Cuando uno lee un buen libro, ya sea de ficción,
ensayo o divulgación, se transporta a un estado de exaltación tal que desea
compartirlo o comentarlo con todo el mundo, si fuese posible.
Una buena ficción nos puede llevar a los meandros del
alma de Raskolnikov o a recorrer las cloacas de París de la mano de Jean Valjean;
asimismo un buen ensayo nos revela pensamientos de grandes hombres que mi
pedestre percepción del mundo no imaginó
o sí lo hizo pero no contaba con elementos que lo confirmaran. Si de divulgación
se trata, podemos adentrarnos en el microcosmos del átomo con tanta facilidad
como en las vastedades del universo. Desde luego que el cine, la TV y aún la
radio, también son capaces de transportarnos a cualquiera de esos mundos.
Estaba preparando uno de mis comentaios acerca de
libros leídos y, al llegar a De animales a dioses, de Yuval Noah
Harari vi que me extendía demasiado, por lo que decidí dedicarle una
entrada completa.
Se trata de una
fantástica recorrida por la evolución humana. No muchos detalles de la biología
de la evolución, sino que se detiene en la evolución cultural y termina
haciendo conjeturas sobre el futuro de la especie que, a esta altura del
desarrollo tecnológico, está íntimamente relacionado con el futuro de la vida
toda.
Lo novedoso, para mí al
menos, es que habla de una Revolución cognitiva, previa a la Revolución
agrícola. Desarrolla la idea de que el Homo
sapiens, desde su completo desarrollo físico, tardó algunos milenios en
lograr un grado de conocimientos suficientes como para hacer valer su superior
cerebro. Por eso dice que, al menos en un principio, tal desarrollo no supuso
una gran ventaja –en términos de éxito de la especie– porque le costó muchos
milenios hasta poder realmente conquistar todo el mundo. Milenios en los que
tuvo que hacer un acopio lento y minucioso de conocimientos. Si ese desarrollo
cerebral fuese inmediatamente una gran ventaja, «¿por qué los felinos no
desarrollaron un gato capaz de hacer cálculos?». Compara ese desarrollo en
detrimento de la potencia física y del desarrollo de uñas, dientes o cuernos
poderosos, con un país que privilegia los gastos en educación por sobre los de
armamentos. Los resultados puede que no sean inmediatos, pero son duraderos, si
logra superar esa etapa de acumulación de saberes.
Fue solo cuando
desarrolló la capacidad de lo que llama el “chismorreo”, y la creación de mitos
creídos por gran cantidad de personas, que realmente llegó a la cima. Se diferencia de los insectos sociales que sí pueden reunir enormes cantidades de individuos
trabajando al unísono por una causa, pero que, por estar plasmado en su ADN, no
serían capaces de producir cambios ante circunstancias variables. Por su parte,
algunos mamíferos, como lobos u orcas, son capaces de trabajar en conjunto, y
con una plasticidad de variantes que le permiten modificar sus conductas según
sea necesario. Pero esos conjuntos son de pocos individuos, tal como eran,
presumiblemente, los clanes humanos pre sapiens.
Lo que le permitió a nuestra especie, muchos milenios después de completado su
desarrollo, llegar a formar sociedades tan complejas y adaptables, fue la
creación de mitos y creencias compartidas por cantidades muy grandes de
personas, como es la noción de una nación o imperio, de una religión o del
papel moneda.
También me resulta
sorprendente un concepto que yo, personalmente, había conjeturado de manera
puramente intuitiva: la Revolución Agrícola, no trajo felicidad, sino guerras,
esclavitud y trabajos forzados. Y, asimismo, produjo la estratificación social
con las consabidas clases nobles, burocráticas, castrenses y eclesiásticas,
todas ellas desentendidas de las duras faenas que suponía la labranza de la
tierra, sobre todo en unos comienzos donde toda la energía disponible era la
fuerza muscular, principalmente humana, y solo más tarde, animal. Cuando
analiza estas cuestiones, llega a la conclusión de que esta Revolución
agrícola, tan elogiada por décadas, no trajo la felicidad a la humanidad; es
por ello que la llama “El mayor fraude de la Historia”. Y, con un notable
argumento, afirma que no hemos domesticado y esclavizado a ciertas especies
vegetales o animales, sino todo lo contrario:
Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a
disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una
dieta mejor o en más ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites
consentidas. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector
medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor
fraude de la historia.
¿Quién fue el responsable? Ni reyes, ni sacerdotes, ni mercaderes. Los
culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan
el trigo, el arroz y las patatas. Fueron estas plantas las que domesticaron a
Horno sapiens, y no al revés.
