valer su superior cerebro. Por eso dice que, al menos en un principio, tal desarrollo no supuso una gran ventaja –en términos de éxito de la especie– porque le costó muchos milenios hasta poder realmente conquistar todo el mundo. Milenios en los que tuvo que hacer un acopio lento y minucioso de conocimientos. Si ese desarrollo cerebral fuese inmediatamente una gran ventaja, «¿por qué los felinos no desarrollaron un gato capaz de hacer cálculos?». Compara ese desarrollo en detrimento de la potencia física y del desarrollo de uñas, dientes o cuernos poderosos, con un país que privilegia los gastos en educación por sobre los de armamentos. Los resultados puede que no sean inmediatos, pero son duraderos, si logra superar esa etapa de acumulación de saberes.
Fue solo cuando desarrolló la capacidad de lo que llama el “chismorreo”, y la creación de mitos creídos por gran cantidad de personas, que realmente llegó a la cima. Se diferencia de los insectos sociales que sí pueden reunir enormes cantidades de individuos trabajando al unísono por una causa, pero que, por estar plasmado en su ADN, no serían capaces de producir cambios ante circunstancias variables. Por su parte, algunos mamíferos, como lobos u orcas, son capaces de trabajar en conjunto, y con una plasticidad de variantes que le permiten modificar sus conductas según sea necesario. Pero esos conjuntos son de pocos individuos, tal como eran, presumiblemente, los clanes humanos pre sapiens. Lo que le permitió a nuestra especie, muchos milenios después de completado su desarrollo, llegar a formar sociedades tan complejas y adaptables, fue la creación de mitos y creencias compartidas por cantidades muy grandes de personas, como es la noción de una nación o imperio, de una religión o del papel moneda.
También me resulta sorprendente un concepto que yo, personalmente, había conjeturado de manera puramente intuitiva: la Revolución Agrícola, no trajo felicidad, sino guerras, esclavitud y trabajos forzados. Y, asimismo, produjo la estratificación social con las consabidas clases nobles, burocráticas, castrenses y eclesiásticas, todas ellas desentendidas de las duras faenas que suponía la labranza de la tierra, sobre todo en unos comienzos donde toda la energía disponible era la fuerza muscular, principalmente humana, y solo más tarde, animal. Cuando analiza estas cuestiones, llega a la conclusión de que esta Revolución agrícola, tan elogiada por décadas, no trajo la felicidad a la humanidad; es por ello que la llama “El mayor fraude de la Historia”. Y, con un notable argumento, afirma que no hemos domesticado y esclavizado a ciertas especies vegetales o animales, sino todo lo contrario:
Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites consentidas. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia.
¿Quién fue el responsable? Ni reyes, ni sacerdotes, ni mercaderes. Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan el trigo, el arroz y las patatas. Fueron estas plantas las que domesticaron a Horno sapiens, y no al revés.
[...] Hace 10.000 años, el trigo era solo una hierba silvestre, una de muchas, confinada a una pequeña área de distribución en Oriente Próximo. De repente, al cabo de solo unos pocos milenios. crecía por todo el mundo. Según los criterios evolutivos básicos de supervivencia y reproducción, el trigo se ha convertido en una de las plantas de más éxito en la historia de la Tierra. En áreas como las Grandes Llanuras de Norteamérica, donde hace 10.000 años no crecía ni un solo tallo de trigo, en la actualidad se pueden recorrer centenares y centenares de kilómetros sin encontrar ninguna otra planta. [...] ¿Cómo pasó esta hierba de ser insignificante a ser ubicua? El trigo lo hizo manipulando a Homo sapiens para su conveniencia.