[...] Hace 10.000 años, el trigo era solo una hierba silvestre, una de
muchas, confinada a una pequeña área de distribución en Oriente Próximo. De
repente, al cabo de solo unos pocos milenios. crecía por todo el mundo. Según
los criterios evolutivos básicos de supervivencia y reproducción, el trigo se
ha convertido en una de las plantas de más éxito en la historia de la Tierra.
En áreas como las Grandes Llanuras de Norteamérica, donde hace 10.000 años no
crecía ni un solo tallo de trigo, en la actualidad se pueden recorrer
centenares y centenares de kilómetros sin encontrar ninguna otra planta. [...]
¿Cómo pasó esta hierba de ser insignificante a ser ubicua? El trigo lo hizo
manipulando a Homo sapiens para su
conveniencia.
Este simio había vivido una vida relativamente confortable cazando y
recolectando hasta hace unos 10.000 años, pero entonces empezó a invertir cada
vez más esfuerzos en el cultivo del trigo. [...] No era fácil. [...] Al trigo
no le gustan las rocas y los guijarros, de manera que los sapiens se partían la espalda despejando los campos. Al trigo no le
gusta compartir su espacio, agua y nutrientes con otras plantas, de modo que
hombres y mujeres trabajaban durante largas jornadas para eliminar las malas
hierbas bajo el sol abrasador. El trigo enfermaba, de manera que los sapiens tenían que estar atentos para
eliminar gusanos y royas. El trigo se hallaba indefenso frente a otros
organismos a los que les gustaba comérselo, desde conejos a enjambres de
langostas, de modo que los agricultores tenían que vigilarlo y protegerlo[...] El
cuerpo de Homo sapiens no [estaba
adaptado para] despejar los campos de rocas ni a acarrear barreños de agua. La
columna vertebral, las rodillas, el cuello y el arco de los pies pagaron el
precio.
Luego desarrolla
interesantes reflexiones acerca de las “leyes naturales” y los constructos
subjetivos:
No hay ninguna posibilidad de que la gravedad deje de funcionar
mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden
imaginario se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de
mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos.
Nos cuenta que todos los
imperios tendieron a la unificación interna como medio de facilitar la
gobernabilidad; pero asimismo, casi siempre se sintieron destinados a llevar su
“cultura superior”, sus “sabias instituciones”, su lengua y costumbres a los
confines del mundo, al menos del mundo conocido. A su turno, eso hicieron
romanos, chinos, españoles, portugueses, británicos, soviéticos y americanos.
Aunque muchas veces, por no decir siempre, con la espada o los misiles. Y
remarca que en casi todos los casos, los imperios, por sangrientos que hayan
sido, dejaron, al retirarse de sus posesiones, su cultura e instituciones.
Durante la era moderna, los europeos conquistaron gran parte del
planeta con el pretexto de extender una cultura occidental superior. Tuvieron
tanto éxito que miles de millones de personas adoptaron gradualmente partes
importantes de dicha cultura. Indios, africanos, árabes, chinos y maoríes
aprendieron francés, inglés y español. Empezaron a creer en los derechos
humanos y en el principio de autodeterminación, y adoptaron ideologías
occidentales como el liberalismo, el capitalismo, el comunismo, el feminismo y
el nacionalismo.
Durante el siglo XX, los grupos locales que habían adoptado los
valores occidentales reclamaron la igualdad a sus conquistadores europeos en
nombre de esos mismos valores. Muchas contiendas anticoloniales se libraron
bajo los estandartes de la autodeterminación, el socialismo y los DDHH, todos
ellos herencias occidentales. De la misma manera que los egipcios, iraníes y
turcos adoptaron y adaptaron la cultura imperial que habían heredado de los
conquistadores árabes originales, los indios, africanos y chinos de hoy en día
han aceptado gran parte de la cultura imperial de sus antiguos amos
occidentales, al tiempo que buscan modelarla según sus necesidades y tradiciones.
Los buenos y los malos de la historia
Resulta tentador dividir de manera clara la historia entre buenos y
malos, y situar a todos los imperios entre los malos. Al fin y al cabo, casi
todos estos imperios se fundaron sobre la sangre y mantuvieron su poder
mediante la opresión y la guerra. Pero la mayor parte de las culturas
actuales se basan en herencias imperiales. Si los imperios son, por
definición, malos, ¿qué dice eso de nosotros?