Este simio había vivido una vida relativamente confortable cazando y recolectando hasta hace unos 10.000 años, pero entonces empezó a invertir cada vez más esfuerzos en el cultivo del trigo. [...] No era fácil. [...] Al trigo no le gustan las rocas y los guijarros, de manera que los sapiens se partían la espalda despejando los campos. Al trigo no le gusta compartir su espacio, agua y nutrientes con otras plantas, de modo que hombres y mujeres trabajaban durante largas jornadas para eliminar las malas hierbas bajo el sol abrasador. El trigo enfermaba, de manera que los sapiens tenían que estar atentos para eliminar gusanos y royas. El trigo se hallaba indefenso frente a otros organismos a los que les gustaba comérselo, desde conejos a enjambres de langostas, de modo que los agricultores tenían que vigilarlo y protegerlo[...] El cuerpo de Homo sapiens no [estaba adaptado para] despejar los campos de rocas ni a acarrear barreños de agua. La columna vertebral, las rodillas, el cuello y el arco de los pies pagaron el precio.
Luego desarrolla interesantes reflexiones acerca de las “leyes naturales” y los constructos subjetivos:
No hay ninguna posibilidad de que la gravedad deje de funcionar mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginario se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos.
Nos cuenta que todos los imperios tendieron a la unificación interna como medio de facilitar la gobernabilidad; pero asimismo, casi siempre se sintieron destinados a llevar su “cultura superior”, sus “sabias instituciones”, su lengua y costumbres a los confines del mundo, al menos del mundo conocido. A su turno, eso hicieron romanos, chinos, españoles, portugueses, británicos, soviéticos y americanos. Aunque muchas veces, por no decir siempre, con la espada o los misiles. Y remarca que en casi todos los casos, los imperios, por sangrientos que hayan sido, dejaron, al retirarse de sus posesiones, su cultura e instituciones.
Durante la era moderna, los europeos conquistaron gran parte del planeta con el pretexto de extender una cultura occidental superior. Tuvieron tanto éxito que miles de millones de personas adoptaron gradualmente partes importantes de dicha cultura. Indios, africanos, árabes, chinos y maoríes aprendieron francés, inglés y español. Empezaron a creer en los derechos humanos y en el principio de autodeterminación, y adoptaron ideologías occidentales como el liberalismo, el capitalismo, el comunismo, el feminismo y el nacionalismo.
Durante el siglo XX, los grupos locales que habían adoptado los valores occidentales reclamaron la igualdad a sus conquistadores europeos en nombre de esos mismos valores. Muchas contiendas anticoloniales se libraron bajo los estandartes de la autodeterminación, el socialismo y los DDHH, todos ellos herencias occidentales. De la misma manera que los egipcios, iraníes y turcos adoptaron y adaptaron la cultura imperial que habían heredado de los conquistadores árabes originales, los indios, africanos y chinos de hoy en día han aceptado gran parte de la cultura imperial de sus antiguos amos occidentales, al tiempo que buscan modelarla según sus necesidades y tradiciones.
Los buenos y los malos de la historia
Resulta tentador dividir de manera clara la historia entre buenos y malos, y situar a todos los imperios entre los malos. Al fin y al cabo, casi todos estos imperios se fundaron sobre la sangre y mantuvieron su poder mediante la opresión y la guerra. Pero la mayor parte de las culturas actuales se basan en herencias imperiales. Si los imperios son, por definición, malos, ¿qué dice eso de nosotros?
Hay escuelas de pensamiento y movimientos políticos que buscan purgar la cultura humana del imperialismo, [procurando recuperar] lo que afirman que es una civilización pura y auténtica, no mancillada por el pecado. Tales ideologías son, en el mejor de los casos, ingenuas; y en el peor, sirven de solapado escaparate del nacionalismo y la intolerancia. Quizá pudiera aducirse que algunas de las numerosas culturas que surgieron en los albores de la historia registrada eran puras, no estaban tocadas por el pecado ni adulteradas por otras sociedades. Pero no existe ninguna cultura aparecida después de aquellos inicios que pueda hacer dicha afirmación de forma razonable, y menos aún ninguna de las culturas que existen en la actualidad sobre la Tierra. Todas las culturas humanas son, al menos en parte, la herencia de imperios y de civilizaciones imperiales, y no hay cirugía académica o política que pueda sajar las herencias imperiales sin matar al paciente.