Hay escuelas de pensamiento y movimientos políticos que buscan purgar
la cultura humana del imperialismo, [procurando recuperar] lo que afirman que
es una civilización pura y auténtica, no mancillada por el pecado. Tales
ideologías son, en el mejor de los casos, ingenuas; y en el peor, sirven de
solapado escaparate del nacionalismo y la intolerancia. Quizá pudiera
aducirse que algunas de las numerosas culturas que surgieron en los albores de
la historia registrada eran puras, no estaban tocadas por el pecado ni
adulteradas por otras sociedades. Pero no existe ninguna cultura aparecida
después de aquellos inicios que pueda hacer dicha afirmación de forma
razonable, y menos aún ninguna de las culturas que existen en la actualidad
sobre la Tierra. Todas las culturas humanas son, al menos en parte, la
herencia de imperios y de civilizaciones imperiales, y no hay cirugía académica
o política que pueda sajar las herencias imperiales sin matar al paciente.
Pensemos, por ejemplo, en la relación de amor-odio entre la República
de la India de hoy en día y el Raj británico. [...] En la actualidad, ¿cuántos
indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de
ferrocarriles, el sistema legal, el críquet sobre la base de que se trata de
herencias imperiales? Aun en el caso de que lo hicieran, ¿no sería el acto mismo
de poner el asunto a votación para decidirlo una demostración de su deuda con
los antiguos amos?
[...] Nadie sabe cómo resolver esta cuestión espinosa de la herencia
cultural. Sea cual fuere el camino que tomemos, el primer paso es reconocer la
complejidad del problema y aceptar que dividir de manera simplista el pasado
entre buenos y malos, no conduce a ninguna parte. A menos, desde luego, que
estemos dispuestos a admitir que generalmente seguimos el ejemplo de los
malos.
Más sobre el
imperialismo: el autor nos hace ver que, si buscamos argumentos para condenar al
imperialismo, podremos llenar varias bibliotecas. Pero también podemos llenar
bibliotecas con el legado que dejaron: instituciones, avances en medicina,
seguridad jurídica, «crearon el mundo tal como lo conocemos, incluidas las
ideologías que utilizamos para juzgarlos».
Imprevisibilidad de la
Historia:
Es relativamente fácil analizar lo que ya ocurrió (“Era lógico y evidente que
ocurriría tal cosa”), pero es muy difícil predecir lo que ocurrirá. Da ejemplos
de los bolcheviques, que eran un grupúsculo poco antes de 1917; o el Islam en
su lugar y momento; o el cristianismo en la Roma del año 300 de nuestra era. La
Historia no es determinista. «Las revoluciones son, por definición,
impredecibles. La revolución predecible no se produce nunca». Y ello es porque,
obviamente, si se puede predecir, también se puede prevenir y finalmente no
ocurre.
El dinero: cristianos y
musulmanes no se ponen de acuerdo en la religión, pero sí creen en el mismo
dinero. Ello es porque la religión exige creer en algo etéreo, mientras que el
dinero supone creer que otros creerán en él.
Conocimientos del hombre
primitivo:
Dice que el cerebro se redujo desde nuestro antecesor cazador-recolector. Ellos
estaban muy bien informados y eran muy diestros en el mundo en que se
desenvolvían. Hoy se puede sobrevivir gracias a las habilidades de otros; ello
da lugar a «nichos para imbéciles».
Sería largo, larguísimo,
seguir comentando y reproduciendo párrafos del autor; lo mejor es que cada uno
lea la obra completa.
Nota: Todos los subrayados son de mi responsabilidad.
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1 comentario:
Muy interesante lo planteado.
Hasta que punto o cual es el precio que ciertas civilizaciones deben pagar por haber sido sometidas, cuando el autor refiere ¿cuántos indios someterían a votación abandonar la democracia, el inglés, la red de ferrocarriles, el sistema legal, el críquet sobre la base de que se trata de herencias imperiales?.
Parece un poco injusto, pues yo hago la siguiente analogía: Una Señora es violada y fruto de esa violación tiene un hijo, que luego con el tiempo se colma de prosperidad a raíz de lo que su Padre violador le dejo, y se lo aborda con la misma pregunta que hizo el autor sobre las bondades recibidas con el tiempo,que contestaría? Dificil predecir...
Pues ante la realidad de la prospera actualidad por la que pasa es muy dificil que reniegue de eso a pesar de que su Madre fué "invadida y sojuzgada" y que para colmo como producto de esa situación está en este mundo.
Creo que en su psiquis las civilizaciones antiguas recuerdan que vivían felices sin trenes, sin ingles, sin criquet y con una cultura.
Creo tambien que las bondades de tener trenes, saber ingles, jugar criquet o lo que sea, son progresos hubiese sido mucho mejor que se hubiesen producido sin violencia, pues de haber sido así, ese hijo producto de la Violación no tendría tantos conflictos a pesar de su "Bienestar".
Quizá lo mio sea un poco utópico, pero reitero mi agradecimiento por permitir expresarme.
DANIEL PROVERA
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