Pensemos, por ejemplo, en la relación de amor-odio entre la República de la India de hoy en día y el Raj británico. [...] En la actualidad, ¿cuántos indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de ferrocarriles, el sistema legal, el críquet sobre la base de que se trata de herencias imperiales? Aun en el caso de que lo hicieran, ¿no sería el acto mismo de poner el asunto a votación para decidirlo una demostración de su deuda con los antiguos amos?
[...] Nadie sabe cómo resolver esta cuestión espinosa de la herencia cultural. Sea cual fuere el camino que tomemos, el primer paso es reconocer la complejidad del problema y aceptar que dividir de manera simplista el pasado entre buenos y malos, no conduce a ninguna parte. A menos, desde luego, que estemos dispuestos a admitir que generalmente seguimos el ejemplo de los malos.

Más sobre el imperialismo: el autor nos hace ver que, si buscamos argumentos para condenar al imperialismo, podremos llenar varias bibliotecas. Pero también podemos llenar bibliotecas con el legado que dejaron: instituciones, avances en medicina, seguridad jurídica, «crearon el mundo tal como lo conocemos, incluidas las ideologías que utilizamos para juzgarlos».
Imprevisibilidad de la Historia: Es relativamente fácil analizar lo que ya ocurrió (“Era lógico y evidente que ocurriría tal cosa”), pero es muy difícil predecir lo que ocurrirá. Da ejemplos de los bolcheviques, que eran un grupúsculo poco antes de 1917; o el Islam en su lugar y momento; o el cristianismo en la Roma del año 300 de nuestra era. La Historia no es determinista. «Las revoluciones son, por definición, impredecibles. La revolución predecible no se produce nunca». Y ello es porque, obviamente, si se puede predecir, también se puede prevenir y finalmente no ocurre. 
El dinero: cristianos y musulmanes no se ponen de acuerdo en la religión, pero sí creen en el mismo dinero. Ello es porque la religión exige creer en algo etéreo, mientras que el dinero supone creer que otros creerán en él.
Conocimientos del hombre primitivo: Dice que el cerebro se redujo desde nuestro antecesor cazador-recolector. Ellos estaban muy bien informados y eran muy diestros en el mundo en que se desenvolvían. Hoy se puede sobrevivir gracias a las habilidades de otros; ello da lugar a «nichos para imbéciles».
Sería largo, larguísimo, seguir comentando y reproduciendo párrafos del autor; lo mejor es que cada uno lea la obra completa.
Nota: Todos los subrayados son de mi responsabilidad.

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1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante lo planteado.
Hasta que punto o cual es el precio que ciertas civilizaciones deben pagar por haber sido sometidas, cuando el autor refiere ¿cuántos indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de ferrocarriles, el sistema legal, el críquet sobre la base de que se trata de herencias imperiales?.
Parece un poco injusto, pues yo hago la siguiente analogía: Una Señora es violada y fruto de esa violación tiene un hijo, que luego con el tiempo se colma de prosperidad a raíz de lo que su Padre violador le dejo, y se lo aborda con la misma pregunta que hizo el autor sobre las bondades recibidas con el tiempo,que contestaría? Dificil predecir...
Pues ante la realidad de la prospera actualidad por la que pasa es muy dificil que reniegue de eso a pesar de que su Madre fué "invadida y sojuzgada" y que para colmo como producto de esa situación está en este mundo.
Creo que en su psiquis las civilizaciones antiguas recuerdan que vivían felices sin trenes, sin ingles, sin criquet y con una cultura.
Creo tambien que las bondades de tener trenes, saber ingles, jugar criquet o lo que sea, son progresos hubiese sido mucho mejor que se hubiesen producido sin violencia, pues de haber sido así, ese hijo producto de la Violación no tendría tantos conflictos a pesar de su "Bienestar".
Quizá lo mio sea un poco utópico, pero reitero mi agradecimiento por permitir expresarme.
DANIEL PROVERA

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